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A la espera de una pronta respuesta, saluda a usted muy atentamente,

C.V.

Sophy releyó la carta una tercera vez, con manos temblorosas. Estaba asombrada por la ira incontrolable que ardía dentro de ella. No se trataba de que Julián hubiera tenido relaciones con esa mujer alguna vez. Tampoco fue la amenaza de tener ese romance ventilado públicamente y en detalle, por embarazoso que fuera, lo que la había dejado temblando.

Lo que la ponía rabiosa era la noción de que Julián se hubiera tomado el tiempo de escribir canas de amor a una cortesana profesional en su momento y que, en el presente, no se hubiera molestado en garabatear siquiera algún poema para su esposa.

– Mary, guarda ese vestido matinal y saca mi traje de montar verde.

Mary la miró sorprendida.

– ¿Ha decidido ir a cabalgar esta mañana, señora?

– Sí.

– ¿Lord Ravenwood irá con usted? -preguntó Mary mientras ponía manos a la obra.

– No, no irá. -Sophy pateó las mantas de la cama y se puso de pie, aún apretando en el puño la carta de Charlotte Featherstone-. Anne Silverthorne y Jane Morland van de paseo a caballo al parque, casi todas las mañanas; Creo que me reuniré con ellas.

Mary asintió.

– Avisaré que le tengan preparado un caballo y un cuidador para cuando usted baje, señora.

– Por favor, Mary.

Poco tiempo después, un cuidador vestido con librea la ayudó a subir a una estupenda yegua zaina. El joven tenía su pony al lado de ésta. De inmediato, Sophy salió para el parque, dejando que el cuidador la siguiera como pudiera.

No le resultó difícil encontrar a Jane y a Anne quienes estaban paseando por el sendero principal. Sus respectivos escoltas las seguían a una distancia prudencial, conversando en voz baja entre ellos.

Los brillantes rizos rojizos de Anne resplandecían con la luz del sol y sus ojos vivaces se encendieron al ver a Sophy.

– Sophy, cuánto me alegra que hayas decidido reunirte con nosotras esta mañana. Acabamos de llegar, prácticamente. ¿No es un día hermoso?

– Para algunos, tal vez -contestó Sophy con pesimismo-. Pero no para otros. Debo hablar con las dos. La perpetua mirada seria de Jane se puso aun más oscura de preocupación.

– ¿Sucede algo malo, Sophy?

– Muy malo. Ni siquiera puedo explicarlo. Está fuera de todo lo imaginable. Nunca he sido tan humillada. Tomen. Lean ésto. -Sophy entregó la carta de Charlotte a Jane, mientras las tres mujeres disminuían la marcha de los caballos.

– ¡Dios Santo! -exclamó Jane, despavorida cuando terminó de leer la nota. Sin agregar ni una palabra más, entregó la carta a Anne.

Anne también la leyó rápidamente y levantó la vista, tan conmocionada como tas demás.

– ¿Va a imprimir las cartas que Ravenwood le escribió?

Sophy asintió, con la boca apretada por la ira.

– Eso parece. A menos, por supuesto, que le pague doscientas libras.

– Es vergonzoso -declaró Anne con voz chillona.

– Supongo que era de esperar -dijo Jane, más prosaica-. Después de todo, Featherstone no ha vacilado en nombrar varios miembros del Beau Monde en los primeros fascículos. Hasta mencionó un duque real, ¿lo recuerdan? Si Ravenwood tuvo relaciones con ella en el pasado, era lógico que tarde o temprano su nombre apareciera.

«Cómo pudo ser capaz», pensó Sophy, apretando los dientes. Jane la miró, comprensiva.

– Sophy, querida, tú no eres tan inocente. Así conciben el mundo la mayoría de los hombres de la sociedad. Es como un deber tener una amante. Por lo menos, no sostiene que Ravenwood sea un admirador actual. Debes sentirte agradecida al menos por eso.

– Agradecida. -Sophy casi no podía hablar.

– Has leído los primeros fascículos de las Memoirs junto con nosotras. Has visto unos cuantos nombres famosos relacionados con ella en una u otra época. Y la mayoría de ellos estaban casados cuando se involucraron con Charlotte Featherstone.

– Eso quiere decir que muchos hombres llevan doble vida-Sophy meneó la cabeza, muy enojada- Y tienen el coraje de sermonear a las mujeres sobre el honor y el comportamiento apropiado. Me enfurece.

– Es terriblemente injusto-agregó Anne vehemente-. Es precisamente el ejemplo ideal para explicar por qué siento que el casamiento no tiene nada que ofrecer a una mujer inteligente.

– ¿Por qué tuvo que escribirle todas esas cartas de amor?-preguntó Sophy, angustiada.

– Si él puso sus sentimientos por escrito, quiere decir que el romance tuvo lugar bastante tiempo atrás. Sólo un jovencito podría cometer ese error -observó Jane.

