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Tal vez hubiera luz en ella después de todo, aunque hubiera perdido el brillo por culpa de las circunstancias.

Esa tarde su casa le había parecido un…

En fin, le había parecido un hogar.

Después de la representación teatral y mientras salía de Merton House, reconoció que albergaba sentimientos encontrados. Quería ver de nuevo a Cassandra. Quería entrar de nuevo en su dormitorio. Quería hacerle el amor otra vez, quizá con un poco más de delicadeza y prestándole un poco más de atención a fin de que ella también disfrutara.

Pero al mismo tiempo le resultaba incómodo hacerlo en esa casa. Tal vez debiera haber alquilado una casa donde verse con ella. Tal vez debiera hacerlo.

Lo pensaría al día siguiente.

CAPÍTULO 10

Cassandra esperó a oscuras, sentada en la salita de estar. Se había puesto un camisón de seda y encaje que rara vez usaba. Sobre la prenda llevaba una vaporosa bata. Todo de color blanco. Se había cepillado el pelo y se lo había recogido en la nuca con una cinta blanca.

Como una novia a la espera del novio, pensó.

Menuda ironía.

Para colmo, era incómodo estar tan desabrigada con el frío que hacía en la salita.

El conde llegó tarde. Aunque no esperaba que llegara temprano, claro. Se mantuvo atenta al sonido de los cascos de algún caballo sobre los adoquines, al tintineo de los arneses o al traqueteo de las ruedas de un carruaje, de ahí que se sorprendiera al escuchar que alguien llamaba suavemente a la puerta.

Había ido andando.

Al abrir, vio que llevaba una capa larga de color negro y un sombrero de copa de seda, que se quitó nada más verla. Lo vio esbozar una sonrisa gracias a la luz de una de las farolas, y se percató del movimiento de la capa cuando se acercó a la puerta.

Era una mezcla de oscuridad, luz y virilidad.

Se le aceleró la respiración por una mezcla de temor y de…

En fin.

– Cassandra -lo oyó decir-, confío no haber llegado demasiado tarde.

Entró en el vestíbulo y cerró la puerta con el pestillo mientras la llama de la vela del candelabro oscilaba por la corriente de aire.

– Solo son las once y media -replicó ella-. ¿Ha pasado una noche agradable? -le preguntó mientras echaba a andar hacia la escalera, apagando la vela de camino.

Supuso que en un par de semanas esa escena se habría convertido en algo rutinario. Tal vez incluso tedioso. Y el tedio podía ser agradable. Porque esa noche sentía el corazón tan desbocado que casi le faltaba el aliento. Estaba tan nerviosa como una novia, aunque ya hubieran hecho eso mismo la noche anterior y a esas alturas debiera ser más fácil.

Aunque la noche anterior había sido diferente, por supuesto. Entonces no era su amante, no estaba empleada para ofrecerle ese servicio. No le había pagado de antemano.

– Sí, gracias -contestó él-. He cenado con Moreland y mi hermana, que también tenían otros invitados, y después hemos ido al teatro.

Y después del teatro acudía a casa de su amante. La típica noche de un caballero.

Le alegró que el dormitorio de Alice se encontrara en el último piso, al lado del que ocupaban Mary y Belinda, y no en el primero. Aunque cuando se mudaron intentó convencerla de que ocupara el dormitorio contiguo al suyo, Alice adujo que en la calle había mucho ruido y que después de haber vivido diez años en el campo sería muy molesto. De modo que prefirió la tranquilidad del último piso.

Al llegar al pasillo de su dormitorio, Cassandra apagó la vela y entró en su habitación. Lord Merton la siguió, cerrando la puerta al entrar. Había luz suficiente. Había girado un poco los espejos del tocador como la noche anterior, de forma que la luz de la solitaria vela se reflejara por toda la estancia.

– ¿Le apetece una copa de vino? -Atravesó el dormitorio en dirección a la bandeja que había dejado en una de las mesillas de noche. El vino había sido un exceso, pero pudo permitírselo.

– Gracias -lo oyó decir.

