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– ¿Cuánto tiempo ha estado el hombre aquí? -preguntó y miró inquieta a su alrededor. Parecía imposible que nadie pudiera conservar la cordura en un agujero como este.

– Cerca de tres meses, mi lady.

– ¡Tres meses! -exclamó Shanna-. Pero su nota decía que es un condenado reciente. ¿Cómo es eso?

Hicks soltó un resoplido.

– El magistrado no sabía exactamente qué hacer con el hombre, mi lady. Con un apellido como

Beauchamp, hay que tener mucho cuidado. Hasta el mismo lord Harry teme a la marquesa Beauchamp. El viejo Harry vacilaba, puedo decirlo, pero como él es el magistrado, tuvo que hacerlo él y no otro. Entonces, hace una semana, dio su sentencia: ahórcalo. – los pesados hombros de Hicks subieron y bajaron como si fuera una carga demasiado pesada para él-. Supongo que se debe a que el individuo es de las colonias y, por lo que sé, no tiene parientes cercanos aquí. El viejo Harry me ordenó que colgara al individuo sin hacer ruido, a fin de que los otros Beauchamp y la marquesa no se enteren del hecho. Siendo inteligente como soy, cuando me dijeron que manejara el asunto discretamente, pensé que el señor Beauchamp era el hombre para usted. -Hicks se detuvo ante una puerta de hierro-. Usted dijo que quería un hombre destinado al cadalso y yo no podía entregárselo hasta que el viejo Harry se decidiera a colgarlo.

– Hicks se detuvo ante una puerta de hierro-. Usted dijo que quería un hombre destinado al cadalso y yo no podía entregárselo hasta que el viejo Harry se decidiera a colgarlo.

– Ha hecho bien, señor Hicks -repuso Shanna, con un poco más de amabilidad. ¡Resultaba todavía mejor de lo que ella había esperado! Ahora, en cuanto a la apariencia y el consentimiento del hombre…

El carcelero metió una llave en una cerradura y empujó una puerta que se abrió con un fuerte chirrido de goznes oxidados. Shanna intercambió una rápida mirada con Pitney, sabiendo que había llegado el momento en que su plan terminaría o comenzaría.

El señor Hicks levantó la linterna para alumbrar mejor la pequeña celda y la mirada de Shanna se posó sobre el hombre que estaba allí. Se hallaba acurrucado sobre un estrecho camastro, con una frazada muy gastada sobre los hombros como única protección contra el frío. Cuando le llegó el resplandor de la vela, se agitó y se cubrió los ojos como si le dolieran. Por un desgarrón de una manga. Shanna vio un feo magullón. Tenía las muñecas en carne viva donde habían estado las esposas. Una cabellera negra en desorden y una barba espesa. Ocultaban la mayor parte de las facciones y al p1irarlo Shanna no pudo dejar de pensar en una criatura diabólica que se hubiera arrastrado desde las entrañas de la tierra. Se estremeció cuando sus peores temores parecieron hacerse realidad.

El prisionero se apretó contra la pared y después se sentó y se protegió los ojos con una mano..

– Maldición, Hicks -gruñó-. ¿Ni siquiera puedes dejarme disfrutar de mi sueño?

– ¡Ponte de pie, bellaco maldito!

Hicks se acercó y lo empujó con el grueso bastón de madera dura que llevaba, pero cuando el prisionero obedeció, retrocediendo rápidamente varios pasos.

Shanna ahogó una exclamación, porque el cuerpo enflaquecido se desplegó hasta que el hombre, de pie, resultó muy alto. Ahora vio la espalda ancha y, debajo de la camisa abierta, el pecho cubierto de un ligero vello y un vientre plano y caderas estrechas.

– Aquí hay una dama que viene a verte -dijo Hicks, en tono notablemente menos exigente que antes-. Y si piensas hacerle daño, déjame advertirte que…

El prisionero se esforzó por ver en la oscuridad detrás de la linterna.

– ¿Una dama? ¿Qué locura te traes entre manos, Hicks? ¿O quizá se trata de una sutil tortura?

Su voz sonó profunda y suave, agradable a los oídos de Shanna. Fluía con más facilidad y menos entrecortada de lo que ella estaba acostumbrada a oír en Inglaterra. Un hombre de las colonias, había dicho Hicks. Esa era, sin duda, la razón de las sutiles cualidades de su forma de hablar. Empero, había también algo más, una divertida burla que parecía mofarse de todo lo relativo a la prisión.

