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– Se ha ido. Salió al jardín con otra paciente y no ha vuelto.

– Eso que me dice es terrible.

– Imaginamos que, sencillamente habrá salido por la verja. Hemos avisado a la policía, desde luego y estoy seguro de que no habrá ido muy lejos. Probablemente, volverá por propia iniciativa. Estaba muy contenta, respondía al tratamiento y no causaba ningún problema. No hay razón para que no vuelva. De todos modos, me pareció que debía comunicárselo…

Violet pensó que aquel hombre era un blando.

– Sin duda, deberían ustedes haberla vigilado mejor.

– Mrs. Aird, estamos llenos y faltos de personal. Hacemos cuanto podemos, pero los pacientes ambulantes a los que consideramos prácticamente autosuficientes siempre han tenido cierta libertad de movimientos.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– No se puede hacer nada. Pero, como le digo, creí que usted debía saber lo ocurrido.

– ¿Ha hablado usted con Miss Findhorn, la prima de la paciente?

– Todavía, no. Me pareció preferible hablar antes con usted.

– En tal caso, yo se lo diré.

– Le quedaré muy agradecido.

– Doctor Martin… -Violet titubeó-. ¿Cree usted que Lottie Carstairs tratará de volver a Strathcroy?

– Es posible, desde luego.

– ¿Y que podría ir a casa de Miss Findhorn?

– Posiblemente.

– Si quiere que le sea sincera, esto no me gusta nada. Temo por Mis Findhorn.

– Comprendo sus temores, pero me parecen infundados.

– Me gustaría poder estar tan segura -repuso Violet, secamente-. Muchas gracias por avisar, doctor Martin.

– Si tengo más noticias, volveré a llamarla.

– No estaré aquí. Pero puede usted localizarme en Croy. Voy a cenar con Lord Balmerino.

– Tomo nota. Gracias. Adiós, Mrs. Aird y siento mucho haberla preocupado.

– Sí -dijo Violet-; me ha preocupado usted. Adiós.

Violet estaba más que preocupada. Toda su serenidad de espíritu había quedado hecha trizas. Preocupada y angustiada, sentía el mismo pánico irracional que había experimentado estando sentada al lado de Lottie en el parque Relkirk, junto al río, cuando los dedos de Lottie se clavaron en su muñeca. Entonces, estuvo tentada de levantarse y echar a correr. Lo mismo que ahora, y el corazón le golpeaba el pecho con fuerza. Era miedo a lo desconocido, lo inimaginable, a un peligro que acechaba.

Analizó el miedo y comprendió que no temía por sí misma sino por Edie. Su imaginación se desbocó. Un golpe en la puerta de la casa de Edie, Edie abría y Lottie, con las manos abiertas como garras, saltaba sobre ella… No podía ni pensarlo. En la televisión una señora se reía violentamente en silencio, con las manos sobre los ojos, delante de un orinal con flores. Violet apagó el televisor, cogió el teléfono y marcó el numero de Balnaid. Edmund ya habría regresado de Nueva York. Edmund sabría exactamente lo que había que hacer. Oyó el timbre. El teléfono llamaba y llamaba. Espero con impaciencia. ¿Por qué no contestaba nadie? ¿Qué estaban haciendo?

Finalmente, exasperada y en un estado de viva agitación, colgó y marcó el número de Edie.

Edie también miraba la televisión. Un bonito programa escocés, bailes populares y un cómico con kilt, que contaba chistes. Estaba sentada con la bandeja en el regazo: unos muslos de pollo asados, patatas y guisantes. De postre tenía los restos de un pastel de manzana. Hoy cenaba tarde. Una de las cosas buenas de volver a estar sola era poder comer cuando le apetecía, sin tener a Lottie siempre encima preguntando a que hora era la siguiente comida. También tenía otras cosas buenas. Una era el silencio. Y poder dormir en su propia cama, en lugar de pasarse la noche dando vueltas en el sofá. Una buena noche de descanso había contribuido más que nada a devolverle el vigor y el buen humor. Se sentía culpable cuando pensaba en la pobre Lottie, internada otra vez en el hospital, pero no cabía la menor duda de que, sin ella, la vida era mucho más fácil.

Sonó el teléfono. Edie dejó la bandeja a un lado y se levantó para contestar.

