Выбрать главу

Lo que le faltaba era un invernadero. El de Balnaid había sido construido al mismo tiempo que la casa. Su existencia se debía a la insistencia de la madre de Violet, Lady Primrose Akenside, que no era amiga de intemperies. Lady Primrose opinaba que el invernadero era imprescindible para el que no tenía más remedio que vivir en la agreste Escocia. Aparte de mantener la casa bien abastecida de plantas de interior y de uva, servía para tomar el sol al abrigo de ese viento que cortaba como un cuchillo. Todo el mundo sabía que durante el invierno, la primavera y el otoño había muchos días de sol y viento. Pero Lady Primrose también pasaba en el invernadero buena parte del verano, recibiendo a sus amistades y jugando al bridge.

A Violet le gustaba el invernadero de Balnaid por razones menos mundanas: por el color, la paz, el olor a tierra húmeda, a helechos y a frisias. Cuando las inclemencias del tiempo impedían trabajar en el jardín, siempre podías trajinar en el invernadero y ¿qué mejor sitio para refugiarse después del almuerzo a intentar hacer el crucigrama del Times?

Sí, lo echaba de menos; pero, después de pensarlo, decidió que Pennyburn era demasiado pequeña y modesta para tan lujoso aditamento. Parecía que la casa quería aparentar aires de grandeza y resultaría ridícula, y Violet se guardaría bien de hacer semejante trastada a su nuevo hogar. Además, tampoco era tan duro intentar hacer el crucigrama en su abrigado y soleado jardín.

Ahora estaba en el jardín y llevaba trabajando toda la tarde, estacando las matas de margaritas de septiembre antes de que los vientos del otoño las tumbaran. El día convidaba a pensar en el otoño. Había refrescado y el aire desprendía cierto aroma picante. Los campesinos estaban cosechando y el lejano zumbido de las máquinas que trabajaban en los campos de cebada era propio de la estación y extrañamente tranquilizador. El cielo era azul pero las nubes venían cabalgando del Oeste. Un día de guiños, como decían los viejos, de sol y nubes.

A diferencia de mucha gente, a Violet no le entristecía pensar que acababa el verano y se acercaba un invierno largo y oscuro. “¿Cómo se puede vivir en Escocia?”, le preguntaban a veces. “Con ese tiempo tan inseguro, con tanta lluvia, con tanto frío.” Violet sabía que ella no podría vivir en ningún otro sitio y nunca había sentido el deseo de marcharse. En vida de Geordie, viajaban mucho. Habían explorado Venecia y Estambul y recorrido los museos de Florencia y de Madrid. Un año hicieron un crucero arqueológico a Grecia; otra vez navegaron por los fiordos de Noruega hasta el Circulo Ártico y el sol de medianoche. Pero sin él no sentía deseos de ir a ningún sitio. Prefería quedarse aquí, donde sus raíces eran profundas, rodeada de una tierra que conocía desde niña. Y en cuanto al tiempo, se desentendía de él, sin importarle si helaba, nevaba, soplaba el viento, llovía o achicharraba, siempre y cuando ella pudiera estar al aire libre y formar parte del cuadro.

Y así lo demostraba su piel, curtida y arrugada como la de un viejo campesino. Pero, a los setenta y siete años, ¿qué importaban unas cuantas arrugas? Era un bajo precio que pagar por una vejez activa y enérgica.

Clavó la ultima estaca y retorció el último alambre. Listos. Retrocedió para contemplar su obra. Las cañas se veían, pero en cuanto las flores revinieran quedarían disimuladas. Miró el reloj. Casi las tres y media. Suspiró. Siempre sentía tener que entrar en casa. Pero se quitó los guantes y los dejó caer en la carretilla, luego recogió las herramientas, las cañas sobrantes y el rollo del alambre y lo llevó todo al garaje donde guardó cada cosa en su sitio, hasta el próximo día.

Luego, entró por la puerta de la cocina, se quitó las botas empujando con los dedos gordos de los pies y colgó la chaqueta de un gancho. Llenó de agua el cazo eléctrico y lo conectó. Preparó una bandeja con dos tazas y dos platos, una jarra de leche, un azucarero y un platillo de galletas digestivas al chocolate. (Virginia no comería nada con el té, pero Violet no se resistía a un ligero tentempié.)

