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En el aspecto social, los Steynton habían supuesto un acierto para la comunidad, ya que eran amables, sencillos y hospitalarios y siempre estaban dispuestos a dedicar tiempo y esfuerzo a la organización de fiestas, gincanas y demás actos destinados a recaudar fondos.

Aún así, Violet no podía imaginar a que había ido a verla Verena.

– Me alegro de que me hayas esperado. Hubiera sentido no verte. Edie esta preparándonos café.

– Debí llamar por teléfono, pero iba camino de Relkirk y, de repente, pensé, mejor parar y probar. Ha sido un acto impulsivo. ¿No te importa?

– En absoluto -mintió Violet, con convicción-. Siéntate. Lamento que no esté encendido el fuego pero…

– ¡Oh! Cielos, ¿quién necesita fuego en un día como éste? ¿No es una delicia ver el sol?

Se sentó en el sofá y cruzó sus largas y elegantes piernas. Violet, con menos agilidad, se instaló en su amplio butacón.

Decidió no perder el tiempo en preámbulos.

– Me ha dicho Edie que querías hablarme.

– Se me ocurrió de pronto… Tú eres la persona más indicada para ayudarme.

Violet se alarmó al imaginar una tómbola, un concurso floral o un concierto para los que tendría que tejer tapetitos, presidir o vender entradas.

– ¿Ayudarte? -preguntó, con un hilo de voz.

– No; no se trata de ayudar sino de aconsejar. Verás, estoy pensando en dar un baile.

– ¿Un baile?

– Sí; para Katy. Va a cumplir veintiún años.

– Pero, ¿en qué puedo yo aconsejarte? Hace una eternidad que no participo en algo semejante. Harías mejor en preguntar a alguien que esté más al día. A Peggy Ferguson Crombie o a Isobel, por ejemplo.

– Es sólo que yo pensé… tú tienes mucha experiencia. Hace que vives aquí más tiempo que nadie que yo conozca. Quería conocer tu opinión.

Violet estaba atónita. Mientras pensaba que iba a contestar, vio con alivio entrar a Edie con la bandeja del café.

– ¿Querrán galletas?

– No, Edie, así está bien. Muchas gracias.

Edie salió y, al cabo de un momento, ya zumbaba el aspirador en el piso de arriba. Violet sirvió el café.

– ¿En qué tipo de fiesta piensas?

– ¡Oh! Pues… verás, bailes típicos. En fin, tú ya sabes.

Violet pensó que, en efecto, sabía.

– ¿Con casetes estéreo y un grupo de ocho bailarines en el vestíbulo?

– No; eso no. Un baile por todo lo alto. Con una carpa en el jardín y…

– A Angus debe de sobrarle el dinero.

Verena hizo caso omiso de la interrupción.

– … y una banda de música. Usaremos el vestíbulo, desde luego, pero para sentarnos, lo mismo que el salón. Y estoy segura de que Katy querrá una discoteca para todos sus amigos de Londres. Parece que es lo que se lleva. Quizás en el comedor. Podríamos convertirlo en una cueva o gruta…

Cuevas y grutas, pensó Violet. Evidentemente, Verena se había documentado. Claro que aquella mujer era una excelente organizadora. Violet repuso, blandamente:

– Veo que ya has hecho planes.

– Y Katy podría invitar a todos sus amigos del Sur… Tenemos que encontrar camas para todos, desde luego…

– ¿Has hablado con Katy de tu idea?

– No. Ya te lo he dicho, tú eres la primera a quien se lo explico.

– Quizás ella no desee un baile.

– Claro que querrá. Siempre le han encantado las fiestas.

Violet, que conocía a Katy, se dijo que probablemente era cierto.

– ¿Y para cuándo ha de ser?

– Creo que en septiembre. Es la época obligada. Habrá mucha gente para la temporada de caza, y muchos estarán aún de vacaciones. El dieciséis parece una buena fecha, porque para entonces muchos de los más pequeños ya abran vuelto al colegio.

– Pero estamos en mayo. Falta mucho para septiembre.

– Ya lo sé, pero nunca es pronto para fijar fecha y empezar a hacer previsiones. Habrá que reservar la carpa y buscar proveedores. Mandar imprimir las invitaciones… -Entonces, se le ocurrió otro hermoso detalle-. Violet, ¿no quedaría bien poner guirnaldas de luces de colores en la avenida de la casa?

Todo aquello parecía muy ambicioso.

– Será mucho trabajo para ti.

