– No te imagino dependiendo de nadie.
– La senilidad no perdona a nadie.
Enmudecieron. En el silencio llegó otra descarga de las escopetas por encima de las cumbres.
– Por lo menos, ellos parecen tener un buen día -sonrió Violet.
– ¿Quienes están cazando?
– Supongo que los miembros de la asociación que tiene arrendado el coto. Archie Balmerino va con ellos. -Sonrió a Noel-. ¿Tú cazas?
– No; ni siquiera he tenido nunca una escopeta en las manos. No me dieron esa clase de educación. He vivido en Londres toda la vida.
– ¿En la preciosa casa de Oakley Street?
– Exactamente.
– Que suerte.
Él movió la cabeza.
– Lo más triste es que yo no me consideraba afortunado. Iba a un colegio externo y me creía desgraciado porque mi madre no podía enviarme a Eton o a Harrow. Además, cuando tuve edad de ir a la escuela, mi padre se había marchado para casarse con otra mujer. No es que le echara de menos porque casi no lo conocí, pero de algún modo aquello me mortificaba.
Ella no malgastó su compasión en él. Estaba pensando en Penélope Keeling.
– No es fácil para una mujer criar a los hijos sola.
– No creo que, de chico, se me ocurriera nunca esa idea.
Violet se echó a reír, apreciando su sinceridad.
– Lástima que la juventud se desperdicie en los jóvenes. Pero, ¿no disfrutabas de la compañía de tu madre?
– Sí, disfrutaba. Pero, de vez en cuando, teníamos unas peleas fenomenales. Generalmente, por dinero.
– El dinero es la causa de la mayoría de las peleas familiares, pero no creo que ella sufriera de materialismo.
– Todo lo contrario. Tenía su filosofía de la vida y una serie de frases hechas a las que recurría en los momentos difíciles o en lo más vivo de la discusión. Una de ellas es que la felicidad consiste en sacar el máximo partido a lo que tienes y la riqueza, en sacárselo a lo que te compras. Me parecía plausible, pero no acababa de convencerme.
– Quizá necesitabas algo más que buenas palabras.
– Sí; necesitaba algo más. Necesitaba no sentirme un extraño. Quería integrarme en una vida diferente, tener un pasado diferente, pertenecer al Establishment, con viejas casas, viejos apellidos y vieja fortuna. Se nos inculcó que el dinero no importa, pero yo sabía que el dinero no importa únicamente cuando lo tienes en abundancia.
– No estoy de acuerdo, pero te comprendo -dijo Violet-, la hierba siempre es más verde al otro lado de la colina. Y es humano desear lo que no se tiene. -Pensó en la casa de Alexa en Ovington Street, que era como una joya, y en la seguridad económica que la muchacha había heredado de su abuela materna, y sintió una punzada de inquietud-. Lo malo es que cuando llegas a esa hierba tan verde ves que, en realidad, no la deseabas. -Él guardó silencio y Violet frunció la frente-. Dime -agregó, yendo directamente a lo que interesaba-: ¿qué piensas de nosotros?
Noel quedó desconcertado por su brusquedad.
– Yo… no he tenido tiempo de formarme una opinión.
– Tonterías. Claro que has tenido tiempo. Por ejemplo, ¿te parece que nosotros somos el Establishment, como dices tú? ¿Crees que somos grandes?
Él se echó a reír. Quizá su hilaridad pretendía encubrir cierta turbación. No podía asegurarlo.
– No sé si grandes, pero reconoce que vivís a lo grande. En el Sur, para llevar ese estilo de vida hay que ser multimillonario.
– Pero estamos en Escocia.
– Precisamente.
– ¿Crees que nosotros somos grandes?
– No; sólo diferentes.
