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– Era evidente para todo el que tuviera ojos en la cara. Yo no he querido decir nada hasta ahora, pero debéis comprender que para Henry es muy triste que sus padres no estén en buena armonía.

– ¿Te ha dicho algo Henry?

– Sí. Está muy nervioso. Creo que piensa que tener que ir a Templehall es ya bastante malo, pero el que tú y Edmund andéis a la greña es más de lo que puede soportar.

– No andábamos lo que se dice a la greña.

– La cortesía glacial es casi peor.

– Lo sé. Y lo siento. Edmund y yo hemos tenido una explicación. Nada ha cambiado. Edmund no cede y yo sigo pensando que es una tremenda equivocación. Pero hemos firmado una tregua. -Con una sonrisa mostró su fina muñeca rodeada por una ancha pulsera de oro-. Me lo dio después de cenar. Un regalo de bienvenida. Sería de muy mal gusto seguir enfurruñada.

– No sabes cuánto me alegro. He conseguido convencer a Henry de que los dos lo habíais pensado mejor y volvíais a ser amigos. Es un alivio no tener que pensar que le he engañado. Él necesita mucha seguridad, Virginia, mucha tranquilidad.

– Vi, como si no lo supiera…

– Hay otra cosa. Está muy preocupado por Edie. Tiene miedo de Lottie. Piensa que Lottie puede hacerle daño.

Virginia frunció el entrecejo.

– ¿Eso te ha dicho?

– Hemos hablado de ello, sí.

– ¿Y crees que tiene razón?

– Los niños tienen instinto. Lo mismo que los perros. Reconocen el mal donde quizá los adultos no sabemos verlo.

– El mal es una palabra muy fuerte, Vi. Esa mujer me da escalofríos, pero siempre he intentado convencerme de que no es más que una pobre desequilibrada inofensiva.

– Realmente, no sé qué decirte. Pero prometí a Henry que entre todos vigilaríamos lo que ocurre. Si te habla de eso, escúchale y procura tranquilizarle.

– Desde luego.

– Ahora… -una vez despachados los asuntos urgentes, Violet llevó la conversación hacia temas más placenteros-, háblame de Londres. ¿Te compraste el vestido? ¿Y qué más hiciste? ¿Viste a Alexa?

– Sí. -Virginia se inclinó para volver a llenarse la taza-. Sí, me compré el vestido y sí, vi a Alexa. Y de eso quiero hablarte. Ya se lo he dicho a Edmund.

A Violet le dio un vuelco el corazón ¿Que ocurría ahora?

– ¿Está bien?

– Mejor que nunca. -Virginia se apoyo en el respaldo de la silla-. Hay un hombre en su vida.

– ¿Alexa tiene novio? ¡Qué alegría! Empezaba a pensar que a mi niña no iba a ocurrirle nunca nada interesante.

– Viven juntos, Vi.

Momentáneamente, Vi se quedó sin habla. Luego:

– ¿Viven juntos?

– Sí. Y no son conjeturas. Ella me pidió expresamente que te lo dijera.

– Pero, ¿dónde viven juntos?

– En Ovington Street.

– Pero… -Violet, aturdida, no encontraba palabras-. Pero…¿desde cuándo?

– Hace unos dos meses.

– ¿Quién es él?

– Se llama Noel Keeling.

– ¿Qué hace?

– Se dedica a la publicidad.

– ¿Cuántos años tiene?

– Es de mi edad. Guapo. Simpático.

La edad de Virginia. Violet tuvo un pensamiento horrendo.

– Espero que no esté casado.

– No. Es un soltero muy apetecible.

– ¿Y Alexa…?

– Alexa está radiante de felicidad.

– ¿Crees que se casarán?

– Ni idea.

– ¿Es bueno con ella?

– Supongo que sí. Lo vi sólo unos momentos. Volvía de la oficina y bebimos algo todos juntos. Llevaba unas flores para Alexa. Y él no sabía que yo iba a estar allí, o sea que no las compró para impresionarme.

Violet guardaba silencio, intentado asumir la asombrosa revelación. Vivían juntos. Alexa vivía con un hombre. Compartía la cama, compartía la vida. Sin estar casados. No le parecía bien, pero sería mejor guardarse su opinión. Lo importante era que Alexa supiera que todos estarían a su lado, pasara lo que pasara.

– ¿Qué dijo Edmund?

Virginia se encogió de hombros.

– No mucho. Desde luego, no piensa coger el primer avión con la escopeta bajo el brazo. Pero me parece que esta preocupado, aunque sólo sea porque Alexa es bastante rica… Tiene la casa y el dinero que heredó de Lady Cheriton. Que, según Edmund, es bastante.

