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«Mi queridísimo Archie: Fue una boda preciosa y espero que tú e Isobel seáis muy felices, hayáis tenido una estupenda luna de miel y estéis contentos en Berlín, pero os echo mucho de menos. Todo esto es horrible, porque todas las personas a las que quiero se han marchado. No tengo con quien hablar. No puedo hablar con mamá ni con papá porque se trata de Edmund. Esto no será una sorpresa, ¿verdad?, porque tienes que haberte dado cuenta. No sé como no lo supe antes, pero debo de haberle querido desde siempre, porque cuando volví a verle, pocos días antes de la boda, comprendí que nunca había habido ni podrá haber otro. Y lo más triste, trágico e insoportable es que él está casado con otra. Pero nos queremos. Puedo escribirlo en letras mayúsculas, NOS QUEREMOS, y lo triste es que no puedo decírselo a nadie, porque él está casado con Caroline y tiene la niña y todo eso. Él ha vuelto a su lado, pero no la quiere. Archie, él me quiere a mí y yo estoy sola, sin él, sin poder moverme de aquí, y te necesito pero tú estás en Berlín. Dijo que me escribiría, pero ha pasado un mes y todavía no he tenido carta y no puedo soportarlo, y no sé que hacer. Ya sé que destruir un matrimonio está mal, pero yo no hago eso porque conocía a Edmund mucho antes que ella. Ya sé que no puedes hacer nada para ayudarme, pero tenía que contárselo a alguien. Nunca imaginé que Croy pudiera ser un lugar tan solitario y yo me porto muy mal con mamá y papá, pero no puedo evitarlo. No puedo quedarme aquí mucho tiempo o me volveré loca. Sólo a ti puedo decírtelo. Con mucho amor y muchas lágrimas.

PANDORA»

La desesperación adolescente vertida en esta carta siempre le había parecido conmovedora. Ahora, a la luz de la tragedia de aquella mañana, adquiría un significado aún más grave. Se cubrió los ojos con la mano. A su espalda se abrió la puerta.

– ¿Por qué tardas tanto? ¿Qué haces?

– Estaba leyendo. -Dejó la carta encima de la mesa.

Ella vaciló y preguntó:

– ¿Es la carta que Pandora te envió poco después de nuestra boda?

– Sí.

– No sabía que la conservaras. ¿Por qué Archie?

– No me decidí a romperla.

– Que triste. Pobre muchacha. ¿Has llamado a Edmund?

– No; todavía no.

– No sabes cómo decírselo, ¿verdad?

– No sé que pensar.

– Quizás ella aún le quería. Quizá por eso volvió a casa. Y luego, al verlo con Virginia, Alexa y Henry, comprendió que no había esperanza.

Isobel expresaba con palabras sus propios temores, que no se atrevía a mencionar. Era incapaz de decirlo y, al oír que Isobel pronunciaba en voz alta lo que ambos sospechaban, se sintió lleno de gratitud por su comprensión y su entereza. Porque ahora podían hablar de ello.

– Sí -reconoció-. Eso es lo que temo.

– Era como una hechicera. Siempre encantadora. Generosa y divertida pero tú sabes bien, Archie, que podía ser implacable. Cuando deseaba algo, no se detenía ante nada para conseguirlo. Si se encaprichaba de algo, no le importaba nadie.

– Lo sé. La culpa es nuestra. Todos la mimábamos. Nunca le decíamos que no.

– Imagino que otra cosa hubiera sido imposible…

– Sólo tenía dieciocho años cuando ocurrió aquello. Edmund tenía veintinueve. Estaba casado y tenía una hija. Ya sé que Pandora se echó en sus brazos pero él, en lugar de retirarse, olvidó sus responsabilidades. Ella era una hoguera y él le echó más leña. El resultado fue una catástrofe.

– ¿Has hablado de eso con Edmund?

– No; en otro tiempo tal vez hubiera podido pero, después de aquello, no. Él fue la causa por la que ella se marchó de casa y no volvió.

– Tú no se lo perdonas, ¿verdad, Archie?

– No; no se lo he perdonado. -Era un triste reconocimiento.

– Y por eso ahora dudas, por eso aún no le has llamado.

– Si nuestras suposiciones son ciertas, yo no descargaría este peso ni sobre mi peor enemigo.

– Archie, esa no es tu… -Isobel se interrumpió y alzó la cabeza.

