– ¿Y bien? No me tengas en suspenso. Éste no es el final del asunto. Lo sé. ¿Qué harás ahora, Sophy?
Sophy miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos por un momento.
– Me parece que sabemos dos cosas con seguridad, respecto del anillo. La primera es que perteneció a un hombre que era miembro de una asociación secreta, de la que pasó a formar parte en Cambridge, tal vez. Y la segunda es que esta asociación, indudablemente, se dedicaba a prácticas sexuales de muy baja reputación.
– Creo que tienes razón -coincidió Anne-. Tu pobre hermana fue la víctima de un hombre que usaba a las mujeres para sus maléficos fines.
– Ya sabíamos eso-dijo Jane-. ¿Qué sabemos ahora?
Sophy apartó la mirada de la calle y la concentró en sus amigas.
– Me parece que sólo hay una persona que puede conocer a los hombres que usaban estos anillos.
Jane abrió los ojos desmesuradamente.
– No te referirás a…
– Por supuesto -dijo Anne de inmediato-. ¿Por qué no pensamos en eso? Debemos contactarnos con Charlotte Featherstone de inmediato para ver qué puede decirnos ella acerca del hombre que pudo usar este anillo. Sophy, escribe la nota para ella esta tarde. Yo se la enviaré disfrazada otra vez.
– Tal vez ella decida no responder -comentó Jane, esperanzada.
– Quizá, pero es el último recurso que me queda, excepto el de volver a ponerme el anillo en público para ver quién reacciona.
– Es demasiado peligroso -dijo Anne de inmediato-. Cualquier hombre que lo viera y lo reconociera, podría pensar que tú estabas también involucrada en ese culto.
Sophy se estremeció, al recordar al hombre de la capa negra con la capucha. La más extraña de las emociones. No, debía ser muy cuidadosa en no atraer la atención de nadie más con ese anillo.
La respuesta de Charlotte Featherstone llegó pocas horas después. Anne se la llevó a Sophy de inmediato. Sophy rompió el sobre, en una mezcla de entusiasmo y excitación.
«De una mujer honorable a otra:
Me halaga al tener a bien solicitarme lo que ha dado en llamar información profesional. En su carta me comunica que está tratando de recabar datos sobre un recuerdo de familia y que sus investigaciones la han llevado a concluir que tal vez yo pueda colaborar con usted. Me complazco en referirle que le ofreceré la poca información que poseo, aunque permítame decirle que el familiar que le dejó ese recuerdo me merece muy baja estima. Quienquiera que haya sido, obviamente tenía malas intenciones.
En el transcurso de los años, recuerdo cinco hombres que han utilizado ese anillo en mi presencia. Dos de ellos han muerto ya y, para ser franca, el mundo nada ha perdido con esas muertes. Los otros tres son: lord Utteridge, lord Varley y lord Ormiston. No sé cuáles son sus planes para el futuro, pero le aconsejo cautela. Le aseguro que ninguno de esos tres es buena compañía para una mujer, y mucho menos para alguien que ocupa su lugar en la sociedad. Dudo en hacer esta sugerencia, pero quizá lo mejor sea que discuta este asunto con su esposo antes de seguir adelante por las suyas.»
La carta estaba firmada por C. F. El corazón de Sophy latía rápidamente. Al menos, tenía nombres. Uno de esos tres bien podría haber sido el causante de la muerte de Amelia.
– De alguna manera, tengo que ingeniármelas para encontrarme con estos tres individuos -dijo Sophy a Anne.
– Utteridge, Varley y Ormiston -repitió Anne, pensativa-. Oí hablar de ellos. Todos se mueven muy libremente en la sociedad, aunque tienen una reputación que no es de las mejores. No será difícil conseguir invitaciones para las fiestas y reuniones donde estos caballeros estén invitados también.
Sophy asintió y volvió a doblar la carta de Featherstone.
– Me temo que mi libreta de citas estará más llena que nunca.
14
Waycott estaba poniéndose pesado y no por primera vez. Sophy cada vez se sentía más molesta por su presencia. Frunció el entrecejo por encima del hombro de lord Utterídge, que la conducía a la pista de baile. Con alivio, advirtió que Waycott salía, aparentemente, hacia los jardines.
Ya era hora de que la dejara en paz por esa noche, pensó Sophy. Finalmente, había conseguido que le presentaran al primer hombre de la lista, lord Utteridge, quien, a pesar del aspecto disipado que presentaba en ese momento, evidentemente había sido apuesto en su juventud. Claro que a Sophy no le había resultado sencillo conseguir esa invitación. Desde que había llegado a la fiesta, Waycott no hizo más que revolotear alrededor de ella, tal como lo había hecho repetidas veces, durante las dos últimas semanas.
