Julián lo miró.
– ¿Sí?
Miles carraspeó y bajó la voz.
– Pensé que debías saber que Waycott está en la sala de juegos.
Julián apretó la copa con la mano, pero su tono se mantuvo frío.
– ¿Sí? Qué interesante. Por lo general no frecuenta este club.
– Cierto, pero ya sabes que es miembro. Esta noche, parece que ha decidido ejercer. -Miles se le acercó-. Deberías saber que está ofreciendo tomar apuestas.
– ¿Sí?
Miles carraspeó.
– Apuestas relacionadas contigo y las esmeraldas de Ravenwood.
Julián apretó muy fuerte el puño a su lado.
– ¿Qué clase de apuestas?
– Está apostando a que no darás a Sophy las esmeraldas de los Ravenwood antes de que termine el año -dijo Miles-. Sabes lo que quiere decir con eso, Julián. Está gritando a los cuatro vientos que tu nueva esposa no puede ocupar el lugar que Elizabeth tenía en tu vida. Si lady Ravenwood se entera de esto, se morirá de angustia.
– Entonces debemos hacer todo lo posible para que no se entere de esto. Sé que puedo contar con tu silencio, Thurgood.
– Sí por supuesto. Si bien esta cuestión no es tan escandalosa como el caso Featherstone, es muy probable que llegue a oídos de varias personas y no puedes hacer callar a todos. Quizá sería mucho más simple entregar las joyas de la familia a tu esposa para que ella las luzca en público lo antes posible. De ese modo… -Miles se interrumpió de repente, alarmado al ver que Julián se ponía de pie-. ¿Qué crees estar haciendo?
– Pensé en ir a ver a qué se juega hoy -contestó Julián caminando hacia la sala de juegos.
– Pero tú rara vez juegas. ¿Para qué quieres ir a ese salón? ¡Espera! -Miles se puso de pie enseguida y salió al trote detrás de él-. De verdad, Julián, creo que será mucho mejor que no entres allí esta noche.
Julián lo ignoró. Entró al salón, que estaba lleno de gente y se quedó mirando hasta que localizó su objetivo. Waycott, que acababa de ganar a uno de los juegos de azar, miró casualmente a su alrededor y sin querer vio a Julián. Sonrió y esperó.
Julián sabía que todos los presentes en el salón estaban conteniendo la respiración. También sabía que Miles estaría en algún rincón, agazapado. De reojo, vio que Daregate apoyaba las cartas que tenía en la mano sobre la mesa y lánguidamente se ponía de pie.
– Buenas noches, Ravenwood -dijo Waycott, cuando Julián se paró frente a él-. ¿Te agradó la ópera de esta noche? Vi a tu encantadora esposa allí, aunque era realmente difícil ubicarla en medio de tanta gente. Pero, claro, yo esperaba encontrar el brillo de las esmeraldas de los Ravenwood.
– A mi esposa no le agrada llamar la atención -susurró Julián-. Creo que le sienta mucho mejor la vestimenta sencilla y clásica.
– ¿De verdad? ¿Y ella está de acuerdo contigo? Las mujeres adoran las joyas. Tú, más que ningún hombre, debiste haber aprendido esa lección.
Julián bajó la voz pero mantuvo la firmeza de sus palabras.
– En los asuntos importantes, mi esposa resigna sus deseos a los míos. Confía en mi juicio no sólo en lo que concierne a su atuendo sino también a sus conocidos.
– A diferencia de tu primera esposa, ¿no? -Los ojos de Waycott estaban cargados de maldad ¿Por qué estás tan seguro de que la nueva lady Ravenwood se dejará guiar por tí? Parece una joven inteligente, aunque un poco inocente. Sospecho que pronto comenzará a confiar en su propio juicio tanto en su atuendo como en sus conocidos. Y entonces tú estarás en la misma posición en la que estuviste en tu primer matrimonio, ¿no?
– Si alguna vez sospecho que los conceptos de Sophy se forman a través de otra persona que no sea yo, entonces no me quedarán más opciones que remediar la situación.
– ¿Y qué te hace creer que puedes remediar semejante situación? -Waycott rió-. En el pasado, tuviste muy poca suerte al respecto.
– Esta vez, hay una diferencia -dijo Julián con calma.
– ¿Cuál es?
– Que esta vez sabré dónde mirar si surgiera una amenaza potencial contra mi esposa. No perderé el tiempo en aplastar esa amenaza.
Una fría fiebre ardió en la mirada de Waycott.
– ¿Debo tomarlo como una advertencia?
– Te lo dejo a criterio propio, por inexistente que sea-Julián inclinó la cabeza en gesto burlón.
Waycott apretó el puño y la fiebre de sus ojos ganó calor.
– Maldito seas, Ravenwood -gruñó entre dientes-. Si crees que debes retarme a duelo, adelante, entonces.
