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No había detalle pequeño. El único tema que no se tocó como por acuerdo tácito, fue el de Pandora y lo que había hecho durante los últimos veintiún años.

A ella no le importaba. Había vuelto a Croy y, de momento, esto era lo esencial. Los años de ausencia parecían irreales, borrosos, como una vida ajena y ahora, rodeada de su familia, los olvidó sin pesar.

Pandora bebía su café sentada a la mesa de la cocina y contemplaba a Isobel, que restregaba la cacerola en el fregadero. Isobel llevaba unos guantes de goma rojos y un delantal azul y blanco que protegía su vestido bueno y Pandora, mirándola, pensó que era una mujer excepcional. Trabajaba apaciblemente sin quejarse, mientras el resto de la familia había desaparecido dejándole la tarea de limpiar los restos de la cena.

Porque hubo una desbandada general. Archie se excusó y bajó a su taller. Hamish, con la promesa de una recompensa en metálico, accedió a aprovechar la última luz del día para cortar la hierba del campo de croquet. Pandora quedó impresionada al verle acceder de buen grado. Pero no sabía lo mucho que ella le había impresionado a él. Una tía que viene a casa a pasar unos días no parece un plan muy interesante. Hamish esperaba a una persona tipo Vi, de pelo gris y zapatos de cordones, y recibió la impresión de su vida, cuando le presentaron a Pandora. Fenomenal. Como una estrella de cine. Mientras comía su plato de faisán, fantaseó con la posibilidad de presumir con ella delante de sus compañeros de clase de Templehall. Quizá su padre la llevara a ver algún partido. El prestigio de Hamish entre sus amigos se dispararía hasta las nubes. Se preguntó si le gustaría el rugby.

– Me encanta Hamish, Isobel.

– A mí tampoco me cae mal. Ojalá no se haga enorme.

– Va a ser guapísimo. -Bebió otro sorbo de café-. ¿Te gusta Jeff?

Jeff, comprensiblemente harto de la compañía femenina y de los desacostumbrados refinamientos de las dos últimas semanas se había llevado a Lucilla al “Strathcroy Arms” a tomar una jarra de buena cerveza en un ambiente reconfortantemente masculino.

– Parece buen chico.

– Es muy amable. Y en todo el viaje no ha perdido la paciencia ni una sola vez. Poco hablador, desde luego. Imagino que todos los australianos son fuertes y lacónicos. Aunque no lo sé. No he conocido a otro.

– ¿Crees que Lucilla está enamorada de él?

– Yo diría que no. Sólo son…, que horribles frases…, buenos amigos. Además, ella es muy joven. A los diecinueve años no apetece pensar en relaciones permanentes.

– ¿Quieres decir matrimonio?

– No, querida, no quiero decir matrimonio.

Isobel no hizo ningún comentario y Pandora pensó que quizá había dicho una inconveniencia y buscó un tema más ameno y menos espinoso.

– Isobel, no me habéis dicho nada de Dermot Honeycombe y su amigo Terence. ¿Todavía tienen la tienda de antigüedades?

– ¿No te lo ha escrito Archie? -Isobel se volvió de espaldas al fregadero-. Una pena. Terence murió. Hará unos cinco años.

– No lo puedo creer. ¿Y qué hizo el pobre Dermot? ¿Buscar otro jovencito?

– No; ni hablar. Desconsolado y fiel. Todos pensamos que se iría de Strathcroy pero se quedó. Todavía tiene la tienda y sigue viviendo en su pequeño cottage, ahora solo. De vez en cuando, nos invita a cenar y nos da unas raciones minúsculas de platos exquisitos con salsas exóticas. Archie siempre vuelve a casa hambriento y tengo que darle un plato de sopa o copos de maíz antes de que se acueste.

– Pobre Dermot. Tengo que ir a verle.

– Se alegrará. Siempre pregunta por ti.

– Le compraré alguna chuchería para regalársela a Katy Steynton en su cumpleaños. Tampoco hemos hablado de eso. Me refiero al baile. -Isobel había terminado por fin y se quitó los guantes, los dejó en la tabla de escurrir y se sentó frente a su cuñada-. ¿Seremos muchos en casa?

