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– Alice Haytor.

– Deja que venga a veros a ti y a la señorita Haytor -le pidió.

Cassandra comenzó a balancear el pie de nuevo.

– Ella lo sabe.

– Y sin duda alguna cree que soy el demonio personificado -señaló-. ¿No quieres ver si soy capaz de engatusarla hasta que cambie de opinión?

– También sabe que todo es culpa mía, que yo te seduje -añadió Cassandra.

– Es imposible que lo sepa, porque no es verdad -la corrigió-. Me demostraste que estabas muy interesada en mí. No me sedujiste. Yo quise que el interés fuera mutuo. Eres hermosa. Y deseable. Merezco la reprobación de la señorita Haytor. Tomé las decisiones equivocadas con respecto a ti y a la atracción que sentía por ti. Permíteme intentar ganarme su respeto.

Cassandra volvió a suspirar.

– No te irás a menos que te salgas con la tuya, ¿verdad? -le dijo.

Se miraron a los ojos.

– Lo haré… si me pides que me vaya y que no vuelva a verte, lo haré -afirmó-. Si la verdadera lady Paget me lo pide, por supuesto. ¿Quieres que me vaya, Cassandra? ¿Quieres que salga de tu vida para siempre?

Lo miró un buen rato en silencio y después cerró los ojos.

– Sí -contestó al cabo de un momento-, pero soy incapaz de decirlo con los ojos abiertos. Stephen, ¿por qué te conocí?

– No lo sé -respondió-. ¿Quieres que lo descubramos juntos?

– Te arrepentirás -le aseguró.

– Es posible -convino Stephen.

– Yo ya me arrepiento -dijo ella.

– ¿Mañana por la tarde? -le preguntó.

– ¡Muy bien! -Abrió los ojos y volvió a mirarlo-. Ven si quieres.

Enarcó las cejas al escucharla.

– Ven -repitió ella-. Y le diré a Mary que no te meta una araña en la taza del té.

El comentario le arrancó una sonrisa.

– Y ahora vete -le ordenó ella-. Necesito dormir un poco aunque a ti no te haga falta.

Atravesó el dormitorio para ponerse la capa y coger su sombrero. Al volverse vio que Cassandra estaba de pie delante del sillón.

– Buenas noches, Cassandra -le dijo.

– Buenas noches, Stephen.

Regresó a casa andando y pasó todo el trayecto preguntándose en qué se había metido. Su vida parecía estar patas arriba desde hacía dos días.

¿De verdad estaban destinados a encontrarse? ¿Por qué? No se le ocurría otro motivo salvo evitar que Cassandra y sus amigas murieran de hambre.

Tendrían que descubrirlo juntos. Había ciertos acontecimientos en la vida, ciertos momentos, que se producían debido a una mano invisible, o eso creía. No obstante, esa mano no tenía poder para dictaminar la respuesta de cada persona. Los individuos implicados tenían la capacidad de reaccionar ante los acontecimientos o momentos. O de no reaccionar.

Estuvo lloviendo durante toda la mañana, pero a media tarde escampó y el cielo quedó despejado. El sol brillaba y las calles y las aceras se secaron.

– Hace un día perfecto para dar un paseo -porfió Alice, después de acercarse a la ventana de la salita para comprobar con sus propios ojos que estaba en lo cierto-. Llevamos unos cuantos días diciendo que vamos a pasear por Green Park, Cassie. Seguro que no está tan concurrido como Hyde Park.

– Cuando llegaste a casa para almorzar -le recordó Cassandra-, dijiste que se te caerían los pies a trocitos si tenías que dar un solo paso más.

Alice había pasado toda la mañana intentando encontrar alguna agencia que no hubiera visitado el día anterior y recorriendo aquellas en las que ya había dejado su nombre con la esperanza de que hubiera surgido algo de la noche a la mañana.

Había hecho ese comentario sobre sus pies antes de que Cassandra por fin se armara de valor para mencionar de pasada la visita del conde de Merton de esa tarde. Una visita formal para tomar el té con ellas, no para tratar de sus asuntos privados.

– Es increíble lo que un buen almuerzo, una taza de té y una hora de reposo pueden hacer para recuperar la energía -replicó Alice a la ligera-. Estoy lista para salir de nuevo… y esta tarde ni siquiera me mojaré.