Sophy pensó que le había resultado muy difícil localizar a Utteridge,, mucho más de lo que ella, Anne y Jane habían anticipado. Y para colmo, Waycott siempre se interponía en todo lo que ella deseaba hacer esa noche. Afortunadamente, a último momento, Anne logró dar con la información referente a la lista de invitados a la fiesta de esa noche. Por supuesto, Sophy no quería desperdiciar todo el tiempo y el esfuerzo que habían sido necesarios para que ella también estuviera incluida en esa lista.
La información disponible respecto de lord Utteridge era muy escueta.
– Me he enterado que ha despilfarrado toda su fortuna en los juegos de azar y que ahora está buscando una esposa rica -le había explicado Anne esa tarde-. En este momento, trata de llamar la atención de Cordelia Biddie, que ha sido invitada a la fiesta de los Dallimore, esta noche.
– Seguramente lady Fanny logrará que me inviten a mí también -le contestó Sophy, hipótesis que resultó correcta. Si bien a lady Fanny le llamó la atención el interés de Sophy por participar de una reunión que, sin duda, sería aburrida, se conectó con la anfítriona para hacerla invitar.
– No me resultó para nada difícil, querida -le había dicho lady Fanny-. Últimamente, toda anfitriona re considera un valioso premio.
– Supongo que es el poder del título de Julián -había dicho Sophy, pensando que, si Anne estaba en lo cierto, echaría mano de ese mismo poder para castigar al seductor de Amelia.
– Obviamente, el título de los Ravenwood ayuda -coincidió Harriette, levantando la vista de un libro que estaba leyendo- pero también debes saber, querida, que no eres tan popular sólo porque eres condesa.
Sophy se sorprendió momentáneamente por ese comentario y luego sonrió.
– No necesitas entrar en detalles, Harry. Tengo plena conciencia de que debo la popularidad que hoy rengo al simple hecho de que, hasta tos miembros de la alta sociedad, padecen de jaquecas, problemas digestivos y ataques de hígado. Juro que a todas las fiestas y reuniones que voy, termino recetando alguna medicina, como si fuera una boticaria.
Harriette había intercambiado una simpática sonrisa con Fanny y luego volvió a dedicarse a la lectura.
Pero el plan resultó. Sophy recibió una cordial bienvenida por parte de la entusiasmada anfítriona, quien jamás había soñado con contar con la presencia de la condesa de Ravenwood en su reunión. Después de eso, sí fue sencillo rastrear a lord Utteridge. De no haber sido por las insistentes peticiones de Waycott para que Sophy bailase una pieza con él, todo habría salido a pedir de boca.
– Me aventuro a decir que a Ravenwood le parecerá un cambio drástico tenerla a usted como esposa después de su primera experiencia en la materia -murmuró Utteridge, con un tono pegajoso.
Sophy, que había estado esperando ansiosamente que él rompiera el hielo, sonrió alentadoramente.
– ¿Conoció usted bien a la primera esposa de lord Ravenwood, señor?
La sonrisa de Utteridge le resultó desagradable.
– Digamos que tuve el placer de mantener varias conversaciones íntimas con ella. Era una mujer fascinante. Lo impactaba a uno con su sola presencia. Encantadora, misteriosa, cautivadora. Con sólo una sonrisa, era capaz de dejar a cualquier hombre embelesado durante varios días. Pero creo que también era peligrosa.
Un súcubo. Sophy recordó el extraño diseño sobre el anillo negro. Más de un hombre habrá sentido la necesidad de protegerse de una mujer así, aun cuando voluntariamente hubiera caído en las redes de Elizabeth.
– ¿Visitaba con frecuencia a mi esposo y a Elizabeth en Ravenwood? -preguntó Sophy, tan casualmente como pudo.
Utteridge sonrió.
– Ravenwood rara vez recibía visitas con su esposa. Al menos, después de los primeros meses posteriores a la boda. Ah, aquellos primeros meses fueron bastante divertidos para nosotros, debo decir.
– ¿Divertidos? -Sophy sintió escalofríos.
– Sí, por cierto -dijo Utteridge, con gran placer-. Durante ese primer año, hubo muchas escenas en público, lo que distrajo enormemente a la alta sociedad. Pero después de eso, Ravenwood y su esposa comenzaron a llevar vidas separadas. Algunos dicen que Ravenwood estaba a punto de iniciar juicio por separación y divorcio cuando Elizabeth falleció.
Julián debió de haberse sentido muy avergonzado con todos esos espectáculos en público. Con razón había expresado tan puntualmente que no quería que Sophy se convirtiera en el centro de comentario de todo el mundo. La muchacha trató de retomar su pregunta inicial.