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Ruark se sentó en un ángulo de la cama, apoyó la espalda en la húmeda pared de piedra, levantó una rodilla y apoyó en ella su brazo y dejó caer blandamente la mano. Fijó la mirada en ella y Shanna se preparó para el último acto. Tenía que hacerlo bien. Por lo menos, él no se había reído todavía de ella abiertamente.

– ¿Cree que yo tomo esto a la ligera, Ruark? Mi padre es un hombre de voluntad de hierro, y aunque lo han llamado muchas cosas, nunca oí que nadie cuestionara su palabra. No tengo ninguna duda de que él hará como ha dicho y que me obligará a casarme con un hombre al que yo despreciaré.

Ruark siguió contemplándola pero – ni una palabra salió de sus labios. Le tocó a ella ponerse nerviosa y caminar de un lado a otro; y al hacerlo su causa resultó favorecida en grado considerable. Shanna Trahern movíase con -la gracia natural de alguien que lleva una vida activa y sin nada de la afectada gazmoñería tan a menudo exhibida en los salones y la corte por las beldades de la época. Había en su andar una seguridad que daba a sus movimientos una gracia fluida y desenvuelta. Ruark admiró cada ángulo de ella y la mayor, parte de las palabras de Shanna se le escaparon, porque en su mente ya había fijado el precio y ahora sólo aguardaba el momento.

Shanna se detuvo, apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él. El vestido se entreabrió tentador y ella vio que los ojos de él iban hacia donde ella quería.

– Ruark -dijo firmemente, y él levantó de mala gana los ojos hasta encontrar los de ella-. ¿Hay algo en mí que encuentre desagradable?

– Nada, Shanna, amor mío. -Su voz sonó suavemente, pero con mucha claridad, en la celda-. Usted es hermosa más allá de mi imaginación. Y he disfrutado tanto de este espectáculo que no desearía que terminara. Pero, por favor, considere esto. Si su situación es realmente tan apremiante yo le prestaré mi apellido, pero el precio será elevado, Shanna. Y le pido que me diga sí o no antes de marcharse, porque yo no podría soportar este suspenso.

Shanna contuvo el aliento temerosa de lo que él iba a decir. -Mi precio es este. -Sus palabras resonaron en el cerebro de ella-. El casamiento será tan válido como un voto. Estoy condenado a la horca y quiero la oportunidad de dejar un heredero. El precio es que usted pase la noche conmigo y consume los votos matrimoniales tanto en hechos como en palabras.

– Ella soltó el aliento y sus, ojos se encendieron de cólera. Ahogó una exclamación de rabia ante esta afrenta. ¡Vaya atrevimiento el de este hombre! Shanna estuvo a punto de abofeteado pero la risa de él resonó en la celda y la ira de ella se apagó rápidamente.

Ruark puso ambas piernas sobre la cama, enlazó las manos detrás de su cabeza y se relajó como si estuviera en una taberna bebiendo ale.

– Ah, sí -rió despectivamente-. Pensé que tenía que saber el verdadero precio para salir de sus apuros. Usted busca mi apellido por un motivo apremiante, este apellido que es mi última y única posesión y que yo solo puedo darle. Cuando pido lo mismo de usted, un precio que usted sola puede pagar, entonces le parece demasiado. De modo que no acepta el precio, rechaza el pacto y terminará plegándose a la voluntad de su padre.

Ruark tomó el frasco, lo levantó y brindó.

– Por su casamiento, Shanna, amor.

Bebió abundantemente y quedó mirándola con una vaga sonrisa, consciente de, que había perdido. Shanna le devolvió la mirada con poco calor en sus ojos.

¡Ese tonto sucio y maldito! ¿Creería que podría vencerla?

Se le acercó, meneando las caderas como una bailarina gitana, con el cabello suelto y los ojos llenos de un fuego verde. Había sentido el aguijonazo de él y necesitaba hacérselo pagar. Se impuso la cólera donde el temor. La hubiera hecho temblar. Se detuvo frente a él, con los pies separados y los brazos en jarra, y lentamente estiró una mano y pasó un dedo por la línea recta de la nariz de él.

– Mire -dijo en tono despreciativo y burlón-. Me atrevo a tocarlo, sucio como está, puerco, aunque se burla de mi situación. Y si me acuesto con usted ¿qué gano? ¿Salvarme de la voluntad de mi padre y soportar su contacto?

Ruark echó la cabeza hacia atrás y se rió de la furia de ella.