– ¿Diga?

– ¿Edie?

– Hola, Mrs. Aird -sonrió Edie.

– Edie… -Había ocurrido algo malo, Edie lo supo inmediatamente sólo por la forma en que Mrs. Aird pronunció su nombre-. Edie, acabo de hablar con el doctor Martin, del hospital. Lottie se ha escapado. No saben donde está.

Edie sintió que el corazón se le caía a los pies. Tras una pausa, exclamó:

– ¡Ay! Señor… -Fue lo único que se le ocurrió.

– Han avisado a la policía y están seguros de que no puede haber ido lejos. Pero el doctor Martin está de acuerdo conmigo en que es posible que vuelva a Strathcroy.

– ¿Tiene dinero? -preguntó Edie, siempre práctica.

– No lo sé. No se me había ocurrido. De todos modos, ella no deja el bolso ni a sol ni a sombra.

– No. Tiene razón. -Lottie estaba enamorada de su bolso y lo tenía siempre al lado, incluso cuando se sentaba junto al fuego-. Pobrecilla, debe de haberla trastornado algo.

– Sí, es posible. Pero, Edie, estoy preocupada por ti. Si viene a Strathcroy, no quiero que tú estés sola en casa.

– Pero yo tengo que estar aquí. Tiene que encontrarme en casa, si viene.

– No. No, Edie. Escucha. Tienes que escuchar. Tienes que ser comprensiva. No sabemos lo que pasa en la cabeza de Lottie. Quizá le haya dado por pensar que tú la has engañado. Que tú la has ofendido, que la has echado de tu casa. Si tiene una de sus crisis, no podrás dominarla sola.

– ¿Y qué mal puede hacerme?

– No lo sé. Sólo sé que tienes que salir de tu casa… Ven aquí a pasar la noche o vete a Balnaid hasta que la localicen y la lleven al hospital.

– Pero… -su protesta fue ahogada.

– No, Edie; no quiero que me contradigas o no tendré ni un momento de tranquilidad. Coge el camisón y vete a Balnaid o ven aquí. Me da lo mismo. Si no estás de acuerdo, me veré obligada a coger el coche e ir a buscarte. Y, como tengo que estar en Croy a las ocho y media y todavía he de bañarme y vestirme, ello va a ser una gran molestia. Tú decides.

Edie dudó. Lo último que deseaba era causar molestias. Además, conocía bien a Violet y sabía desde hacía tiempo que cuando se le metía algo en la cabeza no había manera de sacárselo. Y, sin embargo…

– Debería quedarme, Mrs. Aird. Soy su pariente más próxima. Es mi responsabilidad.

– Pero también eres responsable de ti misma. Si te pasara algo, nunca me lo perdonaría.

– ¿Y si viene y encuentra la casa vacía?

– La policía está avisada. Estoy segura de que habrá un coche patrulla por los alrededores. No les será difícil dar con ella.

A Edie no se le ocurrían más objeciones. Se sintió derrotada, la suerte estaba echada. Suspiró y convino, irritada:

– ¡Oh! Está bien. Pero, en mi opinión, está haciendo una montaña de un grano de arena.

– Quizá sí. Ojalá.

– ¿Saben en Balnaid que voy?

– No; no puedo comunicar por teléfono. Debe de estar estropeado.

– ¿Ha avisado a Averías?

– Todavía no. Te he llamado a ti lo primero.

– Bien. Yo daré el aviso y les diré que ese número no contesta. Tienen que estar en casa, preparándose para la fiesta.

– Sí, Edie, llama a Averías. Y después prométeme que irás a Balnaid. Allí siempre tienes tu habitación preparada y Virginia lo comprenderá. Explícale lo ocurrido. Si hay algún inconveniente, échame la culpa a mí. Edie, siento mucho ser tan mandona. Pero no podría divertirme sabiendo que estabas sola.

– Me parece mucho jaleo para nada. Pero supongo que pasar una noche en Balnaid no me matará.

– Gracias, Edie, buena chica. Adiós.

– Que se divierta.

Edie colgó. Y, a continuación, antes de que se le olvidara, volvió a descolgar y llamó a Averías para dar el aviso. Contestó un hombre muy amable que dijo que se ocuparía del asunto y la informaría.