Después de cepillar a los caballos, Melissa se arrodilló junto a las mochilas y empezó a sacar la comida y el horno de parafina. Ésta era la primera vez, desde que empezaron el viaje, que montaban un campamento adecuado. Serpiente se sentó junto a su hija para ayudarle con la cena.
—Yo lo haré —dijo Melissa—. ¿Por qué no descansas?
—No me parece justo.
—No me importa.
—No se trata de si te importa o no.
—Me gusta hacer cosas por ti.
Serpiente colocó las manos sobre los hombros de Melissa, sin forzarla ni obligarla a darse la vuelta.
—Lo sé. Pero a mí también me gusta hacerlas por ti. Los dedos de Melissa juguetearon con las cinchas y las riendas.
—Eso no es justo —dijo por fin—. Eres una curadora, y yo… yo trabajo en un establo. Lo normal es que yo haga cosas por ti.
—¿Dónde está escrito que un curador tiene más derechos que el trabajador de un establo? Eres mi hija, y formamos una unión.
Melissa se dio la vuelta y abrazó a Serpiente con fuerza, escondiendo su cara contra su camisa. Serpiente le devolvió el abrazo y la sostuvo, meciéndose sobre el duro suelo, consolando a Melissa como si fuera una niña muchísimo más pequeña de lo que nunca había tenido oportunidad de ser.
Después de unos pocos minutos, los brazos de Melissa se aflojaron y se echó hacia atrás. Había recuperado el control y apañó la vista, turbada.
—No me gusta estar sin hacer nada.
—¿Alguna vez has tenido la oportunidad de intentarlo? Melissa se encogió de hombros.
—Podemos hacer turnos —dijo Serpiente—, o compartirás tareas cada día. ¿Qué prefieres hacer?
Melissa la miró a los ojos con una rápida sonrisa de alivio.
—Compartir las tareas —miró a su alrededor como si viera el campamento por primera vez—. Tal vez haya algún tronco muerto por ahí cerca. Y necesitamos agua.
Buscó la correa para sujetar la leña y la cantimplora. Serpiente se la quitó de las manos.
—Me reuniré contigo dentro de unos minutos. Si no encuentras nada, no pierdas mucho tiempo buscando. Es probable que los árboles que caen durante el invierno sean utilizados por el primer viajero que pasa cada primavera. Si es que los hay.
El lugar no sólo parecía no haber sido utilizado desde hacía años, sino que tenía un aura indefinible de abandono. El arroyo corría más allá del campamento y no había señales de barro donde Veloz y Ardilla habían bebido, pero, de todas formas, Serpiente caminó un poco corriente arriba. Cuando hubo llegado cerca de la fuente, soltó la cantimplora y se encaramó a lo alto de un enorme peñasco que permitía ver la mayor parte de los alrededores. No había nadie a la vista, ningún caballo, ningún campamento, nada de humo. Serpiente casi deseaba creer que el loco se había ido, o que nunca había existido realmente y que su doble encuentro con un loco real y un ladrón equivocado e incompetente se trataban de una coincidencia. Aunque fueran la misma persona, no había visto ni rastro de él desde la pelea en la calle. Aquello no había sucedido hacía tanto tiempo como parecía, pero tal vez era más que suficiente.
Serpiente bajó el peñasco, regresó al arroyo y metió la cantimplora bajo la superficie plateada. El agua borboteó camino de la abertura y le mojó los dedos y las manos, fría y rápida. El agua era algo diferente en las montañas. El pellejo de cuero se llenó. Se refrescó el cuello con unas pocas gotas y se echó la cantimplora al hombro.
