– Hola, papá. -Hamish, dejó los cestos en la mesa de la cocina y gimió-: Estoy hambriento.
– Tú siempre estás hambriento.
Isobel también dejó su carga.
– Hamish, te has pasado la tarde comiendo bayas. -Llevaba el pantalón de pana que le hacía bolsas en las rodillas y una camisa que Archie había desechado hacía tiempo-. No puedes tener hambre.
– Pues tengo hambre. Las bayas no llenan. -Hamish se dirigía ya al aparador donde estaban las cajas de bizcocho. Destapó una ruidosamente y cogió un cuchillo.
Archie contempló la cosecha con admiración.
– Habéis trabajado mucho.
– Debe de haber por lo menos treinta libras. Nunca había visto tanto arándano. Hemos ido al otro lado del río, donde Mr. Gladstone siembra los nabos. Los setos de esos campos están cuajados de fruto. -Isobel arrimó una silla y se sentó-. Me muero por una taza de té.
– Tengo que darte una noticia -empezó Archie.
Ella le miró rápidamente, siempre temiendo lo peor.
– ¿Una buena noticia?
– Inmejorable -respondió él.
– Pero, ¿cuándo ha llamado? ¿Qué te ha dicho? ¿Por que no llamó antes? -Isobel no le daba tiempo de contestar-. ¿Por qué no llamó desde Palma, o desde Francia, con más tiempo? No es que me haga falta tiempo, no importa; lo único que importa es que vienen. Mira que parar en el “Ritz”… No creo que Lucilla haya estado nunca en un hotel. Pandora exagera. Habrían podido ir a otro menos fastuoso.
– Probablemente Pandora no conoce otro.
– ¿Y se quedan para el baile? ¿Y trae también al criador de ovejas? ¿De verdad crees que ha podido convencer a Pandora? Es increíble que, al cabo de tantos años, haya tenido que ser Lucilla quien la traiga. Tendré que preparar todas las habitaciones. Vamos a estar a tope, porque también tendremos al americano amigo de Katy. Y habrá que encargar comida. Todavía debe haber faisanes en el congelador…
Estaban sentados a la mesa, tomando el té. Hamish, acuciado por el hambre, había hervido el agua y preparado el té. Mientras sus padres hablaban, había sacado tres tazas y las cajas del bizcocho y las galletas y había colocado el pan en la madera. También había puesto en la mesa la mantequilla y un tarro de pasta de avellana al chocolate por la que últimamente había desarrollado gran predilección. En ese momento, estaba fabricándose un sándwich gigante con ella.
– ¿…te habló de Pandora? ¿Dijo algo?
– No mucho. Sólo parecía encantada de la vida.
– ¡Cómo me hubiera gustado estar aquí para hablar con ella!
– Podrás hablar con ella mañana.
– ¿Se lo has dicho a alguien?
– No. Sólo a vosotros.
– Tengo que llamar a Verena para que cuente con tres personas más en la fiesta. Y hay que decírselo a Virginia. Y a Vi.
Archie volvió a llenarse la taza.
– He pensado que a lo mejor era buena idea invitar a todos los Aird a almorzar el domingo. ¿Qué te parece? Al fin y al cabo, no sabemos cuanto tiempo va a quedarse Pandora y la próxima semana, entre unas cosas y otras, esto va a ser un circo de tres pistas. El domingo podría ser un buen día.
– Una idea estupenda. Llamaré a Virginia. Y encargaré un filete al carnicero.
– Ñam ñam -hizo Hamish, cogiendo otra rebanada de pan de jengibre.
– … y si hace buen día podríamos jugar al croquet. No hemos jugado en todo el verano. Tendrás que segar la hierba, Archie. -Dejó la taza en la mesa con aire atareado-. Ahora tengo que hacer mermelada de arándano y preparar las habitaciones. Pero que no se me olvide llamar a Virginia…
– Yo la llamaré -dijo Archie-. Eso puedo hacerlo yo.
Pero Isobel, cuando hubo puesto la gran olla de la mermelada en el fogón, comprendió que si no daba la noticia a alguien estallaría e hizo una pausa para telefonear a Violet. Pero en Pennyburn no contestó nadie. Colgó y volvió a llamar media hora después.
– Diga.
– Vi, soy Isobel.
– ¡Oh! Querida.
– ¿Estás ocupada?
