Poco después del almuerzo, sintiendo necesidad de hacer ejercicio para cansar tanto su mente como su cuerpo, Shanna ordenó que ensillaran a Attila. Fue a buscar a su padre al estudio para invitarlo al paseo.
– Un trozo de cuero asegurado al lomo de un caballo -dijo él no tiene nada que atraiga a mi sentido de la comodidad. No tengo el menor deseo de molerme el trasero galopando por esta isla cada vez que tú decides hacerlo. -Pero para suavizar sus palabras, añadió-: Ve y diviértete, muchacha. Pitney vendrá pronto para jugar otra partida de ajedrez.
Así Shanna partió sola y cabalgó subiendo la colina hacia el lugar donde estaban construyendo el trapiche. En una de las estrechas calles de la aldea se cruzó con Ralston, pero cuando él se detuvo y se llevó la mano al sombrero a manera de saludo, Shanna hizo que su cabalgadura apurara el paso e ignoró al hombre.
El día era agradable, casi fresco, con ráfagas de viento que hinchaban la falda de su traje de amazona color gris paloma y agitaba los rizos de pelo alrededor de su cara. Cuando se acercaban al lugar de la construcción, Attila empezó a encabritarse. Shanna era una amazona experimentada pero esta tarde no prestó mucha atención al animal, cuyo nerviosismo, en cualquier otro día, hubiera sido una advertencia para ella. El sonido de una campanilla y un ruido entre los arbustos junto al camino resultaron ser una cabra que se había soltado de sus ataduras. Attila se asustó, se alzó sobre las patas delanteras, y Shanna soltó las riendas. Tuvo que luchar para no caer.
El caballo se lanzó a la carrera pero en seguida surcó el aire un silbido claro y agudo. Attila se detuvo de repente y empezó a caminar hacia el molino, tan tranquilo como un potrillo recién destetado.
El caballo respondía de esa manera solamente a una persona. ¡Ruark! Shanna se tomó de las crines de Attila, miró a su alrededor y lo vio aguardándola junto a una pared a medio construir. Una vez más vestía los calzones cortos y su torso musculoso y atezado contrastaba marcadamente con la blancura de la prenda. Al ver esos pantalones, Shanna sintió deseos de gritar de cólera.
Ruark tomó las riendas y las ató a un poste. Su propia ira se notó en su voz.
– Si tiene que montar este animal, señora, podría hacerlo poniendo más cuidado por su seguridad. Si prefiere cabalgar distraída y soñando despierta, búsquese una montura más mansa.
La reprimenda fastidió a Shanna y le resultó más irritante porque sabía que él decía la verdad. Attila no era lo que la mayoría de las jóvenes elegirían para cabalgadura. El animal era brioso, e inquieto y necesitaba en las riendas una mano firme y atenta.
– ¿Mi padre es un amo tan duro que lo obliga a trabajar en un domingo? -dijo Shanna-. ¿Qué esta haciendo aquí?
– Quería ver unas pocas cosas sin que estén aquí los obreros -dijo Ruark.
Se acercó más, la tomó de la cintura y la hizo bajar deslizándola contra su torso desnudo.
– Hasta que tú apareciste, amor mío, estaba seguro de que mi día estaba perdido.
La depositó en el suelo y se inclinó para besarla. Pero Shanna, como indiferente a su proximidad, se quitó el sombrero y lo puso entre ellos.
– ¿y cómo fue, señor, que yo le he salvado el día? -replicó ella fríamente. Se apartó un paso de él y puso su sombrero en el arzón de la montura. Todavía sentía en su cintura la presión de las manos de él-. Vine solamente para ver los progresos del trapiche. Si hubiera sabido que estarías aquí habría buscado un placer diferente.
Ruark sonrió y se alisó el cabello con una mano.
– Ah, amor mío, ¿es que todavía me temes? -dijo él. Shanna se irguió indignada y se apartó más.
