Shanna encontró comida en la cabina del capitán, dio una porción a Gaitlier y Dora y llevó a Ruark un plato con pan moreno, carne y un gran trozo de queso. Lo colocó sobre la bitácora y mientras él se concentraba en guiar el barco ella lo alimentaba en la boca.
– Por lo menos no moriremos de hambre -dijo ella, tratando de reír, pero su expresión era de preocupación. Sus ojos descendieron hasta la pierna de él, donde la astilla asomaba ominosa mente.
– ¿Qué tienes en esa botella? -preguntó Ruark.
– Ron, creo -murmuró ella-. Estaba con el resto.
Ruark tomó la botella y bebió un gran sorbo. Instantáneamente sintió fuego en la garganta. Era ron puro, sin mezcla, negro como el pecado, sumamente potente.
– Agua -pidió él cuando pudo respirar otra vez.
Shanna le alcanzó una calabaza de los envoltorios que había traído Gaitlier. Ruark bebió a su placer y el fuego disminuyó hasta convertirse en una placentera tibieza en su barriga. El ron sirvió para calmar el dolor que había empezado a subir desde su muslo atravesado por la astilla.
Shanna dejó la bandeja a un lado y sacó de su cinturón un pequeño envoltorio. Lo abrió. Contenía una cajita de ungüento y vendas.
– Es todo lo que encontré en la cabina -dijo, y lo miró con expresión preocupada-. ¿Dejarás que te cure ahora?
Ruark miró su herida. En, sus pantalones se veía un pequeño anillo de sangre seca con un hilo delgado que caía hacia abajo. Negó con la cabeza. Mientras estuviera de pie y despierto, seguiría adelante.
– No, cariño, ahora no. No hasta que no hayamos salido de este pantano. -Sonrió para suavizar sus palabras-. Ya podrás atenderme con tranquilidad cuando estemos en mar abierto.
Shanna trató de ocultar su ansiedad; la idea de que él pudiera estar sufriendo la atormentaba terriblemente.
El sol había descendido en el cielo pero el calor no cedía. Las brisas disminuyeron hasta que el barco apenas se movía. Miríadas de insectos descendían para picarlos y torturarlos. El sudor corría por sus cuerpos, empapaba las ropas y se sumaba a las otras molestias.
Entonces, súbitamente, el cielo pareció más azul. Ruark miró a su alrededor. Los árboles eran más ralos, el canal más ancho y ya no había limo. Vio una blancura en el agua cuando el barco pasó sobre un banco. Un ligero roce en el casco, un sacudón del timón y quedaron libres, navegando en las aguas profundas y azules del Caribe. Mantuvieron el curso hasta que el pantano fue solamente una masa esfumada en el horizonte.
Entonces Ruark puso proa hacia el este para navegar siguiendo el borde sur de la cadena de islas. Cuando las dejara pondría proa al, norte y llegaría a Los Camellos en uno o dos días.
Gaitlier vino a popa y por fin todos los rostros se pusieron sonrientes y felices.
– ¿Creen que podrán izar la vela mayor? -preguntó Ruark-. Viajaríamos más rápidamente, pero es demasiado para esta tripulación.
Gaitlier estaba ansioso y llevó a Shanna a la cubierta principal. Momentos después hacían girar el cabrestante mientras la enorme vela mayor subía lentamente.
Subir para poner la gavia estaba fuera de sus posibilidades, de modo que Ruark puso el barco en el rumbo debido y Gaitlier ató la rueda del timón. Ruark rechazó la idea de ira la cabina del capitán, porque no estaba seguro de si iba a poder regresar. Shanna y Dora trajeron mantas para hacer una yacija y le prepararon un lugar junto a la batayola, mientras Ruark instruía cuidadosamente a Gaitlier sobre el rumbo a seguir, señalándoselo en la carta, y le indicaba cómo llegar a la isla de Trahern.