Melissa no había regresado al campamento todavía. Serpiente esperó durante unos minutos y se puso a preparar una comida de provisiones secas que parecía la misma incluso después de haber sido empapada. También sabía igual, pero era un poco más fácil de comer. Desenrolló las mantas. Abrió el zurrón de las serpientes, pero Sombra se quedó dentro. La cobra solía quedarse en su compartimento después de un viaje largo, y se enfadaba si la molestaban. Serpiente se sintió incómoda porque no veía a Melissa. No podía ahuyentar su incomodidad recordándose que la niña era dura e independiente. En vez de abrir el compartimento de Susurro para que el crótalo pudiera salir, o comprobar el estado de la víbora de arena, una tarea que no le gustaba mucho, volvió a cerrar el zurrón y se puso en pie para llamar a su hija. De repente, Veloz y Ardilla se agitaron violentamente, llenos de miedo.
—¡Serpiente! ¡Cuidado! —gritó Melissa con voz cargada de aviso y terror. Un puñado de rocas y arena rodaron sonoramente colina abajo.
Serpiente corrió hacia el ruido de la trifulca mientras sacaba a medias el cuchillo de su funda. Rodeó un peñasco y se detuvo.
Melissa se debatía violentamente contra una figura alta y cadavérica vestida con ropas del desierto. Tenía una mano sobre la boca de la niña y la rodeaba con la otra, retorciéndole los brazos. Melissa peleaba y pateaba, pero el hombre no reaccionaba con dolor ni con furia.
—Dile que se esté quieta —dijo—. No quiero lastimarla. Sus palabras eran pastosas y confusas, como si estuviera borracho. Tenía la ropa rota y sucia, y el pelo salvajemente despeinado. El iris de sus ojos parecía más pálido que la blanca córnea inyectada en sangre, lo cual le daba un aspecto inexpresivo e inhumano. Serpiente supo inmediatamente que era el loco, incluso antes de ver el anillo que le había cortado la frente cuando la atacó en las calles de Montaña.
—Suéltala.
—Haré un trato contigo —dijo él.
—No tenemos mucho, pero es tuyo. ¿Qué quieres?
—La serpiente del sueño. Nada más. —Melissa volvió a debatirse y el hombre se movió para asirla con mayor fuerza y crueldad.
—De acuerdo —dijo Serpiente—. No tengo elección, ¿verdad? Está en mi zurrón.
El loco la siguió hasta el campamento. El viejo misterio había quedado resuelto, pero a cambio se enfrentaba a uno nuevo.
Serpiente señaló el zurrón.
—El compartimento superior —dijo.
El loco se dirigió hacia él sin soltar a Melissa. Tendió la mano hacia el cierre, luego la retiró. Estaba temblando.
—Hazlo tú —le dijo a Melissa—. Es más seguro.
Sin mirar a Serpiente, Melissa extendió la mano hacia el cierre.
—Alto —dijo Serpiente—. No hay nada ahí dentro. Melissa dejó caer la mano al costado y miró a Serpiente con una mezcla de alivio y miedo.
—Suéltala —repitió la curadora—. Si lo que quieres es la serpiente del sueño, no puedo ayudarte. La mataron antes de que encontraras mi campamento.
El hombre la miró, encogiendo los ojos, y luego se dio la vuelta hacia el zurrón. Abrió el cierre y le dio una patada. La grotesca víbora de arena salió en una maraña, revolviéndose y siseando. Alzó la cabeza por un instante como si fuera a morder como venganza por su cautiverio, pero tanto el loco como Melissa permanecieron inmóviles. Serpiente saltó hacia adelante y arrancó a Melissa de las manos del loco, pero éste ni siquiera se dio cuenta.
—¡Me has engañado! —de repente empezó a reírse histéricamente y alzó las manos al cielo—. ¡Me habrías podido dar lo que necesito! —cayó a tierra llorando y riendo, con las lágrimas corriéndole por la cara.
Serpiente se abalanzó rápidamente hacia las rocas, pero la víbora de arena había desaparecido ya. Con el ceño fruncido, cogió la empuñadura de su cuchillo y se alzó sobre el loco. Las víboras eran bastante raras en el desierto, pero en las colinas ni siquiera existían. Ahora no podría hacer la vacuna para el pueblo de Arevin, y no tenía nada que llevar a sus maestros.