Shanna se retrajo interiormente. Eso era lo que necesitaba, que Ruark se convirtiera en su consejero y hasta que tuviera derecho a aprobar a sus pretendientes. Seguramente, tendría que terminar sus días como viuda. Mentalmente suspiró, pero el sonido se le escapó.
– Pareces disgustada por mi sugerencia, hija. ¿Por qué te desagrada tanto el hombre?
– Papá -Shanna le tomó una mano y le dirigió una sonrisa fugaz y melancólica-, yo sólo quiero ser dueña de mi propio destino. No tengo intención de someterme a ese individuo.
Trahern abrió la boca para imponer su voluntad, pero ella se inclinó y le puso gentilmente un dedo sobre los labios. Le sonrió con los ojos y bajo esa mirada el viejo Trahern se ablandó. Shanna habló, casi en un susurro:
– Papá, no discutiré contigo y nunca volveré a hablar de eso. Lo besó rápidamente en la frente y se retiró entre un ondular de sedas. Trahern permaneció en su silla, preguntándose sorprendido cómo era posible que hubiera perdido una discusión y disfrutara de ello.
CAPITULO NUEVE
El viento traía el anuncio de tormenta en forma de olas pequeñas y coronadas de espuma mientras el sol se ocultaba y las sombras invadían el día. La noche descendía con su manto negro y frescas brisa barrían la isla y arrastraban los delicados aromas de la enredadera florecida que trepaba en el balcón de Shanna.
Por fin ella observó críticamente su imagen en el espejo y frunció ligeramente el entrecejo al pensar que tendría que mostrarse ingeniosa y amable ante los invitados a la cena cuando su mente estaba sumida en la confusión. Todo la disgustaba y hasta la perfección de su belleza, regiamente ataviada en rico satén color marfil y costosos encajes, no conseguía cambiar su mal humor y su descontento.
Desapasionadamente, seguía con la vista fija en el espejo mientras Hergus alisaba cuidadosamente las elaboradas trenzas de su peinado adornadas con sartas de perlas.
Shanna acomodó el escote cuadrado, bordeado también con lustrosas perlas. El vestido se ajustaba sobre las deliciosas curvas y parecía que sólo por milagro no revelaba las suaves puntas rosadas de sus pechos.
– Se ve estupenda, señorita -dijo Hergus.
Shanna era una de esas raras beldades que nunca se ven mal. Hasta por la mañana temprano, con el cabello en desorden y los ojos cargados de sueño, irradiaba una sensualidad que hubiera hecho hinchar el corazón de un marido, de orgullo si no de lujuria.
La escocesa gruñó con desaprobación.
– Al señor Ruark le será difícil apartar la mirada de ti aunque esté tu padre. Ajá, harás hervir la sangre de ese hombre. -Hergus suspiró-. Pero supongo que eso es lo que te propones pues has elegido este vestido sabiendo que él estará allí.
– Oh, Hergus, no me sermonees -rogó Shanna-. En los salones franceses las damas se presentan con mucho menos que esto. ¡Y ciertamente, no he elegido este vestido por complacer al señor Ruark!
– ¡Claro! ¿Por qué ibas a hacerlo? -dijo Hergus, en tono de chanza.
– Basta, Hergus. Has estado insistiendo con eso desde que te envié a buscar al señor Ruark a su cabaña. Es hora de que hables de una vez sin reservas.
Hergus asintió con firmeza.
