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Con las manos tensamente entrelazadas a la espalda, Melissa siguió sin contestar. Serpiente deseó que hablara, pero sabía que no podía hacerlo; estaba demasiado asustada, y con buena razón.

—Es sólo una niña —dijo el gobernador—. No puede tomar una decisión como ésta. La responsabilidad tiene que ser mía, igual que ha sido mía la responsabilidad de todos los niños de Montaña durante veinte años.

—Entonces debe darse cuenta de que puedo hacer más por ella que ninguno de ustedes —dijo Serpiente—. Si se queda aquí, se pasará la vida escondida en un establo. Deje que se venga conmigo y no tendrá que ocultarse nunca más.

—Se esconderá siempre —dijo Ras—. Pobrecilla cara marcada.

—¡Bien que te has asegurado de que no lo olvide nunca!

—No ha dicho nada estrictamente desagradable, curadora —repuso el gobernador amablemente.

—¡Lo único que ven ustedes es la belleza! —gritó Serpiente, aunque sabía que no podían comprender lo que decía.

—Me necesita —dijo Ras—. Verdad, ¿niña? ¿Quién más cuidará de ti como yo? ¿Y ahora quieres marcharte? —sacudió la cabeza—. No comprendo. ¿Por qué quiere irse? ¿Y para qué la quieres?

—Ésa es una pregunta excelente, curadora —dijo el gobernador—. ¿Por qué quieres a esta niña? La gente puede decir que hemos pasado de vender a nuestros niños hermosos a desprendernos de los desfigurados.

—No puede pasar toda la vida escondiéndose —dijo Serpiente—. Es una niña con talento, lista y valiente. Puedo hacer más por ella que ninguno de ustedes. Puedo ayudarla a aprender una profesión. Puedo ayudarla a ser alguien que no sea juzgada por sus cicatrices.

—¿Una curadora?

—Es posible, si eso es lo que ella quiere.

—Lo que estás diciendo es que la adoptarías.

—Sí, por supuesto. ¿Qué más podía hacer si no?

El gobernador se volvió hacia Ras.

—Sería muy importante para Montaña que uno de los nuestros se convirtiera en curador.

—No sería feliz fuera de aquí —dijo Ras.

—¿No quieres hacer lo que es mejor para la niña? —la voz del gobernador se había suavizado, adquiriendo un tono adulador.

—¿Enviarla fuera de su hogar es lo mejor para ella? ¿Enviarías a tu…? —Ras se interrumpió y palideció.

El gobernador se recostó sobre sus almohadas.

—No, no enviaría a mi propio hijo. Pero si decidiera irse, lo dejaría —sonrió tristemente a Ras—. Tú y yo tenemos un problema similar, amigo mío. Gracias por recordármelo. — Se colocó las manos tras la cabeza y miró al techo durante largo rato.

—No puedes dejarla marchar —dijo Ras—. Sería igual que venderla como vinculosierva.

—Ras, amigo mío… —dijo el gobernador amablemente.

—No intentes decirme que es diferente. Lo sé mejor que nadie.

—Pero los beneficios…

—¿De verdad crees que alguien podría ofrecer a esta pobre criatura la oportunidad de convertirse en curadora? La idea es una locura.

Melissa miró rápida y subrepticiamente a Serpiente, ocultando sus emociones como siempre. Luego volvió a bajar los ojos.

—No me gusta que me llamen mentirosa —dijo Serpiente.

—Curadora, Ras no pretendía hacer eso. Conservemos la calma. No estamos hablando tanto de la realidad como delas apariencias. Las apariencias son muy importantes y son lo que la gente cree. Tengo que tenerlo en cuenta. No creas que es fácil conservar este puesto que ocupo. Más de un joven impetuoso (más de uno no tan joven), me expulsaría de esta casa si tuviera una oportunidad. No importa que la haya ocupado durante veinte años. Una acusación de esclavismo… —sacudió la cabeza.

Serpiente le contempló razonar consigo mismo, cada vez más decidido a rehusar su petición, incapaz de decidirse a aceptarla. Ras sabía exactamente qué argumentos le afectarían más, mientras que Serpiente había supuesto que se fiaría de ella, o al menos la dejaría seguir su método. Pero el posible interdicto de los curadores contra Montaña era un problema futuro que se convertiría en más serio por lo escasas que se habían vuelto las visitas de éstos a la ciudad en los últimos años.

