Leighton Field estaba frío y húmedo en aquellas horas previas al amanecer. Un grupo de árboles añejos, con sus gruesas ramas goteando rocío, parecían buscar amparo bajo el cielo aún oscuro. La humedad del suelo se elevaba como una espesa nube gris, a nivel de la rodilla. El pequeño carruaje de Anne, el otro coche amarillo a poca distancia y los caballos parecían flotar en el aire.
Cuando Sophy se bajó del carro, sus piernas desaparecieron en esa nube gris. Miró a Anne, que estaba sujetando el caballo del vehículo. El disfraz masculino le resultó muy astuto. Si Sophy no hubiera sabido de quién se trataba, jamás habría descubierto la identidad del pelirrojo de la cara sucia.
– ¿Sophy, estás segura de que quieres seguir adelante con todo esto? -preguntó Anne, ansiosa, cuando se le acercó.
Sophy se volvió para mirar el coche de caballos, a pocos metros de distancia. La otra persona vestida de negro, con un velo, todavía no había bajado de é!. Aparentemente, Charlotte Featherstone estaba sola.
– No tengo opción, Anne.
– ¿Dónde estará Jane? Dijo que si estabas decidida a ser una tonta, ella estaría obligada a ser testigo de tu estupidez.
– Tal vez cambió de opinión.
Anne meneó la cabeza.
– No es su estilo.
– Bueno -dijo Sophy, enderezando sus hombros-, será mejor que terminemos con esto. Pronto amanecerá y tengo entendido que estas cosas se hacen al amanecer. -Se encaminó hacia el otro vehículo, también envuelto en niebla.
La larga figura que estaba dentro de él se movió cuando Sophy emprendió la marcha. Charlotte Featherstone, con un elegante atuendo de montar negro, se bajó. Aunque la cortesana llevaba un velo, Sophy notó que se había peinado especialmente para la ocasión y que llevaba unos pendientes de perlas. Con una sola mirada al imponente atuendo de su rival, Sophy se sintió minimizada. Era obvio que la Gran Featherstone conocía todo con respecto a la moda. Hasta se había vestido perfectamente para ese duelo.
Anne avanzó para atar el caballo del coche.
– ¿Sabe, señora? -dijo Charlotte, mientras se levantaba el velo para sonreír a Sophy-. No creo que valga la pena levantarse a esta hora por un hombre.
– ¿Entonces por qué se molestó? -replicó Sophy. Se sintió tan desafiada que ella también se levantó el velo.
– No estoy segura -admitió Charlotte-. Pero no por el conde de Ravenwood, por encantador que haya sido conmigo en su momento. Quizá sea por lo novedoso de todo esto.
– Me imagino perfectamente que, después de su aventurera carrera, deben de haber muy pocas cosas novedosas en su vida.
Charlotte fijó la mirada en el rostro de Sophy. Su voz perdió el tono burlón y se tornó muy seria.
– Puedo asegurarle que el hecho de que una condesa me considere una oponente valiosa para un desafío así, me resulta muy extraño, ciertamente. Cualquiera diría que se trata de un hecho único. Por supuesto que se dará cuenta de que una mujer que ocupa su lugar en la sociedad jamás me ha dirigido la palabra y mucho menos me ha conferido semejante respeto.
Sophy levantó la cabeza mientras estudiaba a su rival.
– Puede tener la certeza de que siento un gran respeto por usted, señorita Featherstone. He leído sus Memoirs y supongo lo que debe de haberle costado llegar a lo que es hoy.
– ¿De verdad? -murmuró Charlotte-. Qué imaginativa es usted.
Sophy se puso colorada. De pronto se dio cuenta de lo inocente que debería resultarle a esa mujer tan mundana.
– Discúlpeme -le dijo-. Seguramente ni siquiera puedo empezar a comprender las cosas que habrá pasado en la vida. Pero eso no implica que no respete el lugar que se ha hecho en el mundo y bajo sus propios códigos.
– Ya veo. ¿Y por todo ese gran respeto que tiene hacia mí ha decidido atravesarme el corazón con una bala?
Sophy apretó los labios.
– Entiendo por qué escribió sus Memoirs. Hasta comprendo que le haya dado una oportunidad a sus amantes para que, mediante una suma de dinero, puedan liberarse de la publicación de sus nombres. Pero fue demasiado lejos al escoger a mi esposo como su próxima víctima. No permitiré que se publiquen esas cartas de amor para que todo el mundo las lea y se burle.
– Habría sido mucho más simple pagarme, señora, y así se habría evitado todos estos problemas.
– No puedo pagarle. Aceptar un chantaje es un recurso repulsivo y falto de todo honor. No caeré en eso. Solucionaremos esta cuestión aquí y ahora. Punto.
