Serpiente se metió la bolsa con las monedas en su bolsillo y devolvió a Sombra y Susurro a sus compartimentos. Se encogió de hombros.
—De acuerdo. Nada importa mientras Melissa pueda marcharse.
De repente se sintió deprimida, y se preguntó si había obrado con demasiada firmeza y arrogancia y manejado las vidas de otras personas sin beneficiarlas. No tenía dudas de que había hecho lo justo por Melissa, al menos liberarla de Ras. Mientras que en el caso de Gabriel, o del gobernador, o incluso de Ras…
Montaña era una ciudad rica, y la mayoría de la gente parecía feliz; desde luego, estaban más contentos y seguros que antes de que el gobernador ocupara su cargo hacía ya veinte años. ¿Pero de qué había servido aquello para los niños de su propia casa? Serpiente se alegraba de marcharse, y se alegraba, para bien o para mal, de que Gabriel se marchara también.
—¿Curadora?
—¿Sí, Brian?
El criado, desde atrás, la tocó rápidamente en el hombro y la soltó.
—Gracias.
Cuando Serpiente se volvió un momento después, ya había desaparecido silenciosamente.
Mientras la puerta de su habitación se cerraba con suavidad, Serpiente oyó el retumbar de la puerta principal cerrándose en el patio. Volvió a asomarse a la ventana. Abajo, Gabriel montaba su gran caballo pinto. El muchacho miró el valle, luego se dio lentamente la vuelta hasta contemplar la ventana de la habitación de su padre. La observó largo rato. Serpiente no miró a la otra torre, porque sabía por la expresión del muchacho que su padre no estaba asomado. Gabriel suspiró, luego se enderezó y cuando miró hacia la torre de Serpiente su expresión era tranquila. La vio y le dirigió una sonrisa triste y autodespreciativa. Ella le despidió con la mano. El hizo lo mismo.
Pocos minutos después, Serpiente continuaba observando cómo el pinto agitaba su larga cola blanca y negra y desaparecía tras la última curva visible del sendero del norte. Otros cascos resonaron en el patio. Serpiente devolvió sus pensamientos a su propio viaje. Melissa montaba a Ardilla y guiaba a Veloz, miró hacia arriba y la llamó. Serpiente sonrió y asintió, se echó las alforjas al hombro, recogió el zurrón y bajó al encuentro de su hija.
9
El viento que le golpeaba la cara era límpido y frío. Arevin se sentía agradecido por el clima de la montaña, libre de polvo, calor y la omnipresente arena. En la cima de un paso, desmontó y contempló el paisaje ante el cual Serpiente se había criado. La tierra era brillante y muy verde, y podía ver y oír grandes cantidades de agua al fluir. Un río bajaba hacia el centro del valle, y a un tiro de piedra del sendero, un manantial borboteaba sobre roca cubierta de moho. Su respeto por Serpiente aumentó. Su pueblo no emigraba sino que vivían aquí todo el año. Serpiente contaba con poquísima experiencia en temperaturas extremas cuando se internó en el desierto. Este paisaje no suponía ninguna preparación para la inmensa desolación de arena negra, ni siquiera el propio Arevin estaba preparado para la severidad del desierto central. Sus mapas eran viejos; ningún miembro del clan los había usado, pero le habían conducido a salvo al otro lado del desierto, a través de una línea de oasis dignos de confianza. Dado lo avanzado de la estación, no había encontrado a nadie en el camino: no había podido pedir consejo a nadie sobre cuál era la mejor ruta a seguir, ni pudo preguntar tampoco por Serpiente.
Montó su caballo y cabalgó hacia el valle de los curadores.
Antes de encontrar a ningún habitante, llegó a un pequeño huerto. Era extraño: los árboles más lejanos eran maduros, retorcidos, mientras que los más cercanos eran jóvenes, como si se hubieran ido plantando unos pocos árboles cada año. Había un muchacho de unos catorce o quince años tendido en las sombras, comiendo fruta. Cuando Arevin se detuvo, el joven alzó la mirada, se puso en pie y se encaminó hacia él. Arevin espoleó a su caballo para que cruzara el verde prado. Los dos se reunieron en una fila de árboles que parecían tener unos cinco o seis años.