Unos pasos se acercaban por el pasillo.

– Mamá. Era Lucilla.

– Estamos en el estudio.

La puerta se abrió una rendija.

– ¿Puedo entrar? ¿No os molesto?

– Claro que no, cariño. Pasa.

Lucilla cerró la puerta a su espalda. Parecía que había estado llorando, pero ya se había secado las lágrimas. Archie extendió el brazo y ella le tomó la mano y se inclinó a darle un beso en la mejilla.

– Lo siento mucho -dijo sentándose en el borde de la mesa, de cara a sus padres-. Tengo que deciros una cosa. Es muy triste, no quisiera daros este disgusto.

– ¿Se trata de Pandora?

– Sí. Hemos averiguado por qué lo hizo. -Ellos miraron a su hija, expectantes-. Es que… tenía cáncer en fase terminal.

Su voz era queda pero firme. Isobel miró a Lucilla y, tras sus facciones juveniles, descubrió una gran fuerza de carácter y comprendió que, a los diecinueve años, su hija había crecido de repente. La niña había dejado de existir. Lucilla ya no volvería a ser su pequeña.

– ¿Cáncer?

– Sí.

– ¿Cómo lo sabes?

– Cuando Jeff y yo llegamos a la casa de Mallorca, estaba con ella un hombre llamado Carlos Macaya. Ya te he hablado de él, papá. Era muy atractivo y Jeff y yo estábamos seguros de que era su amante. Pero no lo era. Era su médico. Jeff se acordó de él y dijo que debíamos llamarle, por si él sabía algo que nosotros ignorábamos. Encontramos su nombre y su número de teléfono en la agenda y entonces descubrimos que era médico y no un simple amigo. Hemos llamado a Mallorca y hemos hablado con él. Y él nos lo ha contado.

– ¿Él la atendía?

– Sí, pero me parece que debía de ser una tarea difícil y muy ingrata. Comprendió que ocurría algo malo cuando ella empezó a adelgazar. Pero le costó mucho convencerla para que se hiciera un reconocimiento. Ella nunca se presentaba en el consultorio. Cuando por fin consiguió que fuera, la enfermedad estaba ya muy avanzada. Le encontró un carcinoma en un pecho. Encargó una biopsia a un hospital de Palma. Era maligno y podía extenderse. Fue a ver a Pandora para decirle que tenía que operarse y seguir un tratamiento de quimioterapia. Eso le dijo el día en que Jeff y yo nos presentamos. Pero ella se negó categóricamente. Le aseguró que nada la induciría a operarse ni a soportar el tratamiento, ni las radiaciones, ni la quimioterapia. Él no podía garantizarle la curación… La enfermedad estaba muy avanzada, supongo… pero le dijo que, si no hacía nada, no le quedaba mucho tiempo.

– ¿Tenía dolores?

– Alguno. Tomaba medicamentos bastante fuertes. Por eso estaba siempre tan cansada. No creo que sufriera mucho pero, con el tiempo, hubiera sido peor.

– Cáncer. -Archie pronunció la palabra con fatalismo. El fin. La doble línea que se traza al pie de una columna de números-. Yo no imaginaba… No tenía ni la más remota idea. Pero debimos adivinarlo. Estaba tan delgada… Debimos suponer…

– ¡Oh, papá!

– ¿Y por qué no dijo nada…? Hubiéramos podido ayudar…

– No; no podías hacer nada. Y ella nunca os lo hubiera dicho. ¿No te das cuenta de que lo último que ella deseaba era que tú y mamá lo supierais? Ella sólo quería estar otra vez en Croy, que todo fuera como siempre. Septiembre. Y las fiestas, y las visitas a Relkirk, de compras, y gente que entraba y salía, y la casa llena de invitados. Nada de tristeza. No hablar de muerte. Es lo que encontró entre vosotros. El baile de Verena fue la excusa perfecta y oportuna para que Pandora volviera a casa e hiciera lo que creo que pensaba hacer desde el principio.

– ¿El médico lo sabía?

– No estaba seguro. Pero me ha dicho que nunca le hubiera permitido hacer el viaje por España y Francia de no ir Jeff y yo con ella.

– ¿Es qué el sospechaba lo que pensaba hacer Pandora?

– No lo sé. No se lo he preguntado. Pero imagino que sí. La conocía bien. Y creo que la apreciaba mucho.