– La voluntad de su padre, amor mío, parece una cosa tan segura como la muerte, a la cual no podrá escapar. ¿Y qué pasará cuando el marido dificultosamente encontrado despose a la viuda y compruebe que ella todavía es virgen? ¿Qué dirá? ¿Que ella mintió a su padre? Y en cuanto a mí, puede tomarme o no. Así lo quiere Dios. Si no acepta, usted no pierde nada y gana mucho. Si acepta, entonces será una viuda verdadera que ningún padre podrá negar. -Suspiró profundamente-. Pero no todo es tan malo, porque veo que usted no quiere correr riesgos. Usted quiere mi apellido y todos los beneficios mientras que yo nada tengo que ganar, por lo menos nada que pueda atesorar hasta mi aliento final, un recuerdo que aliviaría verdaderamente mis últimos momentos de vida. Pero vamos, ya basta de esto. Ciertamente, Shanna, usted es sumamente cautivante.

Apoyó una mano en el brazo de ella, en tierna caricia.

– ¿Sabe que usted es mía hasta que yo muera? Este es el precio que paga una mujer por buscar a un hombre y proponerle casamiento. Así lo dicen los que saben, ella debe pertenecerle hasta que él muera.

Shanna lo miró con incredulidad, consciente de la trampa que se cerraba lentamente sobre ella.

– Pero mi necesidad es grande -susurró ella y reconoció algo de verdad en lo que decía él. Ella no se sentiría libre hasta que él muriese-. He venido dispuesta a implorar. -Su voz sonó grave y ronca-. No he venido para rendirme pero me rendiré. Entonces, trato hecho.

La mandíbula de Ruark cayó un brevísimo instante. El no esperaba esto. Súbitamente sintió se eufórico. Casi valdría la pena ser ahorcado. Se puso de pie frente a ella, aunque todavía no se atrevió a tocarla, de modo que apretó las manos contra sus muslos como para reprimir el impulso. Su voz sonó gentil, casi como un susurro.

– Un pacto. Sí, un pacto. Y que se sepa que el primero que se casa contigo, mi bella Shanna, compró ese derecho con el precio más elevado que se pueda imaginar.

Shanna miró a esos ojos tiernos y ambarinos y no pudo encontrar una respuesta o palabras que pronunciar por el momento. Tomó su capa y aceptó aturdida la ayuda de él para ponérsela. Acomodó el velo y levantó el capuchón a fin de cubrir cuidadosamente su cabello.

Por fin, lista para marcharse, lo enfrentó pero casi retrocedió cuando él levantó una mano para tocarla. Se sorprendió cuando él se limitó a tomar entre sus dedos un rizo suelto y a cerrar lentamente el broche que aseguraba el capuchón.

Shanna lo miró a la cara. Los ojos de él eran suaves, hambrientos, y parecían tocarla en todo su cuerpo

– Debo hacer los arreglos necesarios -dijo ella firmemente, reuniendo coraje-. Después enviaré a Pitney por usted. No será más de un día o dos. Buenas noches..

Con una compostura duramente controlada, Shanna se volvió y se marchó. En ese momento, Ruark hubiera podido gritar de alegría. Ni siquiera Hicks hubiese podido estropear su alegría cuando más tarde, una vez más en la oscuridad, Ruark se tendió sobre la cama y se entregó a su pasatiempo recientemente adquirido: cazar pulgas.

CAPITULO DOS

El día se arrastraba interminablemente, cosa acerca de lo cual Ruark Beauchamp hubiese hecho algo de hallarse en circunstancias normales. Dentro de los confines de su estrecha celda nada podía hacer fuera de aguardar el final. Los restos de su comida de la mañana secábanse sobre una bandeja, pero él conocía una saciedad raramente experimentada detrás de las puertas de hierro de Newgate. Eso mismo habría aliviado la situación de cualquier pobre infeliz que hubiese tenido la mala fortuna de ser encerrado en la prisión, ya fuera que estuviera condenado por una deuda impaga o un delito peor que lo llevaría finalmente al nudo corredizo de un verdugo en Tyburn. Era un melancólico viaje de tres horas desde Newgate hasta el cadalso de Tyburn, y en ese tiempo se podía pensar en toda una vida, aunque habitualmente el camino estaba flanqueado por curiosos y burlones sedientos de muerte.

A Ruark no le habían permitido tener una navaja; por eso una barba espesa le cubría la mayor parte de la cara, pero con las ropas limpias que le había traído Hicks tenía una apariencia más prolija. Una camisa de lino, calzones, medias y un par de zapatos de cuero resultaban reconfortantes después de tres meses miserables con los mismos andrajos sucios. En ese tiempo su cubo de agua, con el agregado de un poco de ron para impedir que se descompusiera, había sido usado tanto para calmar su sed como para asearse lo mejor posible. Pero desde la visita de Shanna, le proporcionaban abundante agua fresca y una botella de vino acompañaba a las viandas de la tarde. Era imposible imaginar nada que fuera capaz de mejorar el carácter de Hicks o de hacer que se moviera su grotesca mole con la excepción de la promesa de dinero, poco o mucho. La llegada de ropas y comida y los buenos modales del carcelero eran una clara indicación de que no todo se había perdido.