– No lo creas. La invasión turística habrá terminado, porque los huéspedes de pago dejan de llegar a últimos de agosto. Podré dedicarme por entero a organizarlo. Reconoce, Violet, que es una buena idea. Y piensa en toda la gente a la que debo una invitación, así quedamos bien con todos a la vez. Incluso con los Barwell.

– Me parece que no conozco a los Barwell.

– No; no son de tu estilo. Es un cliente de Angus. Nos han invitado a cenar dos veces. Dos noches de un aburrimiento total. Se te duerme la mandíbula de tanto ahogar bostezos. Y no los hemos invitado, sencillamente, porque no se nos ocurría a quien pedir que soportaran semejante prueba. Y hay otros muchos -recordó, plácidamente-. Cuando se lo recuerde a Angus, no tendrá inconveniente en firmar unos cuantos cheques.

– Violet sintió cierta compasión por Angus.

– ¿A quién más piensas invitar?

– A todo el mundo. A los Milburn. A los Ferguson Cromble, a los Buchanan Wright y a la vieja Lady Westerdale, y a los Brandon. Y a los Stafford. Todos sus hijos son ya mayores, por lo que también podemos invitarlos. Y los Middleton de Hampshire estarán aquí. Y los Luard, de Gloucestershire. Haremos una lista. Clavaré una hoja de papel en el tablero de la cocina y, cada vez que se me ocurra un nombre, lo escribiré. Y tú, Violet, naturalmente. Y Edmund y Virginia. Y Alexa. Y los Balmerino, Isobel organizará una cena, estoy segura…

De pronto, todo empezó a parecer muy divertido. Violet se puso a pensar en el pasado, en fiestas olvidadas que ahora recordaba. Un recuerdo traía otro. Sin pensar, dijo:

– Deberías mandar una invitación a Pandora. -Y entonces se preguntó por que había hecho una sugerencia tan impulsiva.

– ¿Pandora?

– La hermana de Archie Balmerino. Al pensar en fiestas, automáticamente te viene a la memoria Pandora. Claro, tú no llegaste a conocerla.

– Pero sé muchas cosas de ella. Por una u otra razón, su nombre sale a relucir en casi todas las cenas. ¿Tú crees que vendría? Si no ha estado en su casa desde hace más de veinte años.

– Es verdad. Fue una idea tonta. Pero, ¿por qué no probar? Sería una alegría para el pobre Archie. Y si algo puede atraer a esa errante criatura a Croy es el señuelo de un buen baile.

– Entonces, ¿estás de acuerdo, Violet? ¿Crees que debo seguir adelante con la idea?

– Sí; creo que sí. Si tienes la energía necesaria y todo lo que hace falta, me parece una idea estupenda y generosa. Nos proporcionará a todos algo que esperar con ilusión.

– No digas nada hasta que yo tantee a Angus.

– Ni palabra.

Verena sonrió satisfecha y entonces se le ocurrió otra feliz idea.

– Será una buena excusa para encargar un vestido.

Violet no tenía este problema.

– Yo me pondré el de terciopelo negro -dijo.

2

La noche era corta y él no durmió. Pronto amanecería.

Había imaginado que quizá por una vez podría dormir, porque estaba cansado, roto. Agotado después de tres días en Nueva York donde hacía un calor impropio de la estación. días de reuniones a la hora del desayuno, almuerzos de trabajo, largas tardes de discusión, exceso de “CocaCola” y café, de reuniones y de trasnochar y falta de ejercicio y de aire puro.

Finalmente lo había conseguido, aunque no había sido fácil. Harvey Klein era duro de pelar y tuvo que ejercitar al máximo sus dotes de persuasión para convencerle de que su campana era la mejor, más: la única que le permitiría introducirse en el mercado inglés. La creativa campana que Noel, había llevado a Nueva York, presentada con calendario, facsímiles y fotografías, había sido aprobada y contratada. Con el contrato en el bolsillo, Noel podía ya volver a Londres. Hizo la maleta, hizo una última llamada telefónica, metió los papeles y la calculadora en la cartera, recibió otra llamada (Harvey Klein que le deseaba un buen viaje), bajó a recepción, pagó la cuenta, tomó un taxi y se dirigió al Kennedy. Al atardecer, Manhattan parecía un milagro, las torres luminosas se recortaban en la pálida incandescencia del cielo y, en las autopistas, se movían ríos de luces. Aquella ciudad ofrecía, a su manera un tanto adusta pero generosa, todos los deleites imaginables.