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– Me parece que necesitas que te echen una mano. Soy Ben Callahan, tu nuevo vecino -su profunda voz la sacó de sus reflexiones.

– Grace Montgomery -consciente de que la había sorprendido observándolo, le tendió la mano.

– Estaba hablando metafóricamente -Ben se echó entonces a reír… con una cálida y vibrante risa que convirtió todas sus terminaciones nerviosas en puro fuego. Lejos de dejarse intimidar por su comportamiento demasiado formal, se apresuró a estrecharle la mano-. Yo también me alegro de conocerte.

Un torrente de calor fluyó entre ellos a través de aquel contacto. Ben se aclaró la garganta y se apresuró a retirar la mano, dejando que Grace se preguntara si se había sentido tan afectado como ella.

– ¿Puedo ayudarte con esas bolsas?

– No, gracias. Ya me arreglo yo sola.

– Bueno, mi madre me educó para no dejar jamás desasistida a una dama, y además… -añadió con una lenta sonrisa-… me gusta ayudar a las mujeres bonitas -sin esperar su respuesta, se agachó para recogerle las bolsas.

Grace se volvió hacia la puerta, con la llave en la mano. Consciente de su impresionante presencia a su espalda, abrió y entraron al apartamento.

– ¿Dónde las dejo? -inquirió él.

– Ahí mismo, sobre el mostrador de la cocina -señaló el minúsculo pasillo que llevaba al espacio de la cocina.

Ben depositó allí las bolsas, huevos rotos incluidos.

– ¿Estaba o no en lo cierto? ¿Has echado a perder otra fiesta?

Evidentemente se refería a la cena colectiva de la noche anterior, que había celebrado en su apartamento. Una vez que Grace se dio cuenta de que su trabajo para CHANCES le permitía hacer maravillosas instantáneas de niños, había empezado a repartir copias entre sus padres y familiares, a los que solía invitar una vez por semana para tomar un café y regalarles las fotos. Era lo menos que podía hacer por ellos.

– No se trata de ninguna fiesta. Todavía no he celebrado ninguna. Y lo de anoche no fue ni mucho menos tan escandaloso como tú pareces sugerir…

– Vaya, y yo que creía que me había perdido una buena juerga -la curiosidad iluminó sus rasgos mientras le sostenía la mirada.

– Sólo invité a unas cuantas amigas. ¿Serviría de consuelo para tu ego si te dijera que el cartero perdió la invitación que te envié? -bromeó Grace, sonriendo.

– No -se echó a reír de nuevo-, pero sí me ayudaría que celebraras una fiesta de bienvenida en mi honor.

– Yo… hum, creo que algo podría hacerse al respecto.

Por mucho que disfrutara con esas bromas, aquel encuentro la estaba afectando demasiado. Aspiró profundamente. Su aroma masculino la seducía y excitaba a la vez. Su vida, que apenas hasta el día anterior había estado presidida por la rutina y la preocupación, gozaba ahora de chispa y encanto. Y de inspiración, añadió en silencio mientras lo contemplaba. Ben Callahan representaba todo aquello que más la intrigaba del sexo opuesto, y no tenía nada que ver con el tipo de hombres que la habían cortejado allá, en la casa de sus padres: tipos de traje y corbata, fríos y estirados. Por lo demás, desde que se trasladó a Nueva York no se había preocupado demasiado por entablar relaciones con hombres. Sobre todo después de un par de experiencias tan desastrosas como aburridas.

Nada en Ben parecía aburrido. No había nada en él, desde su seductor aroma a su abrasador contacto, que no pudiera disfrutar. ¿Por qué no aprovecharse de aquel descubrimiento? Profesionalmente, Grace ya había empezado a desarrollarse. A un nivel más personal, sin embargo, se había acostumbrado tanto a rechazar pretendientes y ofertas a salir, todo en beneficio de su trabajo, que tenía la sensación de que sus encantos femeninos se estaban oxidando por falta de uso. Pero gracias a Ben Callahan eso estaba a punto de cambiar. Tanto si lo supiera como si no, aquel hombre acababa de convertirse en la segunda etapa de su proceso de conocimiento de sí misma.

