Выбрать главу

– ¿Y guisa aquí?

– Casi todo. Las cenas son un poco más complicadas, porque tienes que trabajar en cocinas que no conoces. Y las cocinas de los demás son un misterio. Yo siempre me llevo mis cuchillos.

– Eso suena muy sanguinario.

– Para picar la verdura -rió ella-. No para asesinar a la anfitriona. Tiene el vaso vació. ¿Quiere otro trago?

Noel advirtió que, efectivamente, el vaso estaba vacío y respondió que con mucho gusto, pero antes de que él pudiera moverse Alexa ya estaba de pie, después de depositar suavemente al perro en el suelo. Le tomó el vaso de la mano y desapareció a su espalda.

Hasta los oídos de Noel llegaron gratos tintineos. El siseo de la soda. había un gran sosiego. La brisa nocturna agitaba los visillos. En la calle un coche se puso en marcha y se alejó, y los niños que iban en bicicleta ya habían entrado a acostarse. La frustrada cena había dejado de tener importancia y Noel se sentía como el caminante del desierto que tropieza de pronto con un fresco oasis bordeado de palmeras.

Volvió a sentir el frío vaso en la mano.

– Siempre he pensado que esta era una de las calles más agradables de Londres.

Alexa regresó a su butaca y se sentó con los pies debajo del cuerpo.

– ¿Usted dónde vive?

– En Pembroke Gardens.

– ¡Oh! Pues también es muy bonito. ¿Vive solo?

La pregunta le pilló desprevenido, pero también le divirtió aquel ataque tan directo. Probablemente, ella recordaba la fiesta de los Hathaway y su persistente persecución de la espectacular Vanessa.

– Casi siempre -sonrió.

Ella ni se enteró de la evasiva.

– ¿Vive en un piso?

– Sí. Una planta baja sin mucho sol, pero estoy poco en casa por lo que en realidad no importa. Casi nunca paso el fin de semana en Londres.

– ¿Tiene una casa en el campo?

– No. Pero la tienen mis amigos.

– ¿Y tiene también hermanos?

– Dos hermanas. Una vive en Londres y la otra en el Condado de Gloucester.

– Alguna vez irá a verla, imagino.

– Procuro evitarlo. -Ya era suficiente. Ya había contestado bastantes preguntas-. ¿Y usted? ¿Va al campo los fines de semana?

– No. Muchos fines de semana trabajo. La gente suele dar cenas los sábados y almuerzos los domingos. además, no merece la pena irse hasta Escocia para un fin de semana nada más.

Escocia.

– ¿Es qué vive en Escocia?

– No. Vivo aquí. Pero la casa de la familia esta en el Condado de Relkirk.

“Yo vivo aquí”.

– Pero creí que su padre… -Se interrumpió, porque lo que el pensara no eran más que conjeturas.

¿Era posible qué hubiera ido tan desencaminado?

– Perdone, pero me dio la impresión de que…

– Él trabaja en Edimburgo. Está en “Sanford Cubben”. Es el director de su delegación en Escocia.

“Sanford Cubben”, una gran financiera internacional. Noel hizo varios reajustes mentales.

– Ya. Qué tontería. No sé por que lo había imaginado en Londres.

– Ah, será por lo que le dije de sus viajes a Nueva York. Pero eso no es nada. Viaja por todo el mundo. Tokio, Hong Kong. Pasa poco tiempo aquí.

– Entonces, no le verá mucho, ¿verdad?

– A veces, cuando está de paso en Londres. No viene aquí, porque se aloja en el piso de la empresa, pero siempre me llama y, si hay tiempo, me lleva a cenar al “Connaught” o al “Claridge’s”. Es fantástico. Hago acopio de ideas culinarias.

– Supongo que es un motivo tan bueno como el que más para ir al “Claridge’s”. Pero… -“No viene aquí” – ¿de quién es esta casa?

– Mía -respondió Alexa, sonriendo con toda inocencia.

– ¡Ah…! -Imposible disimular su incredulidad.

El perro volvía a estar en el regazo de la muchacha. Ella acariciaba su cabeza y jugaba con sus orejas peludas y puntiagudas.

– ¿Cuánto hace que vive aquí?