– Le dije que estaría aquí cuando viniera a verme, Alice -señaló-. Sería una descortesía por mi parte no estar en casa después de todo, y tú me enseñaste a no ser maleducada. Además…

– Además, ¿qué? -Alice estaba enfadada. Se volvió desde la ventana y la miró con el ceño fruncido.

Cassandra no tenía nada sobre el regazo, ya que de un tiempo a esa parte parecía no poder concentrarse en la costura. No tenía nada a lo que mirar salvo a su antigua institutriz.

– Creo que nuestra… relación se ha acabado, Allie -confesó-. De hecho, así es. El acuerdo le resulta desagradable. Me parece que el principal motivo es que Belinda vive aquí. Dijo algo sobre mancillar su inocencia. Aunque no se trata solo de eso. Pienso que es un ángel de verdad. He hecho que un ángel se desvíe del buen camino. Se siente culpable. Quiere reparar el daño. Quiere empezar de nuevo, quiere que seamos amigos. ¿Has escuchado algo más absurdo en la vida? Pero también quiere seguir pegándome, y no sé cómo voy a poder rechazarlo, aunque debería hacerlo, por supuesto. No puedo aceptar un salario generoso solo por ser la amiga de otra persona, ¿verdad?

– Vamos a dar un paseo -insistió Alice con firmeza-, antes de que sea demasiado tarde. Coge tu bonete, no te pares siquiera a cambiarte de vestido.

Rehusó meneando la cabeza y clavó la mirada en las manos, que tenía en el regazo. Se examinó las uñas. Tenía que cortárselas. Se había puesto el vestido de muselina con el estampado de florecillas para la ocasión. Solo tenía ropa bonita, nada más. Nigel siempre había insistido en que vistiera bien.

– No quiero ni verlo -dijo Alice-, mucho menos verlo sentado junto a mí mientras tomamos el té. No me gusta, Cassie, y no me hace falta conocerlo en persona para saberlo. Te ha hecho daño.

– No, no es verdad. -Miró a su antigua institutriz con expresión triste-. Si alguien ha sufrido, ha sido él. El no me ha hecho daño. Es… es adorable, Allie.

Adorable y espantosamente inquietante.

Se había pasado toda la mañana, por no hablar del resto de la noche desde que él se marchó, rememorando su forma de hacerle el amor, recordando los anhelos y las sensaciones que le había provocado. Recordando ese dolor que no era doloroso y que no era otra cosa que deseo sexual. Había acabado admitiéndolo. Jamás había experimentado deseo sexual. Ni siquiera sabía que las mujeres pudieran sentirlo.

Y también se había pasado toda la mañana rememorando la conversación que mantuvieron después.

«Supongo que hubo un motivo para que nos fijáramos el uno en el otro en Hyde Park hace unos días… Y hubo un motivo por el que volvimos a encontrarnos al día siguiente en el baile de Meg. Creo en los motivos. Y en las consecuencias.»

Si había un motivo para todo, ¿por qué había conocido a Nigel?

«… algunas cosas suceden por un motivo en concreto. Estoy segurísimo. Nos conocimos por un motivo. Podemos intentar ahondar en él… o no. El destino no marca las consecuencias».

Stephen había encontrado la solución para que el destino y el libre albedrío pudieran coexistir. ¡Qué inteligente!

«Vamos a empezar de nuevo, Cassandra. Vamos a darnos la oportunidad de ser amigos al menos. Deja que te conozca. Conóceme a mí. Tal vez merezca la pena conocerme.»

¿No tenía bastante con lo que sabía de ella? Le había dicho, en dos ocasiones, que había matado a Nigel. ¿Qué más necesitaba saber sobre una persona que admitía tal cosa?

«Tal vez merezca la pena conocerme.»

– Tal vez merezca la pena conocerlo -le dijo a Alice.

– ¿Después de lo que te ha hecho? -Alice se dirigió de nuevo a su asiento y se dejó caer en él-. Y no vuelvas a decirme que tú lo sedujiste, Cassie. Tenías motivos para hacerlo, aunque bien sabe Dios que me opuse con uñas y dientes desde el principio. El conde de Merton carece de excusas por haberse dejado seducir salvo su condición de hombre. Y si un hombre necesita una mujer tan desesperadamente, ¿por qué no se casa? ¡Para eso están las esposas!