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– Ve, Julián -susurró Fanny, alentadoramente-. Estaremos bien.

– Sin duda -coincidió fríamente-. Haz todo lo que esté a tu alcance para evitar que Sophy se caiga del palco en sus intentos por ver mejor a Charlotte Featherstone.

Asintió una vez, dirigió una última y gélida mirada a Sophy y se retiró. Sophy suspiró cuando las cortinas se cerraron detrás de él.

– Es bueno en el arte de retirarse con la última palabra, ¿no? -señaló.

– Todos los hombres lo son -comentó Harriette, mientras extraía su monóculo de su bolso bordado-. Las usan frecuentemente, pues es como si siempre se estuvieran yendo. De la escuela, de la guerra, de casa para ir al club o a ver a sus amantes.

Sophy consideró el comentario por un momento.

– Yo diría que no es exactamente un caso de salir a algún sitio sino de escapar.

– Una observación excelente -dijo Fanny muy animada-. Qué razón tienes, querida. Lo que acabamos de presenciar ha sido decididamente una retirada estratégica. Está claro que Julián aprendió muchas tácticas bajo las órdenes de Wellington.

Veo que estás aprendiendo a ser una buena esposa muy rápidamente.

Sophy hizo una mueca.

– Sinceramente, espero que no prestes atención alguna a los esfuerzos de Julián por dictar qué clase de libros debemos estudiar en las reuniones de los miércoles.

– Querida, no te preocupes con esas trivialidades -dijo Fanny airadamente-. Por supuesto que no le haremos caso. Los hombres son tan limitados respecto de sus conceptos sobre lo que las mujeres deberíamos hacer, ¿no?

– Julián es un buen hombre, Sophy, pero tiene sus cosas-dijo Harriette, llevándose los binoculares a los ojos para mirar a través de ellos-. Por supuesto que no puede culpársele después de todo lo que pasó con su primera condesa. Y además, creo que sus experiencias en el campo de batalla han servido para reforzar un concepto más sobrio sobre la vida en general. Julián ha desarrollado un fuerte sentido del deber, ya sabes y… aja. Allí está ella.

– ¿Quién? -preguntó Sophy, distraída, con los pensamientos en Elízabeth y en los efectos que la guerra provocan en un hombre.

– La Gran Featherstone. Esta noche está de verde. Y tiene puesto el collar de diamantes y rubíes que le regaló Ashford.

– ¿De verdad? Qué audacia de su parte, ponérselo después de todas las cosas que dijo de él en el segundo fascículo de las Memoirs. Lady Ashford debe de estar que arde. -Fanny se apuró a sacar del bolso el nuevo monóculo que había comprado para la ópera y lo enfocó sin pérdida de tiempo.

– ¿Me los presta? -le preguntó Sophy a Harriette-. No se me ocurrió comprarme binoculares.

– Seguro. Esta semana te compraremos un par. No se puede venir a la ópera sin binoculares. -Harriette sonrió serenamente-, Hay tanto para ver aquí, que una no querría perderse nada.

– Sí -coincidió Sophy, mientras enfocaba los binoculares en la impactante rubia de verde-. Tanto para ver. Tenía razón con lo del collar. Es espectacular. Se entiende perfectamente por qué una esposa se pondría furiosa al saber que su marido regaló semejante joya a una mujer así.

– Especialmente, si esa esposa se ve obligada a lucir alhajas de muy inferior calidad -dijo Fanny, pensativa, con los ojos fijos en el pendiente solitario que Sophy llevaba sobre el cuello-. ¿Por qué todavía Julián no te ha dado las esmeraldas de los Ravenwood?

– No necesito esmeraldas. -Sophy, aún mirando el Palco de Featherstone, vio que un hombre de cabellos muy claros entraba. Reconoció a lord Waycott de inmediato. Charlotte se dio la vuelta para saludarlo con un grácil movimiento de su mano colmada de sortijas. Waycott se inclinó sobre los brillantes anillos con elegante aplomo.

– Si me preguntas -dijo Harriette a Fanny-, yo creo que tu sobrino ha visto demasiado esas esmeraldas en su primera esposa.

– Mmm, puede que tengas razón, Harry. Elizabeth no le causaba más que dolor cada vez que él la veía con esas esmeraldas. Puede ser que Julián no quiera ver esas piedras en ninguna otra mujer. El verlas sólo le traería penosos recuerdos de Elizabeth.

Sophy se preguntó si ésa sería la verdadera razón por la que Julián todavía no le había dado las gemas de la familia. Ella creía que podría haber otras razones, menos halagadoras. Se necesitaba que una mujer tuviera buen porte y la estatura y cultura perfectas para llevar joyas finas, especialmente sí se trataba de piedras dramáticas, como las esmeraldas. Tal vez Julián pensaba que su nueva esposa carecía de la presencia indicada para llevar las joyas de los Ravenwood. O tal vez, que le faltaba belleza para ello.

