Выбрать главу

Cuando por fin llegó la hora del baile previo a la cena, se acercó a Cassandra para reclamarlo. Se encontraba con su hermano y un grupo de personas a las que no conocía. En un momento dado, ella se volvió y lo miró mientras se acercaba.

– Lady Paget -le dijo a modo de saludo-, creo que esta pieza me corresponde.

– Desde luego, lord Merton -replicó ella con su voz aterciopelada al tiempo que le colocaba la mano en el brazo.

¡Qué formalidad! El té al aire libre le pareció un sueño lejano. Qué raro que recordara con más claridad el té que las dos noches que había pasado en su cama.

– La pieza previa a la cena va a ser el vals -le dijo mientras la acompañaba a la pista-. ¿Me reservarás la última de la noche para volver a bailar?

– Te la reservaré -contestó ella.

Se colocaron en la pista de baile mirándose el uno al otro mientras el resto de las parejas ocupaban sus puestos.

– ¿Hay alguna novedad relevante en el floreciente romance de la señorita Haytor? -le preguntó con una sonrisa.

– ¡Desde luego que sí! -contestó Cassandra, que procedió a contarle lo del paseo por la tarde y la inminente fiesta de cumpleaños en el campo.

– ¿Con la familia del señor Golding? -le preguntó-. Creo que estamos muy cerca de una proposición matrimonial.

– Creo que ocurrirá muy pronto, sí -convino ella-. A lo mejor durante su estancia en Kent. Y creo que Alice será muy feliz. Estoy convencida de que abandonó las esperanzas de casarse hace ya muchos años, ¿no te parece? La preocupación que sentía por mí la mantuvo confinada en el campo durante todos esos años.

– No te culpes -le aconsejó, y no era la primera vez que lo hacía.

– Tienes razón -reconoció Cassandra con una carcajada-. No vas a permitir que me sienta culpable por todos los males del mundo, ¿cierto?

– Puedes estar segura de ello. -En ese momento reparó en el colgante que llevaba. Era la primera vez que la veía con joyas-. Es bonito -dijo, mirándolo. El extremo inferior del corazón casi le rozaba el canalillo.

– Era de mi madre -le informó ella, al tiempo que acariciaba la joya con una mano enguantada-. Mi padre se lo regaló cuando se casaron y fue el único objeto de valor perteneciente a la familia que jamás se vendió. Wesley me lo ha dado antes de salir. -Sus ojos adquirieron un brillo sospechoso.

– Eso quiere decir que te has reconciliado con tu hermano, ¿no?

– Creo que el recuerdo del incidente del parque cuando pasó a mi lado fingiendo que ni me veía ni me conocía ha debido de pesarle mucho en la conciencia. A lo mejor incluso le ha robado el sueño. Ayer fue a verme.

– ¿Y no le guardas rencor? -quiso saber Stephen.

– ¿Por qué iba a hacerlo? Es mi hermano y lo quiero. Se mostró sinceramente arrepentido por haber sido un cobarde y por intentar obviar mi existencia. ¿Quién hubiera sufrido más si me hubiera negado a perdonarlo? La respuesta no es tan sencilla. Es posible que ambos hubiéramos sufrido por igual. ¿Y todo para qué? ¿Para satisfacer el orgullo herido o la indignación por la injusticia padecida? Lo importante es que Wesley estaba arrepentido de verdad y que fue a arreglar las cosas. Y ahora está arriesgando su reputación al aparecer en público conmigo y al presentarme a sus conocidos como su hermana.

De modo que Wesley Young no le había mencionado la visita que le hizo el día anterior, pensó él, que agradeció mucho el gesto. Aun cuando hubiera tenido un final feliz, no tenía ningún derecho a inmiscuirse en la vida de Cassandra y ella podría recriminarle que lo hubiera hecho.

Aunque no se arrepentía. Las rencillas familiares eran algo muy triste.

La orquesta tocó un acorde y al escucharlo le hizo una reverencia a Cassandra que ella correspondió. Acto seguido, le colocó una mano en la cintura con una sonrisa y le cogió la mano derecha. Cassandra le devolvió la sonrisa mientras le ponía la mano izquierda en el hombro.

