Pero no puedo hacerlo, Stephen. No puedo. Por tu bien y por el mío. Seríamos desdichados. Los dos. Créeme que lo seríamos.
A él se le heló el corazón. No había máscara alguna en ese momento. La voz de Cassandra temblaba por la sinceridad de sus palabras.
Casarse era algo que no podía volver a hacer. Una vez había sido suficiente. Había sido demasiado.
No había argumento alguno que pudiera hacerla cambiar de opinión.
Y así lo dejaba en libertad, aunque ya no quería ser libre. Tal vez al día siguiente viera las cosas de otro modo. Tal vez al día siguiente recuperara el sentido común.
Se produjo un largo silencio, durante el cual se sentó en el sillón situado frente al que ocupaba ella. Se acomodó contra el respaldo y apoyó un codo en el reposabrazos antes de descansar el peso de la cabeza en la mano.
No podía sentirse aliviado porque estaba experimentando otros sentimientos mucho más fuertes.
Decepción.
Pena.
Desconcierto. Desesperación.
Y en ese momento se le ocurrió algo.
– Cass, ¿estarías dispuestas a aceptar un término medio? -le preguntó.
– ¿Casarme contigo a medias? -precisó ella con una sonrisa ligeramente adusta y una mirada… ¿anhelante?
– Déjame publicar el anuncio del compromiso en los periódicos -le suplicó-. No, no niegues todavía con la cabeza. Espera a oír lo que se me ha ocurrido. Déjame celebrar una fiesta de compromiso en Merton House. Sigamos comprometidos lo que queda de temporada social. Después podrás romper el compromiso de forma discreta durante el verano, cuando la alta sociedad se haya dispersado por todo el país. Decidiremos juntos de qué manera vas a mantenerte el resto de tu vida. Pero al menos…
– No voy a necesitar tu ayuda para eso, Stephen -lo interrumpió-. Incluso podré devolverte el dinero que me has dado. Hoy mismo he ido a ver a un abogado con Wesley y está convencido de que puede recuperar mis joyas y conseguirme el dinero que me pertenece según el contrato matrimonial y el testamento de Nigel. Y también podré usar la casa de Londres, e incluso la residencia de la viuda, aunque esta última no la quiero. Bruce me intimidó hasta hacerme creer que debía elegir entre mi libertad y lo que me correspondía de la herencia como viuda de su padre, pero no me habría dado esa opción si hubiera creído posible que me condenaran por asesinato, ¿verdad? Hace muy poco que he caído en ese detalle y he decidido dejar de huir y plantarle cara. Después de todo, voy a tener una vida bastante acomodada. Voy a ser independiente.
Se alegró muchísimo por ella. Ojalá se le hubiera ocurrido a él, ya que Cassandra tenía toda la razón. Paget lo había apostado todo a que podía avasallar a la mujer que su padre había aterrorizado durante nueve años.
Sin embargo, una breve reflexión le hizo cambiar de idea. Era bueno para Cassandra que se le hubiera ocurrido a ella, que hubiera sido ella quien encontrara la manera de encauzar su vida y su futuro, y lo más importante, la manera de empezar a cerrar heridas.
– ¿Y qué vas a hacer con tu independencia? -le preguntó.
– Compraré una casita en un pueblo y viviré feliz para siempre en completo anonimato -contestó ella. Y le sonrió de verdad-. ¿Me deseas lo mejor, Stephen?
– Y eso es preferible a casarte conmigo -dijo él. No era una pregunta. La respuesta era evidente, y lo alegraba y entristecía a un tiempo.
– Sí -respondió ella en voz baja-. Pero voy a aceptar ese término medio, Stephen. Tienes derecho a tu caballerosidad. No voy a humillarte delante de toda la alta sociedad cuando has sido tan amable conmigo. Publica el anuncio del compromiso. Lo celebraré contigo y con quien quieras invitar a Merton House. Interpretaré el papel de la novia enamorada lo que resta de temporada social. Y después te dejaré libre.
O no.
No lo dijo en voz alta. Se limitó a mirarla y a asentir con la cabeza. Y ella le devolvió la mirada y sonrió.