Pero al instante pensó qué la noche anterior, durante el rato que duró la intimidad entre ellos en la alcoba, Julián la había hecho sentir muy bella.

Sophy ni se quejó ni pidió explicaciones cuando mucho más tarde, esa misma noche, ya de regreso en su casa, Julián le anunció que volvería a salir por una o dos horas, a ver a sus amigos en el club. Julián se quedó pensando en la falta de protestas por parte de Sophy cuando se sentó en el carruaje, mientras el cochero guiaba a los caballos por las oscuras caites. ¿No le importaba cómo pasaría él el resto de la velada o sólo estaba feliz de que Julián no invadiera su cuarto por segunda vez?

No había sido el plan original de Julián ir al club después de la ópera. Contrariamente, había pensado en pasar la noche en la alcoba de Sophy, enseñándole los placeres del lecho conyugal. Había pasado parte del día maquinando exactamente lo que haría y había jurado que en esa oportunidad la haría gozar.

Había imaginado que la desvestiría lentamente y que luego le besaría cada centímetro de su piel, hasta que en sus ojos leyera que estaba lista ya. En esa oportunidad no perdería el control a último momento para penetrar en ella violentamente. En cambio, iría paso a paso, para asegurarse de que la muchacha aprendiera que el placer podía compartirse.

Julián sabía muy bien que había perdido la cabeza en un momento crítico, la noche previa. No era su estilo de siempre.

Se había metido en la alcoba de Sophy convencido de que realmente iba a hacerle el amor, sólo por el bien de ella. Pero la verdad absoluta había sido que la había deseado tanto, que la había esperado durante tanto tiempo, que cuando finalmente estuvo dentro de su estrecho y acogedor cuerpo, no tuvo más autocontrol del que aferrarse. Aparentemente, había agotado todas las reservas la semana anterior, mientras luchó imperiosamente por no tocarla.

El solo recordar el intenso deseo vivido cuando finalmente penetró en ella bastó para tensar todo su cuerpo otra vez. Julián meneó la cabeza, asombrado de que toda la situación hubiera escalado a algo mucho mayor e ingobernable de lo que él había anticipado. Se preguntó por qué se habría permitido obsesionarse tanto con Sophy.

No hacía al caso detenerse a analizarlo, decidió Julián cuando el carruaje se detuvo frente a su club. Lo importante era que esa obsesión no lo controlase por completo. Julián debía manejar eso, lo que significaba manejar a Sophy. Debía mantener las riendas bien cortas por e! bien de ambos. Su segundo matrimonio no sería como el primero. No sólo eso, sino que Sophy necesitaba su protección. Era demasiado inexperta y confiada.

Pero cuando entró al cálido santuario de su club, Julián creyó escuchar el eco de las burlonas carcajadas de Elizabeth.

– Ravenwood. -Miles levantó la vista del sitio donde estaba sentado, junto al fuego y sonrió-. No esperaba que aparecieras por aquí esta noche. Siéntate y toma un vaso de oporto.

– Gracias. -Julián se acomodó en una silla cercana-.Todo hombre que haya soportado una ópera necesita una copa de oporto.

– Justo lo que yo dije hace unos minutos. Aunque debo admitir que el espectáculo de hoy fue mucho más entretenido que lo habitual por la presencia de la Gran Featherstone.

– Ni me lo recuerdes.

Miles rió.

– Lo más divertido de todo fue verte tratando de cercenar los intereses de tu esposa en el caso de Featherstone. Creo que fracasaste por completo tratando de distraerla, ¿no? Las mujeres siempre se obsesionan con los temas que uno quiere evitar.

– No es para sorprenderse, estando tú alentándola deliberadamente -barbotó Julián, sirviéndose una copa de oporto.

– Sé razonable, Ravenwood. Toda la ciudad está hablando de las Memoirs. No puedes esperar francamente que lady Ravenwood las ignore.

– Puedo y debo guiar a mi esposa en su material de lectura -dijo Julián fríamente.

– Anda, sé honesto -lo urgió Miles con la familiaridad de un amigo de toda la vida-. Tu preocupación no tiene nada que ver con sus gustos literarios. Tienes miedo de que tarde o temprano encuentre tu nombre en las Memoirs.

– Mi relación con Featherstone no es de la incumbencia de mí esposa.

– Un noble sentimiento, y estoy seguro de que hace eco en todos los hombres que se han hecho presentes aquí esta noche -le aseguró Miles. De pronto su expresión, normalmente relajada, se tornó sobria-. Y hablando de los aquí presentes esta noche…