—Hola —dijo el muchacho. Cogió otra fruta y se la tendió a Arevin—. ¿Quieres una pera? Los melocotones y las cerezas se han acabado, y las naranjas todavía no están maduras del todo.
Arevin vio que, de hecho, cada árbol tenía frutas de diferentes formas, pero las hojas eran todas iguales. Tendió la mano, inseguro, para aceptar la pera, preguntándose si el terreno en donde crecían los árboles estaría envenenado.
—No te preocupes —dijo el muchacho—. No es radiactiva. No hay cráteres por aquí.
A pesar de sus palabras Arevin retiró la mano. No había dicho una sola palabra, y sin embargo el joven parecía saber qué estaba pensando.
—Yo mismo hice el árbol, y nunca trabajo con mutágenos peligrosos.
Arevin no tenía idea de lo que decía el muchacho, excepto que parecía estar asegurándole que la fruta era buena. Deseó poder comprender tan bien al chico como éste le comprendía a él. Como no quería ser descortés, aceptó la pera.
—Gracias.
El muchacho le observaba con esperanza y expectación, así que Arevin dio un mordisco a la fruta. Era dulce y agria al mismo tiempo, y muy jugosa. Dio otro bocado.
—Está muy buena —dijo—. Nunca había visto una planta que diera cuatro cosas diferentes.
—Mi primer proyecto —contestó el muchacho. Hizo un gesto hacia los otros árboles más viejos—. Todos hacemos uno. Resulta muy sencillo, pero es la tradición.
—Ya veo —dijo Arevin.
—Me llamo Thad.
—Me siento muy honrado —dijo Arevin—. Estoy buscando a Serpiente.
—¡Serpiente! —Thad frunció el ceño—. Me temo que has hecho un largo viaje para nada. No está aquí. Ni siquiera esperamos que vuelva hasta dentro de varios meses.
—Pero no puedo haberla adelantado.
La expresión agradable y servicial de Thad se trocó en preocupación.
—¿Quieres decir que ya viene de regreso? ¿Qué ha pasado? ¿Está bien?
—Lo estaba la última vez que la vi —contestó Arevin. Estaba claro que Serpiente debería haber llegado a casa si no le hubiera pasado nada.
Pensó en la posibilidad de que hubiera sufrido algún accidente, ante los cuales, al contrario que a las picaduras de las víboras, era vulnerable.
—Eh, ¿te encuentras bien?
Thad estaba a su lado y le cogía el codo para sostenerle.
—Sí —contestó Arevin, pero su voz temblaba.
—¿Estás enfermo? Aún no he terminado mi formación, pero cualquiera de los otros curadores puede ayudarte.
—No, no, no estoy enfermo. Pero no comprendo cómo he podido llegar antes que ella.
—¿Pero por qué regresaba a casa tan pronto?
Arevin miró al joven que ahora tenía una apariencia tan preocupada como él mismo.
—Creo que no debo contar su historia por ella —dijo—. Tal vez debería hablar con sus padres. ¿Quieres mostrarme dónde viven?
—Lo haría si pudiera —contestó Thad—, pero no tiene ninguno. Te lo puedo asegurar sin lugar a dudas porque soy su hermano.
—Lamento causarte esta inquietud. No sabía que vuestros padres estuvieran muertos.
—No lo están. O puede que sí. No lo sé. Quiero decir que no sé quiénes son. Ni quiénes son los de Serpiente.
Arevin se sintió completamente confundido. Nunca había tenido problemas para comprender lo que le decía Serpiente. Pero tenía la impresión de que no entendía la mitad de lo que este joven le había dicho en los últimos minutos.
—Si no sabes quiénes son tus padres ni los de Serpiente, ¿cómo puedes asegurar que eres su hermano?
Thad le miró sarcásticamente.
—No sabes mucho de los curadores, ¿no?
—No —contestó Arevin y se dio cuenta que la conversación había tomado otro rumbo inesperado—. No lo sé. Hemos oído hablar de vosotros, por supuesto, pero Serpiente había sido la única en visitar mi clan.