La luz del día se filtraba en la grieta. Serpiente estaba tendida en el suelo, con una mano doblada ante ella. La escarcha cubría de plata los rasgados ribetes de su manga. Una gruesa capa blanca de cristales helados cubría los fragmentos de roca del suelo y el lado de la grieta. Fascinada por sus dibujos, Serpiente dejó que su mente vagara entre las delicadas hojas. Mientras las observaba, se hicieron tridimensionales. Estaba en un bosque prehistórico de helechos y coníferas, todo en blanco y negro.
Aquí y allá, senderos húmedos cortaban las huellas, volviendo bruscamente a la bidimensionalidad, formando un segundo dibujo más burdo. Las líneas oscuras parecían las huellas de las serpientes del sueño, pero Serpiente no esperaba que ninguno de los animales estuviera vivo con esta temperatura, ninguno podría deslizarse sobre el suelo cubierto de hielo.
Tal vez Norte, para salvaguardarlas, las había llevado a un lugar más cálido.
Mientras esperaba que aquello fuera cierto, escuchó el silencioso roce de escamas contra la piedra. Una de las criaturas, al menos, se había quedado allí. Esto la consoló, pues significaba que no estaba completamente sola.
Esta debe ser una bestia fuerte, pensó.
Puede que fuera la grande que la había mordido. Su tamaño era suficiente para producir y conservar un poco de calor corporal. Abrió los ojos e intentó localizar el sonido. Antes de que pudiera mover la mano, si es que podía hacerlo, vio a las serpientes.
Porque quedaban más de una. Dos, no, tres serpientes del sueño entrelazadas una contra otra sólo a un palmo de distancia. Ninguna era la grande; ninguna era mucho más grande de lo que había sido Silencio. Se enroscaban y se retorcían, dibujaban en la capa de escarcha oscuros jeroglíficos que Serpiente no podía descifrar. Los símbolos tenían un significado, de eso estaba segura. Sólo una parte del mensaje estaba ante sus ojos, así que, lentamente, con dificultad, volvió la cabeza para observar las huellas entrelazadas. Las serpientes del sueño permanecían al borde de su campo visual, frotándose unas contra otras, formando con sus cuerpos hélices de triples trenzas.
Las serpientes se congelaban y morían, eso tenía que ser, y tenía que llamar a Norte de alguna manera para que las salvase. Serpiente se apoyó sobre los codos, pero no pudo levantarse más. Se revolvió en un intento de hablar, pero una oleada de náuseas se apoderó de ella. Norte y sus criaturas. Serpiente trató de vomitar, pero no había nada en su estómago que pudiera ayudarla a purgar su revulsión. Aún estaba bajo los efectos del veneno.
El agudo dolor se había reducido a un golpeteo sordo. Se esforzó por superarlo, por sentirlo cada vez menos, pero no pudo mantener la energía necesaria. Derrotada, volvió a desmayarse.
Serpiente emergió del sueño, no de la inconsciencia. Seguía notando el dolor de las heridas, pero sabía que las había derrotado al ahuyentarlas, una por una, y que no regresarían. Aún estaba libre, y Norte no podría esclavizarla con las serpientes del sueño. El loco había descrito el éxtasis, por tanto el veneno no la había afectado como hacía con los seguidores del gigante. No sabía si era debido a sus inmunidades de curadora o a causa de la resistencia de su voluntad. Realmente, no importaba.
Comprendió por qué Norte había mostrado tanta seguridad al decir que Melissa no moriría congelada. El frío permanecía, y Serpiente era consciente de ello, pero sentía calor, incluso fiebre. No sabía cuánto tiempo podría conservar su cuerpo el metabolismo incrementado, pero sentía la sangre circulando en su interior y sabía que no tenía que temer la congelación.
Recordó a las serpientes del sueño, activas más allá de toda posibilidad sobre el suelo cubierto de joyas de escarcha.
Debe de haber sido un sueño, pensó.