Subió a su habitación, se lavó las manos, sacó un par de zapatos, se arregló el pelo y se empolvó la nariz. En aquel momento oyó que un coche subía la cuesta y entraba en el sendero. La portezuela del coche chasqueó, se abrió la puerta de la casa y sonó la voz de Virginia.

– Vi.

– Ahora mismo bajo.

Se arregló las perlas, se sujetó un mechón de pelo y bajó. Su nuera estaba en el recibidor, esperándola; sus largas piernas estaban enfundadas en un pantalón de pana y llevaba una chaqueta de cuero sobre los hombros. Violet observó que se había cambiado el peinado, tenía el pelo echado hacia atrás y recogido en la nuca con un lazo. Estaba elegante y natural, como siempre, y más contenta de lo que Violet la había visto en mucho tiempo.

– Virginia, me alegro de verte otra vez en casa. Y que elegante estás. Me gusta el peinado -Se besaron-. ¿Te lo hicieron en Londres?

– Sí; pensé que ya era hora de cambiar de imagen -Miró en derredor-. ¿Dónde está Henry?

– Salió con Willy Snoddy a cazar con hurones.

– ¡Oh!, Vi…

– No te apures. Volverá dentro de media hora.

– No es la hora lo que me preocupa sino por que ha tenido que salir con ese viejo granuja.

– Bueno, todos los chicos de su edad están en el colegio y no tiene con quien jugar. El otro día estuvo hablando con Willy Snoddy, que había venido a segar la hierba, y Willy le invitó a ir de caza. Parecía muy ilusionado y le di permiso. No te parece bien, ¿verdad?

Virginia rió moviendo la cabeza.

– No es eso. Es sólo que me ha pillado por sorpresa. ¿Crees que Henry tiene idea de lo que es la caza con hurones? Es una cosa bastante sangrienta.

– Lo ignoro. Pero ya nos enteraremos cuando vuelva. Willy se encargará de traerlo a la hora.

– Siempre creí que no te fiabas en absoluto de ese borrachín.

– No se atrevería a faltar a una promesa que me haya hecho a mí y por la tarde nunca se emborracha. Cuenta, ¿cómo estás? ¿Lo has pasado bien?

– Muy bien. Toma… -Puso en manos de Violet un paquete plano, con un envoltorio impresionante-. Un regalo de la gran ciudad.

– Hija, no era necesario.

– Es por cuidar de Henry.

– Me gusta tenerlo conmigo. Pero está deseando verte y volver a Balnaid. Esta mañana, ya había hecho el equipaje mucho antes del desayuno. Bueno, quiero que me lo cuentes todo. Ven a ver cómo abro el regalo.

La llevó a la sala y se instaló en su butaca, al lado de la chimenea. Era un alivio descansar los pies. Virginia se sentó en el brazo del sofá y se quedó mirándola. Violet deshizo el lazo de la cinta y quitó el papel. Apareció una caja plana, naranja y marrón. Levantó la tapa. Dentro, bajo dos capas de papel de seda, había un pañuelo “Hermès”.

– ¡Oh!, Virginia. Es demasiado.

– No más de lo que mereces.

– Pero tener a Henry en casa ha sido fantástico.

– A él también le he traído un regalo. Está en el coche. pensé que podría abrirlo aquí, antes de irnos a casa.

El pañuelo era una fantasía de rosas azules y verdes en seda. Ideal para animar el vestido de lana gris.

– No sabes cuanto te lo agradezco. Es precioso. Y ahora… -dobló el pañuelo, lo guardó en la caja y lo dejó a un lado-. Ahora, mientras tomamos el té, me cuentas cosas de Londres. Quiero todos los detalles. ¿Cuándo has vuelto?

– Anoche, en el puente. Edmund me esperaba en Turnhouse, cenamos en Edimburgo, en el “Rafaelli’s, y después volvimos a Balnaid.

– Espero… -Violet miró fijamente a Virginia-, espero que aprovecharais el tiempo para liquidar vuestras diferencias.

Virginia no disimuló su confusión.

– ¡Oh!, Vi. ¿Tanto se notaba?