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Se quedó helada cuando lo vio volverse para mirarla.

– Cassie -le dijo con expresión desolada.

– Wesley.

Entró y cerró la puerta tras ella. Alice había desaparecido.

– Cassie, yo… -comenzó su hermano, pero se detuvo y tragó saliva con fuerza. Se pasó los dedos por el pelo, un gesto que a ella le resultó muy familiar-. Iba a decir que no te reconocí el otro día, pero habría sido una tontería, ¿verdad?

– Sí -convino ella-. Habría sido una tontería.

– No sé qué decir -reconoció Wesley.

Aunque no lo había visto mucho durante los últimos diez años, siempre lo había querido con locura. Porque lo sentía como suyo. Qué tonta había sido.

– Tal vez podrías empezar contándome qué ha pasado con el recorrido por las Highlands -propuso.

– ¡Ah! -Exclamó su hermano-. Es que unos cuantos amigos… ¡A la porra con las excusas! Cassie, no había ningún recorrido.

Se quitó el bonete, que soltó junto con el ridículo en una silla cercana a la puerta, y después se acercó a su sillón habitual para sentarse junto a la chimenea.

– Debes entender que papá no dejó mucho dinero… más bien no dejó nada. Así que este año me había propuesto comenzar a buscar en serio una novia que pueda aportar una buena fortuna al matrimonio. No quería que aparecieras y lo arruinaras todo. Este año no.

En ese instante comprendió que su hermano había hecho algo parecido a lo que había hecho ella: buscar a alguien que solucionara sus problemas económicos.

– Supongo que tus posibilidades de contraer un buen matrimonio se reducirán por culpa de esa hermana que asesinó con un hacha a su marido, ¿verdad? Lo siento.

– Nadie se cree esa parte de la historia -replicó Wesley-. Me refiero a lo del hacha.

El comentario le arrancó una sonrisa mientras observaba cómo comenzaba a pasearse nervioso una vez más.

– Cassie -dijo su hermano-, aquella vez que fui a verte cuando tenía diecisiete años, ¿te acuerdas? Tenías los restos amarillentos de un moratón en un ojo.

«Ah, ¿sí?», se preguntó ella para sus adentros. No recordaba que las visitas de Wesley hubieran coincidido con alguna de las numerosas palizas que había recibido.

– Me golpearía con la puerta de mi dormitorio -adujo-. Creo recordar que me sucedió en una ocasión.

– Con la puerta de los establos -la corrigió-. Cassie, Paget… ¿Paget llegó a pegarte?

– Un hombre tiene derecho a disciplinar a su esposa cuando lo desobedece, Wesley -señaló ella.

Su hermano la miró con gesto ceñudo y preocupado.

– Ojalá me hablaras con tu verdadera voz, Cassie, no con ese tono… tan sarcástico. ¿Te pegó?

Lo miró en silencio un buen rato.

– Era un bebedor ocasional -respondió al postre-. Cuando bebía, lo hacía durante dos o tres días seguidos y sin parar. Y después… se volvía muy violento.

– ¿Por qué no me lo dijiste? -Le reprochó Wesley-. Habría… -Dejó la frase en el aire.

– Wes, era su legítima esposa -le recordó-. Y tú solo eras un muchacho. No podrías haber hecho nada.

– ¿Lo mataste? -Le preguntó su hermano-. Dejando el hacha al margen, ¿lo mataste? ¿Fue en defensa propia, mientras te pegaba?

– Eso no importa -respondió-. No hubo testigos que puedan hablar, así que no hay pruebas. Merecía morir y lo hizo. Nadie merece que lo castiguen por haberlo matado. Déjalo estar.

– ¡Sí que importa! -la contradijo-. A mí me importa. Solo quiero saberlo. Aunque la verdad no va a cambiar nada. Me siento profundamente avergonzado de mí mismo. Y espero que me creas y que me perdones. He estado todo este tiempo pensando solo en mí, pero eres mi hermana y te quiero. Fuiste una madre para mí cuando era pequeño. Nunca me sentí solo ni desamparado aunque papá se pasara días fuera apostando en las mesas de juego. Déjame… por lo menos déjame apoyarte, Cassie. Reconozco que es muy tarde, pero espero que no lo sea demasiado.

