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– Yo puedo ayudarte.

– Tú puedes consolarme. Pero no puedes ayudarme. Tengo que hacerlo sola.

Él esbozó media sonrisa.

– ¿Así que te vas para convertirte en un cisne?

– Me voy para curarme del todo y para crecer y para to-mar las riendas de mi vida.

– ¿Qué piensas hacer?

– Pintar, buscar trabajo, hablar con la gente. Lo que haga falta.

– Y yo no entro en tus planes, ¿verdad?

– Aún no.

– Pero ¿volverás al rancho cuando te sientas preparada?

– Si todavía quieres que lo haga.

– Maldita sea, claro que querré. -Se levantó y la miró fi-jamente a lo ojos-. Voy a darte tiempo, a dejarte espacio, pero no puedo asegurarte que no vaya por ti. -Le dio un beso rápido e intenso-. Date prisa, maldita sea.

Y se fue.

Los ojos de Nell se llenaron de lágrimas. Quería llamar-le, decirle que tomaría ese avión con él y que jamás miraría hacia atrás.

Pero no iba a hacerlo. No iba a engañarle. Quería pre-sentarse como una persona completa.

Y tampoco se engañaría a sí misma.

Epílogo

– Hay alguien junto a la verja -anunció Michaela.

Nicholas levantó la vista del libro que estaba leyendo:

– ¿Quién es? ¿Peter? Jean tenía que traerlo para que me enseñara la cría de Jonti.

– No. -Dio media vuelta-. Sal y averígualo tú mismo.

– ¿Por qué tengo que salir? ¿Por qué no me lo dices tú, sin más? -De repente, advirtió que Michaela parecía estar demasiado contenta; casi esbozaba una sonrisa en su siem-pre impasible rostro. Nicholas se puso en pie muy lenta-mente-. ¿Quién es? -No esperó la respuesta. Al instante, ya estaba en el porche, protegiéndose los ojos del potente sol de otoño con la palma de la mano.

Ahí estaba ella, de pie junto a la verja, enfundada en unos pantalones téjanos y una camisa de cuadros. Los rayos del sol resaltaban los reflejos dorados de sus cabellos.

Nicholas avanzó hacia ella. Le pareció que tardaba de-masiado.

Se detuvo y la miró fijamente. Cielos, su aspecto era in-mejorable: hermosa, fuerte y libre.

– Te has tomado tu tiempo, desde luego. Más de un año.

– Soy bastante lenta. Me ha costado un poco conseguirlo.

– ¿La señora Cisne, supongo?

– Supones bien. -Una radiante sonrisa iluminó la cara de Nell-. Abre de una vez y déjame entrar, Tanek.

Iris Johansen

***