Si el gobernador podía arriesgarse a aceptar el ultimátum, Serpiente no podía arriesgarse a forzarlo. No podía permitir la posibilidad de dejar a Melissa con Ras otro día, otra hora. La había puesto en peligro. Aún más, había mostrado su disgusto hacia el capataz, y por eso era posible que el gobernador no la creyera. Aunque Melissa lo acusara, no habría ninguna prueba. Serpiente buscó desesperadamente otra manera de conseguir la libertad de la niña; esperaba no haber echado ya a perder todas las probabilidades de ganarla directamente. Habló con toda la calma posible.

—Retiro mi petición.

Melissa contuvo la respiración pero no alzó la mirada. La expresión del gobernador se tornó de alivio, y Ras se arrellanó en su asiento.

—Con una condición —dijo Serpiente. Hizo una pausa para escoger bien sus palabras, para decir únicamente lo que pudiera ser probado—. Con una condición. Cuando Gabriel se marche, se dirigirá hacia el norte. Que Melissa vaya con él, al menos hasta Encrucijada —Serpiente no dijo nada delos planes de Gabriel; eran asunto suyo y de nadie más—. Allí vive una buena maestra de mujeres que no rechazará a nadie que necesite su ayuda.

Un pequeño goterón húmedo se ensanchaba sobre la camisa de Melissa a medida que las lágrimas caían silenciosamente sobre el basto material. Serpiente se apresuró.

—Que Melissa vaya con Gabriel. Puede que su formación tarde más de lo corriente, ya que es muy mayor para empezar. Pero es por su salud y su seguridad. Aunque Ras la ame… —casi se ahogó con la palabra—, aunque la ame demasiado para entregarla a los curadores, no creo que quiera privarle de este derecho.

Los rudos rasgos de Ras palidecieron.

—¿Encrucijada? —el gobernador frunció el ceño—. Aquí tenemos maestros perfectamente buenos. ¿Por qué necesita ir a Encrucijada?

—Sé que valoran ustedes la belleza —dijo Serpiente—, pero creo que también consideran la importancia del autocontrol. Deje que Melissa aprenda las habilidades, aunque tenga que ir a otra parte a encontrar una maestra.

—¿Pretendes decirme que esta niña nunca ha tenido una?

—¡Por supuesto que sí! —chilló Ras—. ¡Es un truco para dejar a la niña sin protección! ¿Cree que puede venir a un sitio y removerlo todo para que se ajuste a su antojo? —aulló a Serpiente—. Ahora piensa que la gente creerá todo lo que usted y esa mocosa desagradecida puedan inventar sobre mí. Todo el mundo le tiene miedo por causa de sus reptiles, pero yo no. ¡Póngame uno delante, vamos, y lo aplastaré de un golpe! —se detuvo bruscamente y miró a izquierda y derecha como si hubiera olvidado dónde se encontraba. No tenía forma de hacer una salida dramática.

—No es necesario que se proteja de las serpientes —dijo la curadora.

Ignorándole, ignorando también a Serpiente, el gobernador se inclinó hacia Melissa.

—Niña, ¿has ido a una maestra de mujeres? Melissa dudó, pero contestó finalmente.

—No sé qué es eso.

—Nadie quiso aceptarla —dijo Ras.

—No seas ridículo. Nuestros maestros no rehúsan a nadie. ¿La llevaste o no?

Ras bajó la mirada y no dijo nada más.

—Es fácil de comprobar.

—No, señor.

—¡No! ¿No? —el gobernador apartó las sábanas y se levantó, tambaleándose, aunque logró recuperar el equilibrio. Se plantó ante Ras, un hombre grande ante otro, dos criaturas hermosas enfrentándose mutuamente, una lívida, la otra pálida ante la furia de la otra.

—¿Por qué no?

—No necesita una maestra.

—¿Cómo te atreves a decir una cosa así? —el gobernador se inclinó hacia adelante hasta que Ras quedó apretujado contra el respaldo de la silla—. ¿Cómo te atreves a ponerla en peligro? ¿Cómo te atreves a condenarla a la ignorancia y a la incomodidad?