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El loco canturreaba tras ellas, ajeno a su destino. Una cúpula rota. Las palabras encajaban extrañamente. Las cúpulas no se rompían, no soportaban los embates del clima, no cambiaban. Simplemente existían, misteriosas e impenetrables.

Serpiente se detuvo y esperó al loco. Cuando el viejo caballo las alcanzó y se detuvo a su lado, señaló hacia adelante. El loco la siguió con la mirada. Parpadeó como si no pudiera creer lo que estaba viendo.

—¿Es eso? —preguntó Serpiente.

—Todavía no —dijo el loco—. No, todavía no. No estoy preparado.

—¿Cómo llegaremos allí arriba? ¿Podremos hacerlo a caballo?

—Norte nos verá…

Serpiente se encogió de hombros y desmontó. El camino hacia la cúpula era escarpado y no podía ver ningún sendero.

—Entonces iremos andando —dijo. Desató las cinchas dela silla de la yegua—. Melissa…

—¡No! —contestó la niña bruscamente—. No me quedaré aquí mientras tú subes con ése. Ardilla y Veloz estarán bien y nadie molestará el zurrón. ¡Excepto tal vez otro loco, y se merecerá cualquier cosa que le suceda!

Serpiente empezaba a comprender por qué su fuerte voluntad había exasperado tan a menudo a los curadores más viejos cuando tenía la edad de Melissa. Pero en la estación nunca había corrido ningún peligro serio, y sus maestros podían permitirse ser indulgentes.

Serpiente se sentó sobre un tronco caído e hizo un gesto a su hija para que se sentara a su lado. Melissa así lo hizo, sin miraría, con los hombros rígidos de obstinación.

—Necesito tu ayuda —dijo Serpiente—. No puedo tener éxito sin ti. Si algo me pasa…

—¡Eso no es tener éxito!

—En cierto modo, lo es. Melissa… los curadores necesitan serpientes del sueño. Ahí arriba en esa cúpula tienen tantas que pueden permitirse el lujo de jugar con ellas. Tengo que averiguar cómo las consiguen. Pero si no puedo hacerlo, si no regreso, eres la única que puede decir a los otros curadores qué me ha sucedido y por qué. Eres la única que puede informarles de la existencia de las serpientes del sueño.

Melissa miró al suelo, rascándose los nudillos de una mano con las uñas de la otra.

—Esto es muy importante para ti, ¿verdad?

—Sí.

Melissa suspiró. Cerró los puños.

—De acuerdo —dijo—. ¿Qué quieres que haga? Serpiente la abrazó.

—Si no regreso en, digamos, dos días, coge a Veloz y a Ardilla y cabalga hacia el norte. Después de llegar a Montaña y Encrucijada sigue adelante. Es un largo camino, pero hay dinero de sobra en la bolsa. Sabes cómo emplearlo.

—Tengo mi salario —dijo Melissa.

Muy bien, pero lo demás es igualmente tuyo. No necesitas abrir los compartimentos donde están Sombra y Susurro. Pueden sobrevivir hasta que llegues a casa. —Por primera vez, consideró verdaderamente la posibilidad de que Melissa tuviera que hacer sola el viaje—. De todas formas, Susurro está engordando demasiado. —Forzó una sonrisa.

—Pero… —Melissa se interrumpió. _ ¿Qué?

—Si te sucede algo, no podré volver a tiempo de ayudarte, no si recorro todo el camino hasta la estación de los curadores.

—Si no regreso por mis propios medios, entonces no habrá ninguna manera de ayudarme. No me sigas sola. Por favor. Necesito saber que no lo harás.

—Si no regresas en tres días, iré a informar a tu pueblo de las serpientes del sueño.

Serpiente le concedió un día extra, no sin cierta gratitud.

—Gracias, Melissa.

Dejaron sueltos al pony atigrado y la yegua gris en un claro cerca del sendero. En vez de galopar hacia el prado y retozar en la hierba, los caballos se quedaron juntos, alertas y nerviosos, agitando las orejas, inflamadas las aletas de la nariz. El jumento del loco se quedó solo a la sombra, cabizbajo. Melissa observó a los animales con los labios fruncidos.

