– Me insultas, Shanna. -Tendió la mano hacia los rizos de ella pero se detuvo cuando ella volvió a levantar la fusta, y se alzó de hombros-. Yo sólo sé 1o que quiero y entonces 1o busco.
– Estimado Ruark -dijo Shanna en tono venenoso-, cuando me entregue a un hombre será bajo los votos del matrimonio y con todo el amor de que yo sea capaz..
Ruark rió, puso un pie sobre la cama y apoyó el codo en la rodilla.
– ¿No te bastan mi amor eterno y un pacto concertado de buena fe? Y podría añadir que los votos ya han sido…
– ¡Oh, grosero! -Shanna casi no podía hablar ante la actitud descarada de él-. Tuve un sueño…
– ¡Ningún sueño! -estalló él-. Una barrera levantada contra un hombre de carne y hueso.
– ¿Tan poco sentido del honor tienes que me exiges el cumplimiento de un pacto tan vil?
– ¿Sentido del honor? Sí, lo tengo. -Echó la cabeza hacia atrás y la miró fijamente con sus ojos ambarinos y brillantes-. ¿Y tú qué tienes? ¿Te ofreces por un capricho y, cuando se te ha pagado según lo acordado, reniegas del pacto?
Lágrimas de cólera asomaron a los ojos de Shanna.
– ¡Soy bien nacida y tiernamente criada, pero no me inclinaré a la voluntad de otro!
– Ajá. -El tono de él fue despectivo-. La virgen Shanna, cruelmente traicionada.
– ¡No aceptaré imposiciones! -Rígida de furia, con lágrimas turbulentas corriéndole por las mejillas, lo miró con odio.
– ¿Ajá? – Ruark fingió sorpresa-. Así que ésta es la reina Shanna, majestuosa, dominante. Escondida detrás de tu espinoso trono, amor mío. ¡Nunca una mujer!
– ¡Oh, sucio grosero!
– Shanna. -Su voz sonó dura, mordiente-. Crece.
La fusta cortó el aire y lo golpeó en el pecho. Shanna la levantó para golpear otra vez pero él apartó la fusta de un golpe y la misma voló de la mano de ella. La cólera de Shanna había aumentado a proporciones violentas. Lo golpeó en una mejilla con la palma de la mano, que volvió para golpeado con el dorso en la otra mejilla, mientras sus ojos echaban chispas de odio. Súbitamente el la tomó de la muñeca, le torció el brazo detrás de la espalda y la atrajo contra su pecho desnudo, que exhibía dos marcas lívidas dejadas por la fusta. Shanna se enfureció tanto con esto que trató de levantar la otra mano para arañar esa cara que tenía ante ella, pero el la rodeó con el brazo y le impidió moverse. Estaba atrapada contra él, su aliento salía sibilante entre sus dientes y su pecho subía y bajaba contra el de él.
– Basta, Shanna, amor mío -dijo él enérgicamente-. Has abofeteado mis dos mejillas antes que yo tuviera tiempo de volver la otra.
El abrazo de él se hizo más fuerte hasta que Shanna dejó de tocar el suelo con los pies y se encontró apoyada contra él, luchando por respirar. La boca de él descendió sobre la de ella, retorciéndose, exigiendo, explorando, su lengua como un hierro al rojo, marcándola a fuego, poseyéndola. Shanna luchaba débilmente, trataba de encontrar algo de lógica en el caos que giraba en su mente. El placer se filtraba por la barrera de su voluntad. El contacto brutal de esos labios contra los de ella, esos brazos fuertes que la estrechaban contra ese pecho endurecido por el trabajo se convirtieron en algo soportable y ella empezaba a responder, ya no luchaba, sentíase acalorada.
Entonces el aflojó los brazos y ella quedó libre, apoyada contra la puerta abierta. Los ojos ambarino s la miraron un momento con expresión intrigada; después se llenaron de ira.
– Armate, Shanna. Ninguna treta de muchachita te librará de mí. Yo te tendré cuando se me dé la gana.