– ¿Sí? ¿Y qué la hace pensar que, si tengo la suerte de sobrevivir a esto, no llevaré a cabo mi idea original de publicar esas cartas?
– Usted ha aceptado mí desafío y, de ese modo, también aceptó arreglar este problema con pistolas.
– ¿Usted cree que yo obedeceré el acuerdo? ¿Cree que éste será el fin de la cuestión, independientemente del resultado del duelo?
– No se habría molestado en presentarse hoy aquí si no hubiera querido terminar todo esto ahora.
Charlotte inclinó la cabeza.
– Tiene razón. Así funciona este estúpido código masculino, ¿no? Entonces solucionaremos aquí y ahora la cuestión, con pistolas.
– Sí. Y entonces acabará.
Charlotte meneó la cabeza, divertida.
– Pobre Ravenwood. Me pregunto sí tendrá idea de la esposa que se ha buscado. Usted debe de ser algo así como un shock para él, después de Elizabeth.
– No estamos aquí para hablar de mi esposo y de su ex esposa -dijo Sophy entre dientes. El aire del crepúsculo estaba frío, pero de pronto Sophy tomó conciencia de que estaba transpirando. Tenía los nervios destrozados. Ya quería terminar con todo eso de una vez.
– No, estamos aquí porque su sentido del honor así lo demanda y porque piensa que yo lo comparto con usted. Una postura interesante. Ahora… ¿usted comprende que esta definición de honor que estamos aplicando esta mañana es la definición masculina de tal concepto?
– Aparentemente, no hay otra definición del honor más que la que exige respeto -dijo Sophy.
Los ojos de Charlotte se encendieron.
– Ya veo. Y usted quiere el respeto de Ravenwood, como mínimo, ¿verdad, señora?
– Creo que ya hemos discutido lo suficiente esta cuestión-dijo Sophy.
– Me parece muy bien lo del respeto, señora -continuó Charlotte, con aire pensativo-, pero le aconsejo que no pierda su tiempo tratando de conseguir el amor de Ravenwood. Todos saben que después de lo que sufrió con Elizabeth, jamás volverá a arriesgarse a amar. De rodas maneras, le pido me permita decirle que no vale la pena levantarse a esta hora por el honor de ningún hombre, y que tampoco vale la pena arriesgarse tanto por un hombre.
– Aquí no se trata del honor de un hombre, ni del amor de ese hombre -dijo Sophy fríamente.
– No, ya veo. Esto involucra su honor y su amor. -Charlotte sonrió-. Acepto que ambas cosas no son algo para tomar a la ligera. Que bien vale la pena derramar un poco de sangre por ellas.
– ¿Entonces empezamos? -El temor hizo presa de Sophy cuando se volvió hacia Anne, que estaba cerca de ellas, sosteniendo el estuche con las pistolas-. Estamos listas. No tiene caso seguir esperando.
Anne miró a Sophy y luego a Charlotte.
– He hecho algunas averiguaciones respecto de qué debe decirse en estos casos. Debemos seguir ciertos pasos antes que yo proceda a cargar las pistolas. Primero: es mi deber decirles que existe una alternativa honorable antes que llevar a cabo este desafío. Les pido a ambas que la consideren.
Sophy frunció el entrecejo.
– ¿Qué alternativa?
– Usted, lady Ravenwood, es la retadora. Pero si la señorita Featherstone le ofrece sus sinceras disculpas por la ofensa cometida, causante de este duelo, entonces se dará por terminada la cuestión sin necesidad de que se dispare ni una sola bala.
Sophy parpadeó.
– ¿Todo esto puede terminarse con una simple disculpa?
– Debo hacer hincapié en que es una alternativa honorable para ambas. -Anne miró a Charlotte Featherstone.
– Qué fascinante -murmuró Charlotte-. Poder salir de todo esto sin una sola manchita de sangre en la ropa. Pero no estoy segura de querer disculparme.
– Depende de usted, claro -dijo Sophy.
– Bueno, es demasiado temprano para esto, ¿no cree? Y creo firmemente en que hay que tomar el camino más sensato que una tiene a mano. -Charlotte le sonrió-. ¿Está completamente segura de que su honor quedará intacto si yo simplemente me disculpo?
– Tendría que prometer que no publicará esas cartas de amor -le recordó Sophy, presurosa. Antes de que Charlotte pudiera responder, se escucharon pisadas de caballo.
– Debe de ser Jane -dijo Anne con tono muy aliviado-. Sabía que vendría. Debemos esperarla porque es una de las madrinas.
Sophy miró a su alrededor y en ese momento se dibujó claramente la figura de un tordo entre los árboles rodeados por la niebla. El animal se precipitaba a toda marcha hacia ellas, como un fantasma. Un fantasma que traía al demonio.
– Julián -susurró Sophy.