– Unos cinco años. Era la casa de mi abuela materna. Siempre estuvimos muy unidas. Yo solía pasar con ella una parte de mis vacaciones escolares. Cuando vine a Londres a seguir los cursos de cocina, ella era viuda y vivía sola. De manera que me vine a vivir con ella. Y cuando murió, ahora hace un año, me dejó la casa en herencia.

– Debía de quererla mucho.

– Yo la quería mucho. Ello causó cierta tensión en la familia. El que viviera con ella quiero decir. A mi padre no le gustaba. quería mucho a la abuela, desde luego, pero pensaba que yo debía tener más independencia. Hacer amistades de mi misma edad, instalarme en un piso con otra muchacha. Pero yo no quise. Soy terriblemente perezosa para esas cosas y la abuela Cheriton… -Ella se interrumpió. Sus ojos se encontraron. Noel no dijo nada y, después de una pausa, ella prosiguió con naturalidad sin darle importancia-… se hacía vieja. Hubiera sido triste para ella quedarse sola.

Otro silencio. Luego Noel dijo:

– ¿Cheriton?

– Sí -suspiró Alexa, como si confesara un crimen.

– Un nombre poco corriente.

– Sí.

– Y también famoso.

– Sí.

– ¿Sir Rodney Cheriton?

– Era mi abuelo. No quería decírselo. Se me escapó.

Conque era eso. El enigma estaba resuelto. Eso explicaba el dinero, la opulencia, las valiosas antigüedades. Sir Rodney Cheriton, ya fallecido, fundador de un imperio financiero a escala mundial que, durante los años sesenta y setenta, intervino en tantas opas y corporaciones que su nombre aparecía en casi todos los números del Financial Times. Aquella era la casa de Lady Cheriton y la amable y sencilla cocinera que estaba sentada en aquella butaca con los pies recogidos bajo el cuerpo como una colegiala era su nieta.

Noel estaba atónito.

– ¡Bueno! ¡Quién lo iba a imaginar!

– No lo digo a casi nadie, porque no me enorgullezco de ello.

– Pues debería hacerlo. Era un gran hombre.

– No es que no le quisiera. Siempre fue muy cariñoso conmigo. Es que no me gustan las operaciones monstruo ni que las empresas sean cada vez más grandes. Yo preferiría que fueran cada vez más pequeñas. A mi me encanta la tienda de la esquina y esas carnicerías en las que el dueño te saluda por tu nombre. No me gusta pensar que pueda ser absorbida o que pierda la identidad o que quede sobrante.

– Ya no podemos dar marcha atrás.

– Lo sé. Eso me dice mi padre. Pero cada vez que veo derribar las casas de la vecindad para poner en su lugar otro feo bloque de oficinas, de ventanas negras, como una de esas granjas modernas en las que ponen los pollos en batería. Eso es lo que me gusta de Escocia. Strathcroy, nuestro pueblo, casi no ha cambiado. Sólo Mrs. McTaggart, la dueña de la tienda de comestibles, traspasó el negocio porque ya no podía estar tantas horas de pie y ahora la tienda es de unos paquistaníes. Se llaman Ishak y son unas bellísimas personas, y ella lleva unos vestidos preciosos de seda de colores. ¿Ha estado en Escocia?

– He estado en Sutherland, pescando en el Oykel.

– ¿Quiere ver una foto de la casa?

No dejó traslucir que ya había echado un vistazo.

– Me encantaría.

Nuevamente, Alexa dejó el perro en el suelo y se puso en pie. El perro, molesto por tanto movimiento, se sentó en la estera delante de la chimenea con expresión ofendida. Ella cogió la foto y se la tendió a Noel.

Él, después de una pausa adecuada, dijo:

– Parece muy cómoda.

– Es muy hermosa. Y esos son los perros de mi padre.

– ¿Cómo se llama su padre?

– Edmund. Edmund Aird. -Volvió a dejar la foto en su sitio. Al girarse, su mirada tropezó con el reloj de oro que estaba en el centro de la repisa-. Son casi las ocho y media -dijo.

– Caramba. -Comprobó la hora en su reloj-. Es verdad. Tengo que irme.

– No es necesario. Quiero decir que podría prepararle algo, darle de cenar.

La sugerencia era tan tentadora que Noel se sintió obligado a protestar tímidamente.