– Creo que el vals es el baile más bonito de todos -dijo ella-. Llevo toda la noche deseando que llegara este momento. Eres un gran bailarín. Tienes un hombro y una mano firmes y fuertes, y hueles divinamente. -Stephen no apartó la mirada de sus ojos y Cassandra acabó soltando una carcajada-. Y aquí estoy yo, hablando de forma tan escandalosa como lo hice en el baile de tu hermana hace una semana. Debería fingir ese tedio que está tan en boga. Debería fingir que es una especie de tortura dejarme llevar por la pista de baile contigo.

Sus palabras le arrancaron una carcajada.

Sin embargo, sus miradas siguieron entrelazadas y los ojos verdes de Cassandra chispearon de alegría y felicidad. La hizo girar para comenzar a bailar y continuó girando con ella hasta que el mundo se convirtió en un remolino de luz y color con ella como magnífico eje central.

Cassandra.

Cass.

Estaba sonriente, con las mejillas sonrojadas, los labios entreabiertos y la espalda arqueada a fin de mantener la distancia adecuada entre ambos. No importaba. De todas formas percibía su calor corporal. Lo olía, y también la olía a ella. Una mezcla de perfume suave y mujer. El olor de la seducción.

Se detuvieron un instante entre melodías, pero no hablaron ni dejaron de mirarse, y después siguieron bailando, aunque la orquesta interpretó una melodía más lenta e infinitamente más emotiva.

Le gustaba de verdad, le había dicho a Vanessa. Menudo eufemismo…

El sonrojo de sus mejillas se intensificó y él comenzó a sentirse acalorado. El olor de las flores se tornó opresivo. Incluso la música pareció sonar de repente a un volumen demasiado alto.

Pasaron bailando junto a unas puertas francesas, que estaban abiertas para que el aire de la noche refrescara el ambiente. Un poco más adelante había otras y al llegar, Stephen ejecutó un giro que los llevó al exterior, a un balcón amplio que por suerte estaba desierto.

Y en el que también por suerte se estaba muy fresquito. Siguieron bailando, pero sin más giros. Sus pasos fueron ralentizándose poco a poco, y en un momento dado, se colocó la mano derecha de Cassandra sobre el corazón. La otra mano, la que descansaba en su hombro, fue ascendiendo hasta detenerse en su nuca. En ese instante la abrazó por la cintura y la acercó a él de modo que sus torsos y sus mejillas quedaron pegados.

Ni siquiera pensó en el decoro, ni en la realidad, ni en las formas que normalmente eran algo instintivo en él.

Dejaron de bailar cuando la música acabó, pero no se separaron. Se mantuvieron muy juntos en silencio unos instantes, con los ojos cerrados. Al menos él los tenía cerrados.

Después enderezó la cabeza y Cassandra hizo lo propio. Se miraron a los ojos a la parpadeante luz del farolillo colgado en una esquina del balcón.

Se besaron.

No fue un beso ardiente, pero sí un poco más apasionado que el que habían compartido durante el té al aire libre. Fue un beso la mar de elocuente, que dejó claras muchas cosas sin necesidad de palabras.

Y no se apresuró a ponerle fin. Porque una vez que acabara, tendría que usar dichas palabras, y no sabía qué iba a decir. Ni lo que iba a decir Cassandra.

Cuando por fin se apartó, la miró con una sonrisa. Que ella correspondió.

Y fueron conscientes, casi al unísono, de que tenían público. Unas cuantas personas debían de haber decidido salir en busca de aire fresco una vez finalizado el vals. Y algunas otras debían de haber mirado hacia las puertas francesas y ver la escena recortada contra la luz del farolillo. Otros posiblemente se hubieran acercado por la curiosidad de descubrir aquello que había llamado la atención de los dos primeros grupos.

En todo caso, era un público vergonzosamente numeroso, y saltaba a la vista que había presenciado el beso. Cierto que no había sido un beso impúdico, pero cualquier tipo de beso era impúdico en público, sobre todo si los que se besaban eran dos personas que no tenían excusa alguna para besarse.