– Diferentes, tampoco, Noel. Corrientes. Gente de lo más corriente, que ha tenido la bendición de nacer y vivir en esta tierra incomparable. Hay, desde luego y lo reconozco, títulos, tierras, grandes mansiones y cierto feudalismo, pero si raspas la superficie de cualquiera de nosotros y profundizas una o dos generaciones, encontrarás a pequeños campesinos, obreros, pastores, granjeros. El sistema escocés de los clanes fue algo extraordinario. ningún hombre era criado de otro sino parte de una familia, y por eso el escocés de las tierras altas va por la vida con gallardía. Él sabe que es tan bueno como tú, si no mucho mejor. Además, la revolución industrial y el dinero victoriano crearon una grande y próspera clase media formada por antiguos artesanos y obreros. Archie es el tercer Lord Balmerino, pero su abuelo hizo fortuna fabricando paños y se había criado en las calles de la ciudad. Mi propio padre era hijo de un pastor de la isla de Lewis y andaba descalzo de niño. Pero tenía cerebro y afición a los libros, y sus ambiciones le hicieron ganar becas y acabó estudiando Medicina, se hizo cirujano, prosperó y llegó muy alto…, obtuvo la cátedra de Anatomía de la Universidad de Edimburgo y un titulo nobiliario, Sir Hector Akenside. Un nombre muy rimbombante, ¿no te parece?. Pero siempre fue un hombre sencillo, sin pretensiones, y por ello no sólo se hacía respetar, sino también querer.
– ¿Y tu madre?
– Mi madre procedía de un ambiente muy distinto. Tengo que reconocer que ella sí era aristócrata. Pertenecía a una antigua familia de la frontera que, por su propia culpa, perdió toda su fortuna. Mi madre era famosa por su belleza. Menudita, elegante y con una melena rubio platino tan abundante, que daba la sensación de que su fino cuello no iba a poder soportar tanto peso. Mi padre se fijó en ella en un baile y se enamoró a primera vista. No creo que ella estuviera enamorada de él, pero para entonces mi padre ya era una eminencia y, además, rico y ella era lo bastante lista como para saber lo que le convenía. Su familia, aunque no muy contenta, no puso objeciones al matrimonio… Probablemente, se alegraron de librarse de la niña.
– ¿Fueron felices?
– Creo que sí. Me parece que se compenetraron. Vivían en una casa muy alta y fría de Heriot Row, y allí nací yo. A mi madre le encantaba Edimburgo por su vida de sociedad, el ir y venir de gentes, teatros, conciertos, bailes y recepciones. Pero mi padre seguía siendo un aldeano y tenía el corazón en las montañas. Él amaba Strathcroy y todos los veranos venía a pescar. Cuando yo tenía unos cinco años, compró las tierras situadas al sur del río y construyó Balnaid. Él todavía trabajaba y yo iba al colegio en Edimburgo, de manera que al principio Balnaid fue sólo una casa de vacaciones, una especie de pabellón de caza. Para mí era el paraíso y vivía soñando con los meses de verano. Cuando por fin se retiró, se quedó a vivir en Balnaid. A mi madre no le hizo ninguna gracia, pero él era un hombre muy testarudo y al final no tuvo más remedio que transigir. Ella llenaba la casa de invitados, con lo que cada noche estaba asegurada la partida de bridge y la cena de gala. Pero no dejamos la casa de Heriot Row y cuando la lluvia o el viento del invierno se prolongaban durante muchos días, ella encontraba siempre una excusa para ir a Edimburgo, o a Italia, o a Francia.
– ¿Y tú?
– Ya te digo, para mí esto era el paraíso. Era hija única y fui una gran decepción para mi madre porque no sólo era alta y gruesa, sino, además, fea. Destacaba por mi tamaño entre mis compañeras y en la clase de baile era un desastre porque ningún chico quería ser mi pareja. Yo desentonaba en la vida social de Edimburgo, pero en Balnaid no parecía importar mi aspecto y al mismo tiempo podía ser yo misma.
– ¿Y tu marido?
– ¿Mi marido? -La cálida sonrisa de Violet iluminó sus curtidas facciones-. Mi marido era Geordie Aird. Verás, yo me casé con mi mejor y más querido amigo y, después de más de treinta años de matrimonio, él seguía siendo mi mejor y más querido amigo. No hay muchas mujeres que puedan decir eso.