Las copas estaban llenas hasta el borde. Pandora levantó la suya.
– Por vosotros dos y por la dicha de teneros aquí. Lucilla, Jeff me ha contado vuestro viaje por Francia. Ha tenido que ser fantástico. Y que impresión, la visita a Chartres. Estoy deseando oír más detalles, pero ante todo, lo más importante, quiero que me hables de casa, Lucilla, y de mi precioso Archie, de Isobel y de Hamish, que ya debe de estar enorme. Cuéntame que hace Isobel con todos los americanos en casa. Archie me habla de ellos en sus cartas cuando no me explica la ultima cacería de faisanes o el tamaño del salmón que pescó la semana anterior. Es un milagro que pueda hacer tantas cosas con esa horrible pierna. Dime cómo tiene la pierna.
– En realidad, no puede hacer tantas cosas -le dijo Lucilla, sin rodeos-. Te escribe cartas optimistas porque no quiere entristecerte. Y la pierna no la tiene ni bien ni maclass="underline" no la tiene y punto. Es metálica. No puede mejorar y todos rezamos para que no empeore.
– Pobre muchacho. El IRA es bestial, bestial. ¡Cómo se atreven a hacer cosas así a la gente y precisamente a Archie!
– No le apuntaban precisamente a él, Pandora. Esperaban, junto a la frontera, para disparar a un grupo de soldados británicos. Y dio la casualidad de que él estaba en el grupo.
– ¿Sabía el que estaban esperándoles o fue una emboscada?
– No lo sé. Y, si se lo preguntara, no me lo diría. No quiere hablar de ello. No quiere hablarlo con nadie.
– ¿Y eso es bueno?
– Me parece que no, pero, ¿qué podemos hacer nosotros?
– Nunca fue muy comunicativo. Un encanto de hombre, pero ya desde niño todo se lo guardaba. Ni siquiera sabíamos que cortejaba a Isobel y cuando dijo que quería casarse con ella, a mamá casi le da un ataque, porque ella lo veía casado con otra chica muy distinta. Pero si le importó, puso al mal tiempo buena cara, como hacía siempre… -Su voz había ido apagándose hasta que enmudeció. Vació la copa rápidamente-. Jeff, ¿queda algo en esa botella o abrimos otra?
La botella no estaba vacía todavía y Jeff volvió a llenar la copa de Pandora y luego la de Lucilla y la suya. Lucilla empezó a sentirse alegre. Se preguntaba cuanto habría bebido Pandora antes de que llegaran ellos. Quizás estaba tan locuaz por el champaña.
– Ahora, contadme… -Ya volvía a la carga-. ¿Qué planes tenéis vosotros dos?
Jeff y Lucilla se miraron. Hacer planes no era su fuerte. Lo divertido era hacer las cosas impulsiva y espontáneamente.
Respondió Jeff.
– Todavía no lo sabemos. Una cosa es segura, debo regresar a Australia a primeros de octubre. Tengo reservado pasaje en “Quantas” para el día tres.
– ¿Desde dónde?
– Desde Londres.
– Entonces, más tarde o más temprano tendrás que volver a Inglaterra.
– Exacto.
– ¿Irá Lucilla contigo?
Otra vez se miraron.
– Todavía no hemos hablado de eso -señaló Lucilla.
– De modo que sois libres. Libres como el aire. Libres para ir y venir a vuestro antojo. El mundo es una ostra en vuestro plato. -Hizo un amplio ademán derramando parte del champaña.
– Sí -convino Jeff, con cautela-. Seguramente.
– Pues vamos a hacer planes. Lucilla, ¿te gustaría hacer planes conmigo?
– ¿Qué clase de planes?
– Cuando estabas fisgando, como dices tú por el salón, ¿te fijaste en esa ostentosa invitación de la repisa?
– ¿De Verena Steynton? Sí, la he visto.
– ¿Te han invitado a ti?
– Sí. Papá me la envió a Ibiza.
– ¿Piensas ir?
– Yo… aún no lo he pensado.
– ¿Podrías ir?
– No lo sé. ¿Por qué?
– Porque… -Dejó la copa-. Creo que yo sí que iré.
La impresión arrancó a Lucilla de su estado de beatitud serenándola bruscamente. Miró a Pandora con total incredulidad y Pandora sostuvo su mirada. Sus ojos grises, con sus enormes pupilas negras, brillaban con extraña euforia, como saboreando la expresión de desconcierto e incredulidad que había hecho asomar al rostro de Lucilla.