– No hay nada que perdonar, de verdad -aseguró ella-. Wes, de vez en cuando todos hacemos cosas egoístas y despreciables en la vida, pero esos momentos no llegan realmente a definirnos si contamos con una conciencia lo bastante fuerte para impedir que nos convirtamos en personas egoístas y despreciables. Yo no maté a Nigel. Pero no diré quién lo hizo. Ni a ti ni a nadie. Jamás. Así que seguiré siendo la principal sospechosa del crimen aunque se dictaminara que su muerte fue accidental. La mayoría de la gente siempre creerá que yo lo maté. Pero eso no me afecta.

Wesley asintió con la cabeza.

– La dama con la que te vi en el parque -siguió ella-, ¿sigues cortejándola?

– Tenía muy mal genio -contestó su hermano con una mueca.

– ¡Vaya! Veo que escapaste a tiempo -comentó con una sonrisa.

– Sí.

– Ven y siéntate -lo invitó-. Si sigo mirándote así, acabaré con el cuello dolorido.

Wesley se sentó en el sillón adyacente al suyo. Cassandra le tendió la mano y él la aceptó, dándole un apretón. La lluvia golpeaba los cristales de la ventana. El ambiente resultaba casi acogedor.

– Wes -dijo-, ¿conoces a algún buen abogado?

CAPÍTULO 16

Stephen había pasado otra mala noche. No debería haberse inmiscuido en asuntos que no eran de su incumbencia. No debería haber ido a ver a Wesley Young, y desde luego que no debería haber interrogado a la criada, ni siquiera para preguntarle qué le había pasado al perro.

No tenía por costumbre interferir en los asuntos de los demás.

En el fondo esperaba no volver a ver a Cassandra. Quería retomar su plácida vida de antes. ¿Había sido plácida de verdad?

¿Tan aburrido era… a la avanzadísima edad de veinticinco años?

En el fondo esperaba no volver a verla. Porque si la veía, una parte de su mente se pondría a dar saltos con algo muy parecido a la felicidad.

En ese momento caminaba con su hermana Vanessa por Oxford Street, ya que había ido a verla por la mañana y ella se había quejado de que estaba aburrida porque los niños seguían dormidos y Elliott estaba fuera de la ciudad y seguro que regresaría con el tiempo justo para arreglarse e ir al baile de esa noche, justo cuando ella necesitaba desesperadamente una cinta de encaje con la que reemplazar el bajo roto del vestido que quería ponerse.

Ya habían comprado el encaje cuando oyó que Vanessa exclamaba encantada. Siguió la mirada de su hermana y vio a Cassandra, que caminaba hacia ellos del brazo de su hermano.

En ese momento una parte de sí mismo, ¿tal vez el corazón?, saltó de felicidad. Cassandra estaba muy elegante y guapa con un vestido de paseo rosa claro y el mismo bonete que había llevado al té al aire libre. Tenía las mejillas sonrosadas y parecía muy contenta.

Se quitó el sombrero y le hizo una reverencia.

– Señora -la saludó-. Young. Una tarde preciosa, ¿verdad?

Young pareció avergonzarse de repente al verlo.

– Desde luego -contestó Cassandra-. ¿Cómo está, excelencia? ¿Y usted, milord?

– Estoy de maravilla -contestó Vanessa-. Es sir Wesley Young, ¿verdad? Creo que ya nos han presentado.

– Así es, excelencia -convino el aludido, que la saludó con una inclinación de cabeza-. Lady Paget es mi hermana.

– ¡Qué bien! -Exclamó Vanessa con una cálida sonrisa-. No sabía que tuviera familia en la ciudad, lady Paget. Me alegro mucho por usted. ¿Tiene pensado asistir al baile de lady Compton-Haig esta noche?

– Pues sí -contestó Cassandra-. He recibido una invitación.

Eso quería decir que la había aceptado. Hasta ese momento Stephen ignoraba si prefería que la aceptara o que no lo hiciera. Acababa de decidirse. Se alegraba mucho de que hubiera aceptado la invitación.

¿La expresión radiante de su rostro se debía a que su hermano la acompañaba? En ese caso, ya no se arrepentía de haberse entrometido en sus asuntos.