Pero miró alrededor, y entre los oscuros jeroglíficos de sus huellas se enroscaba un triplete de pequeñas serpientes. Vio un segundo triplete, luego un tercero, y de repente, llena de asombro y delicia, comprendió el mensaje que este lugar y sus criaturas habían intentado darle. Era como si fuera la representante de todas las generaciones de curadores, enviada aquí a propósito para aceptar lo que se le ofrecía.
Al mismo tiempo que se preguntó por qué habían tardado tanto tiempo en descubrir los secretos de las serpientes del sueño, comprendió los motivos. Ahora que había expulsado el veneno, podía entender lo que los jeroglíficos le decían, y veía mucho más que los múltiples tripletes de serpientes del sueño copulando sobre las gélidas piedras.
Su pueblo, como todos los otros pueblos de la tierra, estaba demasiado metido en sí mismo, era demasiado introspectivo. Tal vez aquello era inevitable, pues su aislamiento tenía buenas razones. Pero como resultado, los curadores no tenían perspectiva de los problemas; para proteger a las serpientes del sueño, habían impedido que maduraran. Aquello era también inevitable: las serpientes del sueño eran demasiado valiosas para arriesgarse a experimentar con ellas. Era más seguro producir unas pocas por medio de clones trasplantados nuclearmente que amenazar las vidas de las que ya poseían los curadores.
Serpiente sonrió ante la claridad y simpleza de la solución. Naturalmente que las serpientes del sueño no maduraban nunca. En algún punto de su desarrollo, necesitaban este amargo frío. Naturalmente que rara vez se apareaban, ni tan siquiera las pocas que maduraban espontáneamente: el frío disparaba también la reproducción. Y finalmente: en los diferentes intentos para que las serpientes maduras se aparearan, los curadores seguían tediosos planes para ponerlas juntas… dos a dos.
A falta de ningún otro nuevo conocimiento, los curadores comprendieron que las serpientes del sueño eran alienígenas, pero no había sido capaces de llegar hasta el final de su conclusión.
Dos a dos. Serpiente se rió silenciosamente.
Recordó las apasionadas discusiones con otros curadores durante las clases, en el almuerzo, en su entrenamiento, sobre si las serpientes del sueño serían diploides o hexaploides, pues el número de cuerpos nucleares convertía cada planteamiento en una posibilidad. Pero en todos aquellos debates, nadie había sospechado la verdad. Las serpientes del sueño eran triploides, y requerían un triplete, no una pareja. La hilaridad de Serpiente se disolvió en una triste sonrisa de pena por todos los errores que ella y su pueblo habían cometido durante tantísimos años, obstaculizados como estaban por la falta de información apropiada, por una tecnología mecánica insuficiente para proporcionar las posibilidades biológicas, por el etnocentrismo. Y por el aislamiento forzoso de la tierra con respecto a los otros mundos, por el aislamiento autoimpuesto de tantos pueblos hacia los demás. Su pueblo había cometido errores: con las serpientes del sueño sólo habían obtenido algún éxito por equivocación.
Ahora que Serpiente comprendía, tal vez era demasiado tarde.
Serpiente se sentía cálida, tranquila y soñolienta. La sed la hizo despertarse; luego el recuerdo. La grieta estaba más brillante que nunca, y las rocas sobre las que se hallaba estaban secas. Movió la mano y sintió el calor de la negra roca.
Se incorporó y verificó su estado. Le dolía la rodilla, pero no estaba hinchada. Apenas le dolía el hombro. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero ya había empezado a curarse.
El agua caía en un pequeño riachuelo en el otro lado del pozo. Serpiente se levantó y se acercó apoyándose en la pared de roca. Se sentía temblorosa, como si de repente hubiera envejecido muchos años. Pero aún conservaba su fuerza, sentía cómo regresaba gradualmente. Se arrodilló junto al arroyo, tomó agua con las manos y bebió con cautela. El agua estaba fría y clara. Bebió profusamente, confiando en su decisión. Resultaba extremadamente difícil envenenar a un curador, pero no quería desafiar a su cuerpo con más toxinas.