Sirvió una copa para cada uno y le ofreció una a él, que seguía de pie cerca de la puerta. Había dejado la capa sobre el respaldo de una silla y el sombrero sobre el asiento de la misma. Bajo la capa llevaba un traje negro, un chaleco con bordados en color marfil, una camisa blanca con el cuello perfectamente almidonado y una corbata anudada por un experto, aunque no tenía nada de ostentosa.

El conde de Merton no necesitaba la menor ostentación. Poseía suficiente apostura y carisma por sí mismo, de tal forma que podía prescindir de cualquier adorno.

Acercó su copa para brindar con él.

– Por el placer -dijo mientras lo miraba a los ojos con una sonrisa.

– Por el placer mutuo -añadió él, sosteniendo su mirada mientras bebían un sorbo.

A la parpadeante y tenue luz de la vela, el color de sus ojos siguió pareciéndole muy azul.

Lord Merton le quitó la copa de la mano y la colocó, junto con la suya, en la bandeja. Después se volvió para mirarla y extendió los brazos con las palmas de las manos hacia arriba.

– Ven -le dijo.

Puesto que estaba junto a la cama, Cassandra medio esperaba que la arrojara sobre el lecho sin más preámbulo y entrara en materia. En cambio, se limitó a abrazarla con delicadeza por la cintura.

– ¿Qué tal ha sido tu noche? -oyó que le preguntaba.

– He estado sentada en la salita de estar observando cómo Alice remendaba algunas cosas -contestó-. Pero yo no he hecho nada. Por vergonzoso que suene, debo admitir que me sentía perezosa.

En realidad, se había sentido muy inquieta, aunque había intentado disimular por todos los medios. Incluso le había costado admitirlo ante sí misma.

Hasta la noche anterior solo se había acostado con Nigel. Y su unión había estado bendecida por la santidad del matrimonio. No le había parecido pecaminoso entregarse a él.

¿Se lo parecía la situación actual? Tanto lord Merton como ella eran adultos y estaban de acuerdo en lo que hacían. Su relación no perjudicaba a nadie.

– En ocasiones la pereza es un lujo muy gratificante -comentó él.

– Sí que lo es -reconoció ella mientras colocaba las manos en ambos lados de su cintura. Sintió su calor corporal al instante.

Lord Merton la estrechó entre sus brazos, la pegó a su cuerpo desde las rodillas hasta el pecho y la besó.

En cierto modo fue inesperado. Y un tanto alarmante. Porque había decidido llevar las riendas de esa noche como lo había hecho la noche anterior. Había planeado desnudarlo muy despacio y explorar su cuerpo con los labios y las manos a fin de volverlo loco de deseo. De hecho, su intención era esa, pero…

Pero la estaba besando.

Y lo inesperado y alarmante era que no lo hacía de forma apasionada o lasciva. Era un beso delicado, suave y… ¿tierno?

Era un beso que resquebrajaba sus defensas.

Lord Merton la besó con los labios separados, explorando su boca con suavidad antes de acariciarla con la punta de la lengua. Después sus besos se trasladaron a los párpados, que ella había cerrado; a las sienes; a la sensible piel de detrás de la oreja y al cuello.

De repente, Cassandra notó un nudo en la garganta, como si estuviera a punto de echarse a llorar.

¿Por qué?

Porque esperaba pasión en el encuentro de esa noche. Deseaba dicha pasión. La pasión era una emoción que se limitaba al plano físico. Y ella pretendía que su relación se mantuviera en ese terreno. Que solo fuera sexual. Una palabra que cada vez le costaba menos pronunciar en su mente.

Lo único que quería de lord Merton era sexo.

Algo instintivo y carnal.

Quería sentir que se ganaba con creces cada penique de su salario.

Se percató de que lo estaba abrazando sin mover siquiera las manos, que seguían inmóviles, en su espalda. La estaba besando. Ella no hacía nada. Estaba recibiendo, no estaba dando nada.

No se estaba ganando el dinero que le pagaba.

Lord Merton levantó la cabeza. Aunque no sonreía, tenía un brillo alegre en los ojos. Se dio cuenta de que estaba apoyada por completo en él, entregada, relajada y casi rendida.