Quedaba en su mente el aroma de ella, la fragancia de flores exóticas aplastadas contra una piel satinada, y debajo el dulce olor a mujer mezclado con un leve dejo de jabón que era un fuego que ardía en su sangre y él no encontraba forma de apagarlo porque el pensar en otras mujeres le amargaba la mente cuando las comparaba con Shanna. Era como ver el cielo Y en seguida considerar al infierno como un substituto cuando uno consideraba a alguien como Milly Hawkins, la hija del vendedor de pescado, para desahogar sus ardores. La muchacha se mostraba dispuesta Y no era fea, pero olía un poquito a pescado.
Súbitamente Ruark estalló en carcajadas y Shanna se volvió para mirarlo intrigada. Ruark señaló las flores que ella había cogido. -Una india lleva una flor así cuando quiere indicar su deseo a su marido.
Shanna enrojeció y se arrancó la flor para ponérsela sobre la otra oreja. Ruark sonrió.
– Yeso significa que una doncella soltera está disponible.
Shanna quitó el adorno de su cabello y empezó a entretejer sus rizos con otras flores. Después de un momento se dio cuenta de que Ruark la miraba con una extraña y tierna sonrisa en los labios.
– Mi lady Shanna, tu belleza hace empalidecer a este cielo radiante -declaró él.
– ¿Por qué me cortejas, Ruark? -preguntó Shanna, ligeramente desconcertada. Su boca se curvó en una sonrisa atormentadora y ella se le acercó con una gracia casi sensual y se detuvo tan cerca de él que le bastó extender un dedo para tocarle el pecho velludo-. Nunca había sido cortejada por un siervo. Esta es la primera vez. No hace mucho fue uno que estaba destinado al cadalso. Ese fue el primero, también. Pero en su mayoría fueron loores y nobles caballeros de las cortes.
– Me parece que estás tentándome, mi hermosa Shanna -repuso él inmediatamente-. Ah, amor, ¿tratas de acabar con mi paciencia a fin de tener motivos para odiarme?¿Quedaría entonces librada tu conciencia de la palabra que no has cumplido? -Sonrió perversamente-. Si ese es tu juego, sigámoslo. Acepto tu atención y tu desafío.
Chispas de ira brillaron en los ojos azul verdosos. Shanna retiró su mano.
– Eres muy arrogante -dijo.
Con lo que quiso ser una demostración de desdén, los ojos de ella recorrieron el cuerpo esbelto de él, apenas cubierto por los cortos pantalones, pero su mirada vaciló cuando ella comprendió que en toda esa desnudez nada había de lo que pudiera burlarse. ¡Nada! El era musculoso y esbelto, no flaco, pero con músculos largos y firmes debajo de la piel tostada por el sol. Súbitamente ella se preguntó cómo sería yacer contra ese cuerpo fuerte durante una larga noche.
– Me marcho -anunció Shanna abruptamente, avergonzada por sus pensamientos-. Ayúdame a montar.
Le dirigió una sonrisa radiante y Shanna se irguió, altanera. Ruark la siguió, contemplando apreciativamente las caderas que se movían graciosamente provocativas. Junto a Attila, se inclinó, cruzó las manos para que ella apoyara su pie desnudo y la izó sobre el lomo del semental. Shanna incitó al animal con sus talones y partió a toda velocidad. Ruark quedó mirándola alejarse, con los brazos en jarras.
Shanna había llegado al borde del pantano cuando le vino el recuerdo de un aullido desesperado en una noche de tormenta. Soltó un gemido y jurando entre dientes hizo dar la vuelta al caballo y tomó nuevamente el sendero que la llevaba hacia donde había quedado Ruark. El venía caminando lentamente, pero cuando apareció el caballo galopando hacia él, alzó la vista sorprendido. Tendió el brazo y lo apoyó en el cuello de la bestia cuando Attila se detuvo junto a él.