– Ajá -dijo- eso es lo que haré. He estado con usted desde que era una criatura y la he cuidado aunque yo misma no era más que una niña. La he visto crecer y convertirse en la cosa más hermosa que un hombre pueda imaginar. He estado a su lado en las buenas y en las malas. Me he puesto de su parte cuando su padre quiso casarla con un apellido en vez de un hombre. Pero no puedo entender que se escabulla como una ramera para encontrarse subrepticiamente con el señor Ruark. Ha tenido la mejor educación y los mejores cuidados. Todos hemos deseado lo mejor para usted, hasta su papá, por más empecinado que sea. ¿No entiende que necesita casarse y tener hijos? Oh, yo puedo entender el amor. Cuando era muchacha estuvo mi Jaime y llegamos a estar prometidos, pero él fue apresado en uno de los barcos de Su Majestad. Mis familiares murieron y yo tuve que conseguir trabajo para sostenerme y nunca volví a ver a mi Jaime aunque pasaron muchos años. Y comprendo que esté usted prendada del señor Ruark pues él es guapo y más hombre que cualquiera de los que osaron cortejarla. Pero lo que hace está mal. Usted lo sabe, señorita. Renuncie a él antes de que su padre lo descubra y la obligue a casarse con algún lord viejo y baboso.
Shanna gimió irritada y caminó hasta el otro extremo de la habitación. No podía confiarse en la mujer por temor a que si su padre se enteraba y la despidiera. Pero la reprimenda de Hergus la fastidió.
– No hablaré más del señor Ruark -declaró con determinación.
La doncella insistió, decidida a poner algo de buen sentido en esa hermosa cabeza.
– ¿Y si tiene un hijo de él? ¿Qué diría su padre de eso? Haría castrar al señor Ruark y usted nada podría hacer para evitado.
Ajá, sería la madre de un hijo de él, pero no ha pensado en eso ¿verdad? ¿Por qué? -insistió Hergus-. Espera que no quedará encinta de él. Ah, muchacha, está engañándose. El es todo un hombre. El pondrá su simiente en usted y usted se hinchará como un melón y no tendrá marido.
Shanna se mordió el labio para contener el flujo de palabras que amenazaba con salir de su boca. Era raro que permaneciera callada ante una reprimenda porque tenía una lengua rápida y respondona para cualquiera, con la única excepción de su padre.
– Si ya no ha sucedido, será solamente cuestión de tiempo. ¿Quiere poner fin a esta insensatez, antes que sea demasiado tarde? Si no puede hacerlo, entonces iré yo y le pediré a él que la deje. Aunque dudo de que lo haga, pues está loco por usted y no le importa arriesgar su vida. El será quien sufrirá más si su padre llega a enterarse.
Hergus se llevó las, manos a la cabeza, levantó los ojos al cielo y exclamó:
– ¡Ah, qué vergüenza! Y usted, una viuda tan reciente. ¡Su propio marido, el pobre, apenas enfriándose en la tierra y usted retozando con un plebeyo siervo! ¡Oh, qué vergüenza!
– ¡Basta! esto ha terminado! -gritó Shanna-. Ya no lo veré más.
Hergus la miró con los ojos entrecerrados. -Eso dice ahora, ¿pero es sincera?
Shanna asintió vigorosamente. -Sí, es verdad. No volveré a acostarme con él. Está terminado Hergus se irguió satisfecha.
– Es lo mejor para los dos. Encontrará un hombre del gusto de su papá y tendrá hijos. Olvidará al señor Ruark.
Shanna quedó mirando la puerta cerrada mucho después que Hergus se retiró y preguntándose si realmente esta relación con Ruark estaba terminada. Sí, Ruark, tan confiado en sus habilidades. El conocía mejor que ella los secretos de su cuerpo de mujer. ¿Con cuántas doncellas inocentes se había acostado para adquirir tanta experiencia? ¡El vulgar descarado! ¿Era eso el azúcar que ella tenía que tomar de su mano? ¿Creía él que ella acudiría corriendo cuando le silbara?
Su mente se rebelaba. Ella no era una bestia tonta para dejarse domar por un hombre y acudir a su llamado.
– ¿Acaso cree que me tiene dominada -siseó para sí misma- y que yo iré a implorarle sus favores como una de esas remeras vulgares que él encontraba tan dispuestas en las tabernas de mala reputación?
Súbitamente recordó a Milly, quien lo miraba con la boca abierta, como aguardando cualquier pequeño bocado que él se dignara concederle. ¿A cuántas otras mozas de la isla había seducido?