– ¿Teme que el joven pueda ir tras el dinero?

– Es una posibilidad, Vi.

– Tú lo viste. ¿Qué piensas de él?

– Me gustó…

– ¿Pero con reservas?

– Tiene buena presencia. Aplomo. Como te digo, simpático. No estoy segura de si me fiaría de él…

– ¡Ay, Dios mío!

– Pero es una opinión personal. Puedo estar equivocada.

– ¿Y qué hacemos?

– No podemos hacer nada. Alexa tiene veintiún años y debe decidir por sí misma.

Violet comprendía que así era. Pero Alexa… tan lejos. En Londres.

– Si, al menos, pudiéramos conocerlo. Eso haría las cosas más normales.

– Estoy completamente de acuerdo y lo conocerás. -Violet miró a su nuera y vio que sonreía, tan satisfecha de si misma como el gato que se ha comido la nata-. Mal que me pesara, hice el papel de madre, les hablé y estuvieron de acuerdo en venir para el fin de semana de la fiesta de los Steynton. Se hospedarán en Balnaid.

– ¡Qué idea más inteligente! -Violet hubiera dado un beso a Virginia de buena gana-. Eres una chica brillante. La mejor manera de disponer las cosas sin darle bombo.

– Es lo que pensé. Y hasta Edmund está de acuerdo. Pero vamos a tener que ser muy naturales, muy prudentes y muy circunspectos. Ni miradas insinuantes ni observaciones de doble sentido.

– ¿O sea, que no podré hablar de boda? -Virginia asintió. Violet lo meditó-. Nunca lo mencionaría. Soy lo bastante moderna como para darme cuenta de cuando tengo que cerrar la boca. Pero los jóvenes, con eso de vivir juntos se crean situaciones muy difíciles. Y nos plantean problemas a nosotros. Si le hacemos mucho caso, el chico pensará que lo presionamos y saldrá corriendo y destrozará el corazón de Alexa. Y, si no le hacemos suficiente caso, Alexa pensará que no nos gusta y eso le destrozará el corazón.

– Yo no estaría tan segura. Alexa está más mujer, más segura de sí misma. Ha cambiado.

– No podría soportar verla sufrir.

– Me temo que ya no podemos protegerla. Las cosas han ido demasiado lejos.

– Sí -asintió Violet, sintiéndose reconvenida en cierto modo. No era el momento de alimentar aprensiones. Si había de ser de alguna utilidad a alguien debía conservar la sensatez-. Tienes toda la razón. Todos tenemos que…

Pero no pudo decir más. Oyeron abrirse y cerrarse la puerta principal.

– ¡Mami!

Henry había vuelto. Virginia dejó la taza y se levantó de un salto, olvidándose de Alexa. Se dirigió hacia la puerta, pero Henry llegó antes, sofocado por la alegría y la carrera cuesta arriba.

– ¡Mami!

Ella abrió los brazos y él se precipitó en ellos.

8

En las cenas a las que asistía Edmund nunca faltaba alguien bien intencionado que le preguntaba si no le resultaba muy pesado ir y volver todos los días de Strathcroy a Edimburgo, cada mañana y cada tarde, un día sí y otro también. La verdad era que Edmund no daba importancia al viaje. Volver a Balnaid junto a su familia era más importante que el considerable esfuerzo que ello requería y sólo una cena de negocios en Edimburgo, un avión de primera hora de la mañana o unas carreteras intransitables a causa del invierno le hacían quedarse en la ciudad y pernoctar en el piso de Moray Place.

Además, le gustaba conducir. Su coche era potente y seguro y la autovía que cortaba el Forth y llegaba hasta Relkirk vía Fife le resultaba tan familiar como la palma de la mano. Más allá de Relkirk, por carreteras interiores, tenía que aminorar la velocidad, pero el viaje rara vez le llevaba más de una hora.

Utilizaba aquel tiempo para descargar la tensión acumulada durante un día de decisiones y para concentrarse en las facetas no menos absorbentes de su ajetreada vida. En invierno, escuchaba la radio. Pero no las noticias ni los debates políticos… Cuando recogía la mesa y guardaba bajo llave todos los documentos confidenciales, tenía ya bastante de lo uno y de lo otro. Escuchaba Radio Tres, música clásica y gran teatro. El resto del año, a medida que las horas de luz se alargaban y ya no hacía el viaje en la oscuridad, hallaba mucho más placer y más descanso en la contemplación del desfile de las estaciones por el campo. El arado, la siembra, el reverdecer de los árboles; los primeros corderos que salían a los pastos, la maduración de las cosechas, los recolectores de frambuesas, en las largas hileras de canas, la recolección, las hojas del otoño, la primera nieve.