Shanna permaneció en las sombras un momento más mientras estudiaba atentamente a este Ruark Beauchamp. Las ropas del hombre estaban tan desgarradas como la frazada y ella notó que en varias partes estaban desgarrados casi hasta la cintura en uno de los lados, y el precario remiendo dejaba ver buena parte de la línea delgada de su flanco. Una blusa de lino, quizá alguna vez blanca, estaba ahora manchada y apenas reconocible.

Colgaba en andrajos de los hombros y revelaba unas costillas que todavía eran musculosas pese a las privaciones. El cabello era desparejo y estaba mal cortado, pero sus ojos brillaron alerta cuando él trató de distinguir la silueta de ella. Al no conseguirlo, se irguió y en seguida se inclinó hacia las tinieblas que rodeaban a Shanna. Habló en tono satírico.

– Le pido disculpas, mi lady. Mi alojamiento nada tiene de recomendable. Si yo hubiera sabido que me visitaría, habría limpiado un poco este lugar. Por supuesto -sonrió y señaló a su alrededor no hay mucho que limpiar.

– ¡Ten quieta esa sucia lengua! -interrumpió Hicks oficiosamente-. Esta dama viene por negocios y tú la tratarás con todo respeto, o yo… -Se golpeó sugestivamente la palma abierta con el puño del garrote y rió de su propia astucia.

El convicto clavó una mirada ceñuda en Hicks y la mantuvo hasta que el gordo carcelero empezó a agitarse inquieto.

No habiendo encontrado hasta ahora obstáculos a su plan, Shanna se sintió más animada. Todo parecía desarrollarse fluidamente, como si lo hubiera planeado toda la vida cuando en verdad ella no había hecho mucho. Renacieron en ella la confianza y el coraje, y con un movimiento desenvuelto y gracioso, avanzó hasta quedar iluminada por la linterna.

– No tiene necesidad de provocar a este hombre con sus bravuconadas, señor Hicks -dijo gentilmente.

El sonido de la voz de ella, profunda y suave como la miel, hizo que el prisionero le dedicara toda su atención. Shanna caminó lenta, completa, deliberadamente alrededor de él, estudiándolo como lo haría con un animal de exposición. Los ojos del hombre, de un desusado color ámbar moteado s con chispas doradas, la siguieron con divertida paciencia. La envolvente capa negra y el amplio tontillo que Shanna llevaba debajo de su vestido dejaban mucho librado a la imaginación, sin permitir calcular su edad o apreciar su figura.

– He oído decir que las viudas de la corte practican extraños placeres -comentó él y cruzó los brazos sobre el pecho-. Si de verdad hay una mujer debajo de esas ropas, yo veo pocas pruebas de ello. Perdóneme, mi lady, pero es tarde y mi mente está embotada por el sueño. Por mi vida, no puedo determinar qué propósito la ha traído hasta aquí.

Su sonrisa era sólo levemente burlona pero su voz era abiertamente desafiante. Deliberadamente, Shanna se acercó más hasta que estuvo segura de que el hombre podía detectar la fragancia de su perfume.

El primer asalto estaba lanzado.

– Tenga cuidado, mi lady -le advirtió Hicks-. Es un verdadero bellaco, eso es. Ha matado a una muchacha encinta. La golpeó hasta dejarla convertida en una pulpa ensangrentada, eso hizo.

Pitney avanzó hasta ubicarse detrás de su ama, protectoramente cerca. Su inmensa silueta se erguía amenazadora en los pequeños confines de la celda y hacía que los demás parecieran enanos. Shanna vio apenas una chispa de sorpresa en los ojos del prisionero.

– Ha venido muy bien acompañada mi lady. -Su tono no fue menos audaz-. Tendré cuidado de no hacer movimientos bruscos para no equivocarme Y privar al verdugo de su paga.

Ignorando la ironía. Shanna sacó un frasco de plata de los pliegues de su capa y se lo tendió.

– Un brandy, señor -dijo suavemente-. Si gusta.

Lentamente, Ruark Beauchamp estiró una mano y cubrió un momento los dedos de ella con los suyos antes de tomar el frasco. Sonrió lentamente al rostro velado.

– Muchas gracias.

En otra ocasión, Shanna hubiera regañado al hombre por su atrevimiento, pero ahora permaneció cautamente en silencio. Lo observó mientras él quitaba el tapón y se llevaba el frasco a los labios. Después, él se detuvo y trató nuevamente de descubrir las facciones de ella a través del encaje negro del velo.