– No. Solo nosotros. Hamish ya estará en el colegio. De forasteros, sólo habrá un americano triste al que Katy conoció en Londres y lo invitó porque le dio lástima. Verena no tiene sitio y por eso viene aquí.

– ¡Qué bien! Un hombre para mí. ¿Por que está triste?

– Porque hace poco que murió su mujer.

– Vaya, espero que no esté muy alicaído. ¿Dónde dormirá?

– En tu antigua habitación.

Esto explicaba la cuestión.

– ¿Y la noche del baile? ¿Dónde cenaremos?

– Aquí. Podríamos invitar a los Aird y a Vi. Mañana vienen a almorzar; se lo diré a Virginia.

– No lo sabía.

– ¿Qué, que vienen a almorzar? Bueno, ahora ya lo sabes. Por eso Hamish está cortando la hierba del campo de croquet.

– Diversión familiar para la tarde, todo previsto. ¿Qué te pondrás para el baile? ¿Te has comprado algo?

– No. Se me acabó el dinero. Tuve que comprar a Hamish cinco pares de zapatos para el colegio…

– Pero, Isobel, tienes que estrenar un vestido. Saldremos juntas a comprarlo. ¿Adónde vamos? A Relkirk. Pasaremos todo el día…

– Pandora, te he dicho que… No me es posible.

– ¡Oh! Cariño, lo menos que puedo hacer es regalarte alguna cosilla. -Se abrió la puerta del jardín y entró Hamish, que había terminado su tarea antes de que acabara de oscurecer y volvía a tener hambre-. Después hablaremos.

Hamish se preparó el resopón. Un tazón de cereales, un vaso de leche y un puñado de galletas de chocolate. Pandora apuró el café y dejó la taza. Bostezó.

– Me parece que me voy a la cama. Estoy molida. -Se puso en pie-. Buenas noches, Hamish.

No trató de besarle y el chico no supo si alegrarse o sentirlo.

– ¿Está Archie en el taller? Bajaré a hablar con él un momento. -Dio un beso a Isobel-. Buenas noches, cariño. Es una delicia estar aquí. La cena estaba estupenda. Hasta mañana.

Archie estaba en el sótano, trabajando con ahínco a la luz de una potente bombilla cubierta por una amplia pantalla, que proyectaba un círculo luminoso sobre el banco de trabajo. Pintar la figura de Katy y su perro estaba resultando una operación difícil y delicada. Los cuadros desvaídos de la falda, la textura del jersey, los reflejos del pelo, todo entrañaba dificultades que ponían a prueba su habilidad.

Dejó el pincel de marta, tomó otro y entonces oyó acercarse a Pandora. Los pasos que sonaban en la escalera de piedra que bajaba desde las cocinas eran inconfundibles, lo mismo que el taconeo en las losas del mal iluminado pasillo. Archie se quedó en suspenso, y al levantar la mirada, vio abrirse la puerta y asomar la cabeza de Pandora.

– ¿Molesto?

– No.

– Que oscuro está esto. No he podido encontrar el interruptor la luz. Es como una mazmorra. Desde luego, estás tranquilo. -Arrimó una silla y se sentó a su lado-. ¿Qué haces?

– Pinto.

– Ya lo veo. Es bonita esa figura. ¿De dónde la has sacado?

Él respondió ufano:

– La he hecho yo.

– ¿Tú? Archie, eres fantástico. No sabía que tuvieras esa habilidad.

– Es para el cumpleaños de Katy. Son ella y su perro.

– Que buena idea. Tú nunca fuiste mañoso. Era papá el que nos arreglaba los juguetes y pegaba las cosas de porcelana. ¿Has aprendido en algún sitio?

– Sí. Cuando me hirieron… Cuando me volaron la pierna -rectifico- y me dieron de alta en el hospital, me enviaron a Headley Court. Es un centro de rehabilitación del Ejército para los individuos que tienen alguna incapacidad. Que están más o menos inútiles. Ahí te ponen las prótesis. Piernas, brazos, manos, pies… Te dan todo lo que te falte. Desde luego, dentro de ciertos límites. Y luego te hacen pasar unos meses de infierno hasta que aprendes a desenvolverte.

– No parece muy agradable.

– No estuvo mal. Y siempre hay algún pobre diablo que está peor que tú.