El loco estaba de pie en el lugar donde había desmontado, miraba a Serpiente con lágrimas en los ojos.

—Melissa —dijo Serpiente—, si vuelves sola a casa, diles que te he adoptado. Entonces… entonces sabrán que también eres su hija.

—No quiero ser hija de ellos. Quiero serlo tuya.

—Lo eres. No importa lo que pase —inspiró profundamente y expulsó el aliento lentamente—. ¿Hay sendero? —le preguntó al loco—. ¿Cuál es el camino de subida más rápido?

—No hay sendero… se abre ante mí y se cierra detrás. Serpiente pudo sentir que Melissa contenía una observación sarcástica.

—Marchemos, entonces —dijo—, y vamos a ver si tu magia funciona para más de uno.

Abrazó a Melissa por última vez. Melissa la agarró, no quería dejarla marchar.

—Estaré bien —dijo Serpiente—. No te preocupes.

El loco escalaba a una velocidad sorprendente, como si en efecto un sendero se abriera para él solo. Serpiente tuvo que esforzarse para seguir su ritmo, y el sudor le inundaba los ojos. Subió unos pocos metros más de anda piedra negra y agarró al hombre por la túnica.

—No tan rápido.

El hombre jadeaba rápidamente, pero por la excitación, no por el esfuerzo.

—Las serpientes del sueño están cerca —dijo. Se soltó de su presa de un tirón y subió por la roca. Serpiente se secó la frente con la manga y continuó escalando.

La siguiente vez que le alcanzó lo agarró por el hombro y no lo soltó hasta que se hundió en un recodo.

—Descansaremos aquí —dijo—, y luego continuaremos, más despacio y sin hacer tanto ruido. De otro modo, tus amigos sabrán antes de tiempo que nos acercamos.

—Las serpientes del sueño…

—Hay que tener en cuenta a Norte. Si te ve primero, ¿te dejará continuar?

—¿Me darás una serpiente del sueño? ¿Una para mí solo? ¿No como Norte?

—No como Norte —respondió Serpiente. Se sentó en una estrecha cuña de sombra y apoyó la espalda contra la roca volcánica.

En el valle inferior, una porción del prado aparecía entre las oscuras ramas de los árboles perennes, pero ni Veloz ni Ardilla estaban en aquella parte del claro. Desde la distancia, parecía una pequeña alfombra de terciopelo. De repente, Serpiente se sintió aislada y solitaria.

La roca no estaba tan pelada como parecía desde abajo. Había líquenes verdigrises aquí y allá, y pequeñas plantas carnosas de hojas planas anidaban en la sombra. Serpiente se inclinó hacia adelante para ver una más de cerca. Contra la roca negra, en las sombras, su color era indistinguible. Se sentó de nuevo, bruscamente.

Recogiendo una lasca de roca, Serpiente volvió a inclinarse hacia adelante y se arrodilló junto a la planta verdiazul. Sacudió sus hojas, que se cerraron firmemente. Se escapó, pensó Serpiente. Es de la cúpula rota. Tendría que haber esperado algo parecido; tendría que haber sabido que encontraría cosas que no pertenecían a la tierra. Volvió a pinchar de nuevo, desde el mismo lado. La planta en efecto, se movía. Recorrería arrastrándose toda la montaña si la dejaba. Serpiente introdujo la punta de la roca bajo ella, la sacó del resquicio y la puso boca abajo. A excepción del manojo de raíces en su centro, parecía igual, sus brillantes hojas turquesas rotaban sobre sus bases buscando un asidero. Serpiente nunca había visto esta especie antes, pero sí criaturas similares, plantas que no encajaban en las clasificaciones normales y se apoderaban de un terreno por la noche, envenenando el suelo de forma que nada más pudiera crecer. Varios veranos antes, ella y los otros curadores ayudaron a quemar un enjambre en las granjas cercanas. No habían vuelto a reproducirse, pero de vez en cuando aún aparecían pequeñas colonias de ellas, y los campos de los que se apoderaban se tornaban áridos y estériles.