Archie se puso en pie precipitadamente.
– Voy a extender el cheque -Recogió el correo-. No sea que luego se me olvide. -Y se encaminó al estudio, cerrando firmemente la puerta de la cocina para escapar de aquella pequeña masacre doméstica.
Sentado ante el escritorio, sostuvo en la mano unos momentos el sobre dirigido a Pandora. No sabía si escribirle y meter la carta en el sobre de Verena con la invitación. Es una fiesta, le diría. Será divertido. ¿Por qué no vienes y te quedas unos días con nosotros en Croy? Tenemos tantas ganas de verte. Por favor, Pandora. Por favor.
Pero esto ya se lo había escrito otras veces y ella ni se había dignado contestar. Inútil. Suspiró y escribió cuidadosamente las señas en el sobre. Agregó varios sellos por si acaso y una etiqueta de correo aéreo y lo puso a un lado.
Extendió un cheque a nombre de Lucilla Blair, por un importe de ciento cincuenta libras. Luego, empezó una carta para su hija.
“Croy, 15 de agosto
“Mi querida Lucilla:
Hemos recibido tu carta esta mañana con mucha alegría. Espero que hayas llegado bien al sur de Francia y con dinero suficiente para ir a Ibiza, ya que el cheque te lo envío allí, tal como me pides. Acerca de Pandora, estoy seguro de que se alegrará mucho de verte, pero antes de hacer planes llámala para decirle que piensas ir a visitarla.
La dirección es Casa Rosa, Puerto del Fuego, Mallorca. No tengo el número de teléfono, pero seguramente lo encontrarás en la guía telefónica de Palma.
También te mando una invitación para un baile que los Steynton van a ofrecer para festejar el cumpleaños de Katy. Sólo falta un mes y puede que tengas cosas mejores que hacer, pero tu madre se alegraría mucho de que vinieras.
El día doce fue bueno. Iban en coche, de modo que me uní a la partida, sólo por la mañana. Todos fueron muy amables y me cedieron el puesto más bajo. Hamish me acompañó para llevar la escopeta y el zurrón y ayudar a su anciano padre a subir la montaña. Edmund Aird disparó excepcionalmente bien, pero al final de la jornada sólo habíamos cobrado veintiuna parejas y media y dos liebres. Hamish se fue ayer a pasar una semana en Argyll con un compañero de clase. Se llevó la caña de pescar, pero esperaba poder hacer submarinismo. Un beso muy fuerte, cariño mío. Papá."
Leyó la carta y la dobló cuidadosamente. Sacó un gran sobre marrón y metió en él la carta, el cheque y la invitación de Verena. Cerró el sobre, lo franqueó y lo dirigió a Lucilla a la dirección que ella les había dado. Cogió las dos cartas y las dejó en el arco del vestíbulo, al lado de la puerta, para que se las llevara el primero que fuera al pueblo.
2
La invitación de los Steynton fue entregada en Ovington Street el miércoles de la misma semana. Era por la mañana temprano. Alexa, descalza y en albornoz, estaba en la cocina, esperando que hirviera el agua del té. La puerta del jardín estaba abierta y Larry había salido a hacer su ronda de olfateos. A veces encontraba el rastro de un gato y se ponía frenético. Era una mañana gris. Quizá más tarde saliera el sol y disipara la bruma. Oyó el ruido metálico del buzón y al levantar la mirada hacia la ventana vio las piernas del cartero, que seguía su ruta.
Preparó una bandeja y puso unas bolsas de té en la tetera. El agua hirvió y ella hizo la infusión. Luego, dejando al perro con sus planes, subió las escaleras con la bandeja. Las cartas estaban en el felpudo de la puerta. Manteniendo en equilibrio la bandeja, las recogió y las guardó en el amplio bolsillo de la bata. Volvió a subir las escaleras, sintiendo la gruesa alfombra en la planta de los pies. La puerta del dormitorio estaba abierta y las cortinas corridas. La habitación no era grande y la cama que Alexa había heredado de su abuela la llenaba casi por entero. Era una cama majestuosa, ancha y mullida, con cabezal y pies de latón. Alexa dejó la bandeja y volvió a meterse entre las sábanas.
– ¿Estás despierto? Te he traído una taza de té.
El bulto del otro lado de la cama no reaccionó inmediatamente a la llamada. Luego, gruñó y se movió. Asomó un brazo moreno y Noel se volvió a mirarla.
– ¿Qué hora es?
Su pelo oscuro destacaba sobre la almohada blanca. Lo tenía revuelto y sus mejillas eran ásperas. La atrajo hacia sí por la nuca.
– Qué bien hueles -murmuró.
– Champú al limón.
– No. No es el champú al limón. Eres tú.
Retiró la mano. Ella, libre ya, volvió a besarle y a continuación se dedicó a la doméstica tarea de servirle el té. Él ahuecó las almohadas y se incorporó apoyándose en ellas. Estaba desnudo y tan bronceado como si acabara de regresar de unas vacaciones en el trópico. Ella le tendió el humeante tazón de porcelana de Wedgwood.