– Ahora que por fin parece que podré devolverte todo el dinero que me has dado -dijo ella-, ¿puedo considerarme libre de cualquier obligación como tu amante?
– Por supuesto -respondió, muy dolido-. Pero nunca te he exigido nada en ese aspecto, Cass. Si te he impuesto mi compañía, no ha sido porque fueras mi amante, sino porque quería ayudarte.
– Lo sé, y te lo agradezco -confesó ella-. También soy libre, o lo seré en cuanto me sean devueltos mi dinero y mis pertenencias. Dado que se puede decir que soy libre, voy a hacerte una invitación libremente. Quédate esta noche.
Stephen sintió una repentina punzada de deseo y anhelo. Sin embargo, meditó su respuesta. ¿Sería lo más sensato? ¿Sabía Cass cómo evitar la concepción? ¿La pondría en peligro una tercera vez? Aunque ya era un poco tarde para preocuparse por eso, cuando habían sucedido dos encuentros previos.
– Sería muy humillante que dijeras que no -comentó ella con una sonrisa.
Su dama de compañía estaba en la casa, durmiendo en el último piso. Al igual que Mary y la pequeña Belinda. Ojalá…
– Debería ser lo más sencillo del mundo -añadió ella-, no lo más difícil.
– ¿El qué? -preguntó al tiempo que se ponía en pie y acortaba la escasa distancia que los separaba para colocar las manos en los reposabrazos de su sillón e inclinarse sobre ella.
– Seducir a un ángel -contestó Cassandra.
La besó.
No habría más sordidez entre ellos. Iba a casarse con ella. Ignoraba cómo lograrlo, pero definitivamente lo haría.
Cassandra iba a convertirse en su esposa.
La puso en pie, todavía abrazados, y la besó con pasión y creciente deseo.
– Creo que deberíamos continuar con esto arriba, Stephen -dijo ella a la postre, tras apartarse un poco.
– ¿Porque podrían interrumpirnos aquí? -preguntó con una sonrisa.
– ¿Como nos interrumpieron en el balcón del salón de baile hace un rato? -replicó ella-. No, pero…
En ese inoportuno momento alguien llamó con suavidad a la puerta de la salita.
¿Qué diantres estaba pasando?, pensó Cassandra. Debía de ser más de medianoche.
Alguien estaba enfermo, concluyó, de modo que se apartó de Stephen y cruzó la estancia para abrir la puerta. ¿Sería Alice? ¿Belinda?
Mary estaba al otro lado de la puerta y junto a ella…
– ¡William! -exclamó al tiempo que daba un paso para abrazar a su hijastro… aunque solo era un año más joven que ella-. ¡Has vuelto! Y nos has encontrado.
– Pero no a tiempo -replicó el recién llegado cuando se separaron. Le pasó un brazo a Mary por encima de los hombros-. Huí de Carmel House sin pensar y descubrí un barco a punto de zarpar para Canadá. Subí a bordo y cuando me di cuenta de que lo había hecho todo mal, estábamos en medio del océano. Aunque la idea era alejarme un tiempo para ver si el asunto quedaba olvidado, resultó que me alejé más de la cuenta. Se tarda una puñetera eternidad en ir y volver a Canadá. Sobre todo cuando uno se va con lo puesto y se ve obligado a trabajar para pagar el pasaje de ida. Y una vez en tierra firme tuve que trabajar de nuevo para comprar el pasaje de vuelta. Tuve suerte de no tener que esperar hasta el año que viene.
– Entra, aquí hay más luz -le dijo-. Mary, tú también. Por supuesto que tienes que entrar.
Tenía que hacerlo… porque William era el padre de Belinda.
– Cassie, no puedes ni imaginarte lo que sentí cuando llegué a Carmel House y descubrí que Mary y Belinda no estaban -dijo William al entrar en la salita-. Y cuando me enteré de que te habían… -Guardó silencio de repente cuando se percató de que había alguien más en la estancia.
– Stephen, te presento a William Belmont -dijo ella-. Es el segundo hijo de Nigel. William, te presento al conde de Merton.