Ella sintió temor, no de él sino de sí misma, porque pese a sus palabras, ahora deseaba atraerlo hacia la estrecha cama Y mostrarle una vez más que era más mujer de lo que él podía imaginar.
Temblorosa, Shanna se mordió el dorso de la mano tratando de despertar su voluntad por medio del dolor. Corrió muy agitada fuera de la cabaña y no se detuvo hasta que llegó jadeante a apoyarse en el flanco de Attila. Tuvo que esperar que le volvieran las fuerzas antes de poder saltar a la silla. Le ardía la cara donde el mentón sin afeitar de él había raspado su tierna carne.
Tomó nuevamente por el oscuro callejón, sintiéndose derrotada.
¿Se había percatado él? ¿Había detectado el súbito deseo desnudo que debió brillar en los ojos de ella?
La cabalgata de regreso a la casa fue muy larga.
CAPITULO SIETE
Shanna galopaba a 1o largo de la playa hasta que Attila empezaba a resollar con dificultad, pero las agotadoras carreras no le producían ningún placer. Por las tardes iba a nadar, pero el agua estaba tibia y llena de algas; tampoco allí encontraba placer. En las semanas que pasaron puso especial cuidado en quedarse sola y hasta evitaba a su padre a menos que él estuviera solo. La expresión y las preguntas preocupadas de él empezaban a cansarla. Pero no podía arriesgarse a enfrentarse con ese hombre, John Ruark, de modo que evitaba las compañías.
Una tarde llena de sol Shanna buscó la intimidad de una pequeña caleta oculta debajo de los riscos en la costa occidental de la isla. Por precaución, dio con Attila un largo rodeo a fin de cabalgar por la playa
y evitar el camino que atravesaba la isla. Fustigó al semental hasta que olas le llegaron a la barriga, evitó unas rocas puntiagudas y llegó a su destino. Los acantilados se elevaban en tres de los lados. El único acceso era desde el mar. Sintiéndose segura, Shanna ató al animal Y lo dejó que ramoneara la hierba tierna que crecía al pie del acantilado.
En una estrecha franja de arena tendió una manta en la sombra y se quitó toda la ropa excepto la camisa corta. Aquí, por fin, había una privacidad que nadie podía profanar. Por un tiempo estuvo tendida, leyendo un libro de sonetos y pasándose distraídamente los dedos por el cabello mientras leía. Con el calor del día empezó a amodorrarse. Puso un brazo sobre los ojos y se durmió.
Cuando despertó 1o hizo con un sobresalto, sin poder determinar qué la había alarmado. Su mente estaba intranquila pero no parecía haber motivos para preocuparse. Los acantilados estaban desiertos y desnudos como antes. Allí no había nadie.
Más serena, Shanna trató de distraerse para ordenar sus pensamientos, se levantó y entró chapaleando en el agua. Se zambulló limpiamente y con largas y elásticas brazadas nadó una buena distancia internándose en el mar. Después empezó a jugar un juego de su infancia de buscar conchas y estrellas de mar y se zambulló para bucear contra el fondo. Por un tiempo flotó de espaldas, subiendo y bajando con las suaves olas, el cabello extendido como un abanico gigante, como alguna tímida criatura marina que desplegara su gloria solamente ante unos pocos. Un enorme petrel gris de alas inmóviles llegó sobre ella y allí quedó, acercándose para ver mejor esta extraña ninfa del mar.
Cansada del juego, Shanna regresó a la angosta playa oculta. Se secó vigorosamente con una toalla, envolvió la tela alrededor de su cabellera y se tendió de espaldas. Empezó a observar una nube algodonosa que pasaba por el cielo, la siguió hasta que tocó el borde superior de un acantilado y…
Ahogando un grito, Shanna se puso de pie. En el borde del acantilado había un hombre. Un ancho sombrero de paja le hacía sombra en la cata, tenía la camisa descuidadamente puesta sobre un hombro. Unos pantalones blancos cortos le cubrían los muslos y debajo se veían unas piernas rectas y musculosas. Shanna supo que unos ojos dorados la miraban sonrientes, burlones, desafiantes, consumiéndola.