– Tranquilo, tranquilo -dijo Ruark para calmado y le acarició la nariz aterciopelada, y miró a Shanna en silenciosa interrogación.
– Necesitaremos tus habilidades en los cultivos por la mañana -dijo ella a manera de excusa-. Si caminas casi toda la noche para regresar a la aldea nos serás de poca utilidad.
– Acepta mi eterna gratitud, Shanna -dijo él y a ella no se le escapó la inflexión de la voz de él.
– Bribón. -Sonrió de mala gana-. Yo estaba segura de que el señor Hicks te colgaría. Parecía bastante ansioso de hacerlo.
– No tan ansioso de eso como de dinero, Shanna -dijo Ruark, y saltó Y montó detrás de ella-. y por eso estoy muy agradecido.
Sus brazos vigorosos la rodearon otra vez. Ruark golpeó ligeramente los flancos de Attila con los talones Y el animal partió al trote.
Ruark conducía como un jinete consumado y Shanna lo dejó hacer y se apoyó contra él, pero con el estrecho contacto tuvo conciencia de la sensación dura, masculina que él le causaba y del cosquillearte
calor que se difundía por todo su cuerpo..
Cuando casi llegaron al lugar de donde él había silbado, él preguntó:
– ¿Volveremos a encontrarnos aquí?
– ¡Claro que no! -Nuevamente era la orgullosa Shanna que ignoraba la excitación que había empezado a crecer dentro de ella. Se sentó erguida y apartó la mano de él que se apoyaba en su muslo-. ¿De veras
me crees capaz de ir, a espaldas de mi padre, a encontrarme con uno de sus siervos para retozar en el bosque? Eres odioso al hacer esa sugerencia.
– Ajá, te ocultarás a la sombra de tu padre -replicó Ruark secamente-. Como una criatura, temerosa de ser una mujer.
Shanna puso rígida la espalda y se volvió encolerizada.
– ¡Baja, descarado! -exigió-. ¡Apéate Y déjame en paz! No sé por qué accedí a cabalgar contigo. ¡Tú… asesino despiadado de una criada fregona!
La risa baja de él la irritó más pero Ruark detuvo a Attila; se apeó y miró a Shanna con esa expresión deliberada que medio se burlaba de ella y medio la devoraba. Esta vez Shanna incitó al caballo con los talones y partió por la playa, sin volverse.
Habiendo fallado su falsa solicitud, Shanna se entregó a una intensa actividad. Sin haberlo planeado, se convirtió en escribiente de su padre. Lo acompañaba en sus viajes por la isla, tomaba notas importantes cuando pasaban por los cultivos y las zonas desmontadas. Escuchaba cuando los supervisores Y capataces hacían sus informes y convertía sus comentarios en cifras llevaba registros de las horas de los hombres necesarios para completar una tarea y de las cosechas producto de su labor.
Era evidente que dondequiera que se presentaran dificultades ella vería a una mula con su jinete con pantalones cortos en el lomo, observando el trabajo de los hombres, explicando alguna innovación con gestos de las manos y dibujando con la pluma y el papel que siempre llevaba consigo.
Shanna debió admitir, con la prueba de una cantidad de cifras y de la frecuente mención del nombre de él, que donde estaba Ruark los hombres eran más felices y el trabajo se hacía más rápidamente.
Aunque Shanna estaba muy ocupada con sus nuevas tareas era imposible, pese a un esfuerzo considerable, ignorar al hombre. Como comentara su padre una tarde, riendo, John Ruark era tan conocido como él mismo en la isla y aparentemente más estimado. Pero Shanna debía luchar y se las arregló para sumergirse en el trabajo. Cuando el hacendado estaba ocupado en otra parte y ella no tenía trabajo en la mansión, repasaba sus diversos intereses, comprobaba los libros de contabilidad, la calidad de las mercaderías, o se limitaba a escuchar a la gente y prestar atención a sus problemas.