– Pero todavía no tengo razones, ¿verdad? -preguntó Julián con una voz de terciopelo.
– Siempre queda el asunto de Elízabeth -desafió Waycott. Flexionaba y extendía los dedos nerviosamente.
– Me imaginas demasiado adherido a un código de honor muy estricto -dijo Julián-. No dudes de que no me levantaría al amanecer para matar a un hombre por causa de Elizabetb. No se merecía ese esfuerzo.
Las mejillas de Waycott estaban teñidas de rojo por la furia y la frustración.
– Ahora tienes otra esposa. ¿Te permitirías llevar los cuernos por segunda vez, Ravenwood?
– No -dijo Julián tranquilamente-. A diferencia de Elizabeth, Sophy sí es una mujer que merece que mate un hombre por ella y no dudes que lo haré si es necesario.
– Bastardo. Tú eres el que no merecía a Elizabeth. Y no te molestes en amenazar. Todos sabemos que no me desafiarás ni a mí ni a ningún otro hombre por una mujer. Tú mismo lo has dicho, ¿recuerdas? -Julián avanzó un paso.
– ¿Sí? -Julián experimentó cierta anticipación. Pero antes de que los hombres pudieran seguir ofendiéndose, aparecieron Thurgood y Daregate, quienes se ubicaron a cada lado de Julián.
– Ah, aquí estás Ravenwood -dijo Daregate-. Thurgood y yo te hemos estado buscando. Queríamos convencerte de que jugaras un par de manos a los naipes. ¿Nos excusas, Waycott?
– Su sonrisa apenas cruel resplandeció.
La rubia cabellera de Waycott dibujó un reticente asentimiento. Giró sobre los talones y abandonó la sala.
Julián lo vio irse, sintiendo una salvaje desazón.
– No sé por qué os molestasteis en interferir -remarcó a sus amigos-. Tarde o temprano, probablemente tendré que matarlo.
9
La carta perfumada con el elegante sello lila llegó a un costado de la bandeja con el té para Sophy, la mañana siguiente. Ella se sentó en la cama, bostezó y miró con curiosidad la misiva.
– ¿Cuándo llegó esto, Mary?
– Uno de los criados ha dicho que la trajo un muchachito, hace como media hora. -Mary, presurosa, comenzó a abrir las cortinas y extrajo del guardarropa un precioso vestido matinal que Fanny y Sophy habían escogido pocos días atrás.
Sophy bebió el té y rompió el sello del sobre. Distraída, ojeó los contenidos y luego frunció el entrecejo al ver que en un principio, no tenían sentido. No había firma, sólo iniciales al pie. Debió leerla por segunda vez para captar la esencia de la carta:
«Querida Señora:
En primer lugar, permítame comenzar esta carta brindándole mis más sinceras felicitaciones por su reciente boda. Si bien nunca he tenido el honor de ser presentada ante usted, siento que tenemos cierto grado de familiaridad por intermedio de un amigo en común. También estoy convencida de que usted es una mujer sensata y discreta ya que nuestro amigo no es persona de cometer en su segundo matrimonio el mismo error que cometió en el primero.
Como tengo fe en su discreción, creo que, una vez que haya leído esta carta, deseará tomar la sencilla medida que le asegurará que mi asociación con nuestro amigo en común, en la que ambos estuvimos muy de acuerdo, quede en el seno de nuestra privacidad.
Yo, Señora, actualmente estoy abocada a la ardua tarea de asegurarme la paz y tranquilidad necesarias para mi vejez. No deseo verme forzada, a vivir de la caridad en los últimos años de mi vida. Estoy logrando este objetivo a través de las publicaciones de mis Memoirs. ¿Le resultan familiares mis primeros fascículos, tal vez? Se publicarán muchos más en un futuro cercano.
Al escribir estas Memoirs, me he fijado como meta no la de humillar ni avergonzar a nadie, sino, simplemente, la de reunir los fondos suficientes que me avalen un futuro no tan incierto.
En el marco de todo esto, estoy ofreciendo la oportunidad a todos aquellos involucrados, de asegurarse que ciertos nombres específicos no aparezcan impresos, ahorrándose de ese modo chismes desagradables. Esta misma oportunidad también es para mí, pues obtengo lo que deseo sin necesidad de revelar detalles Íntimos de relaciones pasadas. Como verá, la propuesta que le hago en este momento es beneficiosa para todos los involucrados.
Bien, Señora, iré al grano: si para mañana a las cinco de la tarde me envía doscientas libras esterlinas, podrá descansar en paz, ya que unas cuantas cartas encantadoras que su esposo me escribió alguna vez, no aparecerán en mis Memoirs.
Para usted, esta suma de dinero es una nimiedad, menos de lo que cuesta uno de sus vestidos. Para mí, representa un ladrillo más con el que me construiré una pequeña y acogedora casa, llena de rosales, en Bath, donde pronto habré de retirarme.