Esto fue lo más que Ruark pudo hacer. El sol estaba bajo en el cielo y en una hora más sería de noche. Ahora debía cuidar de sí mismo. Por fin cedió a los ruegos de Shanna y aceptó su asistencia. Se tendió sobre las mantas y todos se arrodillaron preocupados a su alrededor, indiferentes a lo que podía hacer el barco. Ruark tomó la botella de ron y vertió la fuerte bebida sobre su pierna. Después bebió un largo sorbo. Se metió en la boca un trozo de su camisa y mordió con fuerza, aferro con ambas manos la batayola e hizo a Gaitlier una señal con la cabeza. El hombre tomó suavemente un extremo de la astilla, pero agudas dagas de dolor se retorcieron dentro de la pierna de Ruark.,
– ¡Ahora! -gritó Gaitlier y tiró con fuerza.
Ruark oyó una exclamación de Shanna. Una blanca explosión de dolor se produjo en su cabeza, y cuando cedió, sólo hubo una misericordiosa oscuridad.
Le pareció que despertó poco tiempo después. Los colores dorados y rojos habían desaparecido en el cielo. Ruark sintió una tibieza contra su brazo derecho y giró la cabeza. Vio a Shanna acurrucada debajo de la manta que los cubría a ambos. Cuidadosamente la rodeó con un brazo. Ella suspiró y se acercó más.
Ruark alzó la vista hacia los altos mástiles y entonces comprendió. ¡Ya era de día!
Había dormido toda la noche. Se tocó cuidadosamente el vendaje del muslo. Movió los dedos de los pies para tranquilizarse. Todo parecía encontrarse bien, excepto un dolor sordo y persistente en la herida.
Shanna despertó y levantó la cara hacia él. Ruark la besó tiernamente.
– Me quedaría aquí para siempre si tú estuvieras conmigo -dijo él en el oído de ella.
– ¿Y Tu pierna? -preguntó Shanna ansiosamente- ¿Cómo la sientes?
Ruark miró hacia el lugar donde Gaitlier y Dora habían pasado la noche.
– Si no tuviésemos huéspedes a bordo -dijo- me gustaría demostrarte mi buen estado de salud.
En ese momento se acercó Gaitlier, y Shanna, avergonzada, se apartó de Ruark y se sentó sobre sus talones.
– ¡Oh, Ruark, no te levantes! -rogó Shanna-. Yo haré lo que sea necesario. Quédate quieto.
– No puedo, Shanna, debo ocuparme del barco a fin de que no terminemos encallados en la costa de África.
Shanna vio que estaba decidido. Con cierta dificultad, Ruark se levantó y pronto estuvo junto a la rueda del timón.
Ruark miró a su alrededor. El viento había cambiado ligeramente y pronto tendría que corregir el rumbo.
Entonces vio nubes bajas sobre una sombra alargada. Eso anunciaba una isla. Sintió que Shanna le ponía una mano en el pecho y la miró. Ella tenía en el rostro una expresión de honda preocupación.
– Pronto llegaremos -dijo él-. No tienes por qué inquietarte.
– ¿Capitán? -preguntó Gaitlier, aparentemente intrigado-.¿Trahern es tan malo como dice Madre? ¿Yo también seré capturado como siervo? ¿A qué amo deberé servir? ¿A él o a usted?
– No tendrá amo, señor Gaitlier -repuso Ruark con osadía. El mismo no hubiera podido decir cuál sería su destino, pero a este hombre podía asegurarle un retorno a la dignidad-. Quizá la isla sea de su agrado y usted prefiera quedarse. Si no, estoy seguro de que Trahern le pagará pasaje a cualquier puerto de su elección. Se mostrará agradecido con usted por haber ayudado a rescatar a la hija, y lo recompensará con una, bonita suma.
– ¿Y qué será de usted, señor? -preguntó Gaitlier, pero Ruark prefirió fingir que había entendido mal el significado de la pregunta.
– Yo no tengo necesidad de dinero. -Miró al hombre-. Sin embargo, hay una cosa que voy a pedirle, señor Gaitlier.