– ¿Y bien? -se inclinó hacia él, colocándose peligrosamente cerca de la tentación-. ¿Qué es lo que pretendes, si se puede saber?

– Me gustaría llegar a conocerte mejor, Grace -sonrió.

– Me parece bien -repuso, devolviéndole la sonrisa.

Le gustaba su descaro. Estaba demasiado harta de hombres contenidos e hipócritas.

Ben le había dejado saber a las claras quién era y qué era lo que quería. Y le había insinuado que se encontraba disponible… Se humedeció los labios resecos con la punta de la lengua, observando fascinada cómo seguía su movimiento con los ojos. De repente, sin previo aviso, Ben desvió la mirada y se apartó.

Aquella súbita retirada le resultaba tan inesperada como incomprensible, pero en cualquier caso Grace soltó un suspiro de alivio: al menos había podido recuperar el aliento. Con las manos en los bolsillos, pasó de largo a su lado y contempló su pequeño apartamento.

– ¿Tiene un único dormitorio?

– Sí.

Observó entonces la zona del comedor, decorada con lujosas alfombras orientales y exquisitas piezas decorativas de porcelana.

– Es muy bonito.

– Gracias -había decorado el apartamento cuando todavía vivía de la cuenta que le habían abierto sus padres. Pero aunque quería satisfacer el deseo de Ben de llegar a conocerla mejor, no iba a entrar en explicaciones ahora, sobre todo cuando tan poco sabía de él, así que se dirigió hacia la cocina-. Bueno, he de vaciar las bolsas de comida y…

– ¿Grace? -cuando ella se volvió para mirarlo, le preguntó-: ¿Pasa algo malo?

«Nada aparte de sentirme terriblemente desconcertada por tu rápido cambio de actitud», respondió en silencio. Pero si los sentimientos de Ben eran tan inquietantes y desenfrenados como los suyos, eso era algo que podía comprender muy bien.

– Oh, no -mintió-. Me he quedado un poco pensativa, nada más. Me alegro de haberte conocido, Ben.

– Lo mismo digo.

Vaciló por un instante, pero de pronto extendió una mano para acariciarle delicadamente una mejilla. Otro súbito y desconcertante cambio de registro. Fue un contacto fugaz, pero tan abrasador como electrizante.

– Nos vemos, Grace.

– Adiós.

Salió del apartamento caminando con una gracia elegante y sexy que ella no pudo menos que admirar. La puerta se cerró a su espalda y Grace se abrazó, abrumada y asombrada por las sensaciones que aquel hombre acababa de despertarle. Ben parecía reclamar a gritos aquella parte de su persona que ella había reprimido durante todo el tiempo que había vivido bajo las rígidas reglas de su padre.

Recordaba muy bien la única ocasión en que se había escabullido de la casa familiar para ir a reunirse con sus amigas en un bar. Eso era algo que su padre le había hecho pagar con creces, ya que había llamado a los padres de sus amigas para que castigaran a sus hijas, asegurándose al mismo tiempo de que ninguna de ellas le dirigiera la palabra o la viera durante un tiempo. El juez había satisfecho su objetivo. Grace nunca había vuelto a rebelarse. Pero en su atractivo vecino estaba descubriendo la oportunidad de hacer eso mismo sin padecer tan penosas consecuencias…

Capítulo 2

«Me gustaría llegar a conocerte mejor, Grace». Ben recordó aquellas palabras que había pronunciado mientras descargaba un puñetazo contra la pared. ¿En qué diablos había estado pensando para haber dejado hablar a su instinto en vez de a su cerebro? Había pasado los cinco últimos días observándola de lejos, pero aun así había subestimado el impacto que acababa de sufrir de resultas de su primer encuentro. Solamente había querido mostrarse amable para empezar a ganarse su confianza, pero en lugar de ello se había sentido abrumado, desbordado. Sus luminosos ojos castaños le habían cautivado al instante. La adrenalina había empezado a circular por sus venas desde el mismo momento en que escuchó su tierna voz y se vio envuelto en su fragante perfume. Se había retirado, pero no lo suficientemente a tiempo. Ni siquiera una ducha helada había logrado atenuar el efecto que le había producido Grace Montgomery.