– “Ah, sí", pensó Sophy. «Un jovencito.» Un jovencito que todavía era capaz de tener emociones fuertes y románticas. Aparentemente esa clase de sentimientos se habían borrado de Julián. Esos sentimientos que Sophy tanto deseaba escuchar, expresar por parte de él, se habían desperdiciado años atrás, en mujeres como Charlotte y Elizabeth. Parecía que nada hubiese quedado para Sophy. Absolutamente nada.

En ese momento, la muchacha odió a Charlotte y a Elizabeth con toda su alma.

– ¿Por qué Featherstone no habrá enviado esta nota directamente a Ravenwood? -preguntó Anne.

Jane esbozó una sonrisa reticente.

– Probablemente porque sabía que Ravenwood la habría mandado al diablo. No me imagino al esposo de Sophy pagando una extorsión. ¿Y vosotras?

– Yo no lo conozco muy bien -admitió Anne- pero por lo que se cuenta, no, no lo veo enviándole las doscientas libras a Featherstone. Ni siquiera para evitar a Sophy el bochorno que implicará la publicación de esas cartas.

– Entonces -concluyó Jane-, sabiendo que tendría muy pocas posibilidades de conseguir el dinero directamente de Ravenwood, decidió extorsionar a Sophy.

– Nunca le pagaré a esa mujer -juró Sophy, tirando tan abruptamente de las riendas, sin querer, que su yegua echó la cabeza hacia atrás, asustada, a modo de protesta.

– Pero ¿qué otra cosa te queda por hacer? -preguntó Anne-. Seguramente no querrás que esas cartas aparezcan publicadas. Sólo pienso en todos los chismes que correrán.

– No será tan malo -dijo Jane, tratando de calmarla-. Todos sabrán que ese romance pasó hace mucho tiempo, antes de que Julián estuviera casado con Sophy.

– La época en que tuvo lugar no importará -dijo Sophy-. Habrá comentarios y todas lo sabemos. No serán chismes lo que Featherstone estará repitiendo. Va a imprimir cosas que Julián realmente escribió. Todos hablarán de esas malditas cartas de amor. Citarán partes de ellas textualmente en las fiestas y en las óperas, sin duda. Toda la alta sociedad se preguntará si Julián me habrá escrito cartas similares a mí, plagiándose a sí mismo en el proceso. No puedo soportarlo, les digo.

– Sophy tiene razón -dijo Anne-. Y se siente más vulnerable porque está recién casada. La gente apenas empieza a conocerla, lo que dará un toque muy desagradable a los comentarios.

No había modo de refutar esa verdad tan simple. Las tres se quedaron calladas por unos minutos, mientras sus caballos seguían paseando por el sendero. Sophy estaba aturdida. Sentía que no podía pensar con claridad. Cada vez que quería ordenar sus ideas, advertía que en lo único que reparaba era en que Julián alguna vez había escrito cartas de amor a otra mujer.

– Ustedes saben, por supuesto, lo que sucedería si esta situación fuera a la inversa -dijo Sophy finalmente, después de un rato.

Jane frunció el entrecejo y Anne miró a Sophy tratando de adivinar sus pensamientos.

– Sophy, no te inquietes por esto -dijo Jane-. Muestra la carta a Ravenwood y deja que él maneje el asunto.

– Tú misma has dicho que él manejaría la situación mandándola al diablo y el resultado sería que esas cartas aparecerían impresas.

– Ésta es una situación de lo más denigrante -declaró Anne-. Pero no le encuentro solución obvia.

Sophy vaciló un momento y luego dijo tranquilamente.

– Decimos eso porque somos mujeres y por lo tanto, estamos acostumbradas a no tener poder. Pero existe una solución si una mira todo esto como lo vería un hombre.

Jane la miró confundida.

– ¿Qué estás pensando, Sophy?

– Esto -declaró Sophy, con un nuevo sentido resolutivo- es claramente una cuestión de honor.

Anne y Jane se miraron entre sí y luego a Sophy.

– Estoy de acuerdo -dijo Anne lentamente-, pero no entiendo en qué cambia las cosas verlo de ese modo.

Sophy miró a su amiga.

– Si un hombre recibiera una carta extorsiva debido a una indiscreción pasada de su esposa, entonces el hombre en cuestión no vacilaría en retar a duelo al chantajista.

– ¡Retarlo a duelo! -Jane estaba fuera de sí-. Pero Sophy, ésta no es la misma situación.

– ¿No?

– No, no lo es -dijo Jane rápidamente-. Sophy, esto te involucra a ti y a otra mujer. No es posible que consideres este medio de solucionar las cosas.

– ¿Por qué no? -preguntó Sophy-. Mi abuelo me enseñó a usar una pistola y sé dónde puedo conseguir un par de armas para el evento.