– No. Estoy sentada con una copa en la mano.
– Vi, si no son más que las cinco y media. ¿Es que te das a la bebida?
– Momentáneamente. He tenido el día más agotador de toda mi vida. Me he llevado a Lottie Carstairs de compras a Relkirk y a tomar el té. Bueno, ya ha pasado y he hecho mi buena obra de la semana. Pero me pareció que merecía un buen whisky con soda.
– Desde luego. Incluso dos buenos whiskies con soda. Vi, tengo que decirte una cosa fantástica. Lucilla ha llamado desde Londres, mañana llega a casa y trae a Pandora.
– ¿Trae a quién?
– A Pandora. Archie está entusiasmado. Imagina, hace veintiún años que intenta hacerla venir a Croy y ahora va a venir.
– No puedo creerlo.
– ¿Verdad que parece increíble? Ven a almorzar el domingo y así los verás a todos. También vendrán los otros Aird y puedes venir con ellos.
– Me encantaría. Pero… Isobel, ¿por qué crees que habrá decidido venir tan repentinamente? Me refiero a Pandora.
– Ni idea. Lucilla dijo no sé qué del baile de los Steynton, pero es una excusa muy pobre.
– Que extraordinario. Yo… me pregunto cómo estará.
– Ni idea. Probablemente fabulosa. Claro que, con treinta y nueve años, alguna arruguita tendrá. De todos modos, pronto lo veremos. Ahora tengo que dejarte, Vi. Estoy haciendo mermelada de arándano y va a romper a hervir. Hasta el domingo.
– Gracias. Y me alegro de que venga Lucilla…
Pero la mermelada no podía esperar.
– Adiós, Vi. -Y colgó.
Pandora.
Vi colgó el teléfono, se quitó las gafas y se frotó los doloridos ojos. Antes ya estaba cansada, pero la noticia que con tanta alegría acababa de darle Isobel le producía una sensación de agobio. Como si, de un momento a otro, fueran a hacerle unas exigencias irrealizables y a afrontar decisiones vitales. Se recostó en la butaca y cerró los ojos pensando que ojalá estuviera allí Edie, su más vieja y querida amiga, para escucharla y reconfortarla. Pero Edie estaba en su casa con la cruz de Lottie y ni por teléfono podían hablar, porque Lottie siempre estaba fisgando y sacando peligrosas conclusiones.
Pandora. Ya tenía treinta y nueve años, pero cuando Violet la vio por ultima vez acababa de cumplir dieciocho y en su recuerdo seguía siendo una adolescente hechicera. Como si hubiera muerto. Los muertos no envejecen y permanecen en el recuerdo tal como eran en vida. Archie y Edmund eran ya hombres de mediana edad pero, para Violet, Pandora no.
Que tontería. Todos envejecemos a la misma velocidad, como arrastrados por esos pasillos rodantes de los aeropuertos. Pandora tenía treinta y nueve años y, si había que creer lo que se decía, había llevado una vida que no era desde luego tranquila y sosegada. La experiencia tenía que dejar huella, trazado surcos, marcado arrugas, apagado el brillo de aquella espléndida cabellera.
Pero era casi inimaginable. Violet suspiró, abrió los ojos y alargó la mano hacia el vaso. Tenía que sobreponerse. Las consecuencias del viaje no afectaban en nada. Ella no tomaría decisión alguna porque ninguna debía tomar. Ella, sencillamente, seguiría haciendo lo que había hecho siempre, observar y no meterse en nada.
Cuando Edmund Aird entraba a las siete de la tarde en Balnaid por la puerta principal, de regreso de Edimburgo, el teléfono empezó a sonar. Se detuvo en el vestíbulo y, como nadie contestaba, dejó la cartera y entró en la biblioteca, se sentó al escritorio y descolgó el aparato.
– Edmund Aird.
– Edmund, soy Archie.
– Sí, Archie.
– Llamo de parte de Isobel. Quiere que tú, Virginia y Henry vengáis a almorzar el domingo. También vendrá Vi. ¿Podréis?
– Muchas gracias a Isobel. Creo que sí… un momento… -Sacó la agenda del bolsillo, la puso sobre la carpeta y volvió las hojas-. Por mí, encantado, pero acabo de llegar y todavía no he visto a Virginia. ¿Quieres que vaya a buscarla?