Bebió despacio, en silencio. Tardaba en despejarse por la mañana y antes del desayuno apenas hablaba. Esto lo había descubierto ella y formaba parte de las pequeñas rutinas de la existencia. Como su manera de hacer el café, o de limpiarse los zapatos, o de mezclar un dry martini. Por la noche, vaciaba los bolsillos depositando el contenido bien alineado encima del tocador, siempre por el mismo orden. Billetera, tarjetas de crédito, cortaplumas y monedas pulcramente amontonadas. Lo mejor de todo era observar desde la cama, ver como se desnudaba y esperar que viniese hacia ella.
Cada día traía nuevos acontecimientos y cada noche nuevos y dulces descubrimientos. Las cosas buenas se acumulaban de tal manera que cada momento y cada hora resultaban mejores que el momento y la hora anteriores. Alexa, viviendo con Noel, compartiendo con él aquella mezcla exquisita de vida hogareña y pasión, había empezado a comprender por qué se casaba la gente. Para que aquello durase siempre.
No obstante, hubo un tiempo… hacía apenas tres meses… en que ella se consideraba feliz sola en la casa, sin más compañía que la de Larry, entregada a su trabajo, a su pequeña rutina, saliendo alguna que otra noche o yendo a ver a una amiga de vez en cuando. Pues bien, aquello era sólo media vida. ¿Cómo había podido resistirlo?
“No se echa de menos lo que nunca se tuvo”. Era la voz de Edie, clara y sonora. Al pensar en Edie, Alexa sonrió. Se llenó su taza de té, la dejó en la mesita de noche, sacó del bolsillo los sobres y los esparció sobre el edredón. Una factura de Peter Jones, un anuncio de baterías de cocina vitrificadas, una postal de una mujer que vivía en Barnes y quería que le preparase unos platillos para tenerlos en el congelador y, por último, el sobre grande, grueso y blanco.
Lo miró. Matasellos escocés. ¿Una invitación? A una boda, quizá…
Abrió el sobre con el pulgar y sacó el tarjetón.
– ¡Caramba! -exclamó.
– ¿Qué es?
– Una invitación al baile. “Irás al baile”, dijo el hada madrina a Cenicienta.
Noel alargó la mano y cogió la invitación.
– ¿Quién es Mrs. Angus Steynton?
– Viven cerca de mi casa, en Escocia. A unas diez millas.
– ¿Y quien es Katy?
– Su hija, naturalmente. Trabaja en Londres. A lo mejor la conoces… -Alexa reflexionó y agregó-: No; no lo creo. A ella le gusta salir con los jóvenes de la Guardia… son un grupo muy cerrado.
– El dieciséis de septiembre. ¿Irás?
– Me parece que no.
– ¿Por qué no?
– Porque no quiero ir sin ti.
– No me han invitado.
– Ya lo sé.
– ¿Les dirás “voy si puedo llevar a mi amante”?
– Nadie sabe que tengo un amante.
– ¿Todavía no has dicho a tu familia que vivo contigo?
– Todavía no.
– ¿Por alguna razón en particular?
– Pues… no lo sé, Noel.
Lo sabía. Quería guardarlo todo para sí. Con Noel habitaba un mundo mágico y secreto de amor y aventura, y temía que si dejaba entrar a alguien se perdiera el encanto y se malograra todo.
Y también… y este era un reconocimiento patético… carecía de valor moral. Tenía veintiún años pero eso no quería decir nada, porque por dentro todavía se sentía como de quince y con tantas ganas de agradar como siempre. Pensar en las posibles reacciones de la familia la angustiaba. Imaginaba el disgusto de su padre, la sorpresa y el horror de Vi y la preocupación de Virginia. Y, luego, las preguntas.
Pero, ¿quién es? ¿De qué lo conoces? ¿vivís juntos? ¿En Ovington Street? ¿Y por qué no lo hemos sabido hasta ahora? ¿Qué hace?¿Cómo se llama?
Y Edie. Si Lady Cheriton levantara la cabeza.
No era que no comprendieran. No era que fueran anticuados o hipócritas. No era que no quisieran a Alexa… era que ella no podía soportar la idea de darles un disgusto.
Tomó otro sorbo de té.
– Ya no eres una niña -dijo Noel.
– Ya sé que no soy una niña. Soy una mujer. Pero ojalá no fuera una mujer tan cobarde.
– ¿Te avergüenzas de esta pecaminosa cohabitación?
– No me avergüenzo de nada. Es que… la familia. No quiero herirles.
– Tesoro, se sentirán mucho más heridos si se enteran de lo nuestro antes de que tú te decidas a contárselo.
Alexa reconoció que tenía razón.
– ¿Y cómo quieres que se enteren? -preguntó.
– Esto es Londres. La gente habla. Me sorprende que tu padre todavía no haya oído rumores. Hazme caso y sé valiente.
Le dio la taza vacía y un rápido beso en la mejilla. Alargó la mano hacia la bata y saltó de la cama.
– Y luego escribes a Mrs. Estonton o como se llame y le dices que sí que irás encantada y que llevarás a tu Príncipe Azul.
Alexa sonrió a pesar suyo.
– ¿Tú me acompañarías?
– Probablemente, no. Las danzas tribales nunca fueron mi fuerte -Y con estas palabras entró en el cuarto de baño. Casi inmediatamente. Alexa oyó correr el agua de la ducha.
¿Por qué tanto alboroto? Alexa cogió la invitación y la miró frunciendo el ceño. Ojalá no hubieras venido, le decía. Vas a dar la campanada.