– Es que prefiero no ser maltratada y ultrajada como parece que te sientes inclinado a hacerlo. El cumplimiento del pacto parece que no te bastó.
– Sí, amor, no me basta -confesó ligeramente Ruark y la atrajo hacia sí-. En realidad, ello ha aumentado mis deseos.
Shanna puso entre los dos su fusta de montar pero las manos de Ruark la tomaron con firmeza y ella no pudo impedir el temblor que le recorrió el cuerpo.
– Trata de controlarte, Ruark -advirtió ella-. No vine a acostarme contigo, sólo a ver el trapiche. Ahora me pregunto si debo quedarme. Tú nunca pareces conforme.
Los ojos de Ruark brillaron como ascuas doradas entre sus pestañas oscuras.
– Ah, tú me tientas irresistiblemente, Shanna.
La mirada de él hizo que se aceleraran los latidos de su corazón y Shanna apartó rápidamente los ojos. Nadie antes que Ruark la había hecho temblar por ninguna razón y mucho menos con una mirada o con meras palabras. ¿Qué tenía este colonial que la afectaba tan intensamente? Había habido otros hombres apuestos, algunos muy brillantes y atrevidos que le pidieron galantemente la mano. Esos la aburrían. A otros ella los había considerado inteligentes pero había admirado sus mentes y nada más. Otros eran muy jóvenes y faltos de madurez, aunque la idea de tener a un anciano como esposo le causaba repugnancia. Ruark era joven y de mente ágil, y el solo recuerdo de la forma en que le había hecho el amor la llenaba de una deliciosa excitación.
Turbada por sus propios pensamientos, Shanna se apartó. ¿Sería ella una zorra hambrienta de amor?
– ¿Me mostrarás el trapiche? -dijo desviando la mirada-. ¿Y te comportarás como un caballero?
– Te mostraré el trapiche -replicó Ruark, pero no hizo ninguna promesa acerca de la segunda pregunta.
Lentamente empezaron a caminar y él señaló y explicó los detalles de la construcción. Shanna estaba familiarizada con las operaciones de alimentar con caña las ruedas de un pequeño trapiche montado sobre un carro y que era llevado a los campos cuando se lo necesitaba. Pero miró con cierto respeto y asombro la estructura que estaba siendo erigida en ese lugar.
Los tres enormes rodillos habían sido terminados y aguardaban cargamentos enteros de caña y había una cuba gigantesca para recibir los jugos. Dos alas se extendían a los costados del trapiche propiamente dicho, una con grandes calderos de cobre para cocinar el jarabe y convertirlo en un líquido más denso, la otra con cubas de fermentación y alambique de bronce para producir diversos rones, el negro para abastecer a los barcos de Su Majestad, el más claro para servir en cualquier mesa.
Parte de la mente de Shanna seguía las explicaciones de Ruark mientras que el resto de su atención centrábase en el hombre. Aquí, pensó ella, él estaba en su elemento. Su voz tenía cierto tono de autoridad y su actitud era segura y confiada. Subió sobre una viga apenas más ancha que su pie y caminó despreocupadamente por ella mientras explicaba y señalaba los trabajos del trapiche. Shanna lo veía desde todos los ángulos desde atrás cuando él la ayudó a subir un tramo de escalera. sin terminar, desde los costados cuando él se apartaba un poco para enseñarle la sencillez de su plan, desde abajo cuando él subió a una plataforma elevada.
Shanna lo seguía en silencio y sentía el orgullo que a él le producía su obra. Comprendió que él era un hombre que sólo se conformaba haciendo las cosas lo mejor posible. Su asombro aumentaba a medida que lo estudiaba a él y su curiosidad se intensificaba.
Seguramente- pensó- él es más que un siervo. La respuesta le llegó sola. Por supuesto, ella siempre lo había sabido. El nunca había sido esclavo de ningún hombre ni de ninguna mujer.
Shanna trató de imaginar en qué clase de hogar había nacido un hombre así y qué manos lo habían criado.