– ¿Irías?
– ¿Por qué no?
– ¿Volverías a Escocia?
– ¿Y adónde si no?
– ¿Para el baile de Verena Steynton? -Era absurdo.
– Es un motivo tan bueno como cualquier otro.
– Pero si no has querido volver nunca. Papá te lo ha pedido y suplicado y tú nunca has vuelto. Él me lo ha dicho.
– Siempre tiene que haber una primera vez. Y quizá éste sea el momento indicado.
Se levantó bruscamente, se alejó unos pasos y se quedó mirando el jardín de espaldas a ellos. Permaneció así unos instantes, inmóvil. Su silueta se recortaba a la luz de la piscina. La brisa ondulaba su pelo y el vestido. Luego, se volvió a mirarles, apoyándose en la balaustrada. Con una voz muy distinta dijo entonces:
– He pensado mucho en Croy, sobre todo, últimamente. Soñaba con Croy y al despertar me ponía a recordar cosas en las que no pensaba desde hacía años. Y luego llegó esa invitación. Remitida desde Croy, Lucilla, lo mismo que la tuya. Y despertó un millón de recuerdos de cómo nos divertíamos en esos ridículos bailes. Y la casa llena de invitados, y los disparos de las escopetas resonando en las montañas, y cada noche, una mesa enorme a la hora de cenar. No me explico cómo mi pobre madre lo soportaba. -Sonrió a Lucilla y luego a Jeff-. Y, entonces, vosotros. Lucilla que me llama desde Palma y se presenta aquí, como caída del cielo, con esa cara que es el vivo retrato de Archie. Son augurios. ¿Crees en los augurios, Lucilla?
– No lo sé.
– Yo tampoco lo sé. Pero estoy segura de que, con la sangre de las Highlands que nos corre por las venas, deberíamos creer en ellos.
Volvió a su tumbona y se sentó en el reposapiés, acercando la cara a Lucilla. Y entonces Lucilla pudo ver la huella de los años estampada en aquellas hermosas facciones: las finas arrugas de los ojos y la boca, el cutis macerado, el acusado ángulo de la mandíbula.
– Vamos, pues, a hacer planes. ¿Queréis hacer planes conmigo? ¿Os molestaría que os pidiera este favor?
Lucilla miró a Jeff, que movió la cabeza.
– No nos molestaría -respondió ella.
– Entonces, escuchad lo que vamos a hacer. Nos quedaremos aquí una semana, los tres solos, y vosotros disfrutareis como nunca. Y después cogeremos mi coche y subiremos al trasbordador. Luego, viajaremos por España y Francia tranquilamente, sin prisas, saboreando el viaje. En Calais embarcaremos para Inglaterra. Y seguiremos rumbo al Norte, a Escocia, a casa. A Croy. Anda, Lucilla, di que te parece una idea fantástica.
– Desde luego, totalmente inesperada -fue todo lo que Lucilla pudo decir, pero si Pandora advirtió su falta de entusiasmo no lo dejó traslucir.
Arrastrada por su propia emoción, se dirigió a Jeff:
– ¿Y tú? ¿Qué te parece a ti? ¿O piensas que he perdido el juicio?
– No.
– ¿No te importaría acompañarnos a Escocia?
– Si eso es lo que tú y Lucilla queréis, encantado.
– ¡Está decidido! -exclamó Pandora, triunfalmente-. Nos alojaremos todos en Croy, con Isobel y Archie, y luego acudiremos a la fabulosa fiesta de los Steynton.
– Pero Jeff no tiene invitación -apuntó Lucilla.
– ¡Oh! Eso no importa.
– Tampoco tiene que ponerse.
Pandora se echó a reír.
– Tesoro, estás defraudándome. Creí que eras una artista sublime y, por lo visto, lo único que te preocupa es la ropa. La ropa no importa, ¿no te das cuenta? Nada importa. Lo que importa es que volvemos a casa juntas. Lo que vamos a divertirnos. ¡Y, ahora, a celebrarlo! -Se levantó bruscamente-. Es el momento de abrir la segunda botella de champaña.
SEPTIEMBRE
1
Isobel Balmerino, sentada a la maquina de coser, marcó el último pañuelo con el nombre de HAMISH BLAIR y lo puso encima del montón de ropa que había en la mesa, a su lado. Listos. Sólo quedaban las prendas que había que marcar a mano: medias de rugby, un abrigo y un pullóver gris con cuello de polo, pero esto se podía ir haciendo poco a poco, por la noche, junto al fuego.