SEGUNDA PARTE
Cuando vuestra espada intercepte la del adversario,
no podéis vacilar, sino que debéis atacar
con la resolución completa de todo el cuerpo…
El libro de los cinco anillos,
Miyamoto Musashi
Catorce
A la mañana siguiente estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, en mi posición estratégica favorita de Las Chicas, esperando la llegada de Franklin Bulfinch.
Era una mañana soleada y fría y entre la luz brillante que se filtraba por las ventanas y el ambiente moderno del que se enorgullece Las Chicas, me sentía a gusto con las gafas de sol Oakley de imitación que había comprado por el camino.
Midori estaba beneficiándose de la seguridad que le proporcionaba la sección musical del cercano edificio Spiral, en Aoyama-dori, lo bastante cerca para ir al encuentro de Bulfinch si fuera necesario pero lo bastante lejos para estar a salvo si las cosas se ponían feas. Había llamado a Bulfinch hacía menos de una hora para prepararlo todo. Seguramente era un periodista legal y acudiría solo al encuentro, pero me parecía poco práctico darle tiempo para desplegar fuerzas en el caso de que me equivocara.
Fue fácil reconocer a Bulfinch mientras se aproximaba al restaurante; era el mismo tipo alto y delgado con gafas de montura ligera que había visto en el tren. Avanzaba a zancadas, erguido, seguro de sí mismo y volví a tener la impresión de que desprendía cierto aire aristocrático. Llevaba vaqueros, zapatillas de deporte y una americana azul. Atravesó el patio, entró en el restaurante y se detuvo para mirar a izquierda y a derecha, buscando a Midori. Me vio pero no me reconoció.
Se dirigió hacia los servicios y probablemente echara un vistazo al comedor situado en la parte posterior del edificio. Sabía que regresaría enseguida, así que aproveché para observar la calle. Le habían seguido en el Alfie, por lo que era probable que también le hubieran seguido en esta ocasión.
La calle seguía vacía cuando Bulfinch regresó a la zona principal del restaurante al cabo de un minuto. Volvió a recorrer el local con la vista.
– Señor Bulfinch -dije en voz baja cuando sus ojos se posaron en mí.
Me miró durante unos instantes antes de replicar.
– ¿Le conozco?
– Soy amigo de Midori Kawamura. Me pidió que viniera en su lugar.
– ¿Dónde está ella?
– Ahora mismo corre peligro. Debe actuar con suma precaución -repliqué.
– ¿Vendrá?
– Depende.
– ¿De qué?
– De que decida si es seguro o no.
– ¿Quién es usted?
– Como he dicho, un amigo, interesado en lo mismo que usted -expliqué.
– ¿Es decir?
Le miré sin quitarme las gafas de sol.
– El disco.
– No sé nada de un disco -aseguró.
«Por supuesto», pensé.
– Esperaba que el padre de Midori le entregara un disco cuando murió en el Yamanote hace tres semanas. No lo llevaba consigo, así que usted quedó con Midori después del concierto en el Alfie el viernes siguiente. Se reunió con ella en el Starbucks de Gaienhigashi-dori, cerca del Almond, en Roppongi. Allí le mencionó lo del disco porque confiaba que lo tuviera. No pensaba decirle cuál era el contenido porque temía ponerla en una situación comprometida. Aunque ya lo había hecho al ir al Alfie porque le siguieron. Supongo que todo esto bastará para que sepa que soy de fiar.
No hizo ademán de sentarse.
– Podría haber averiguado casi todo eso sin que se lo dijera Midori y haber rellenado las lagunas con conjeturas sensatas, sobre todo si fue usted quien me siguió.
Me encogí de hombros.
– ¿E imité su voz y le llamé hace una hora?
Vaciló, luego se acercó y se sentó, con la espalda erguida y las manos en la mesa.
– De acuerdo. ¿Qué puede contarme?
– Pensaba preguntarle lo mismo.
– Mire, soy periodista. Escribo artículos. ¿Tiene información para mí?
– Necesito saber qué hay en el disco.
– No entiendo por qué sigue hablando de un disco.
– Señor Bulfinch -dije al tiempo que observaba la calle, que estaba vacía-, la gente que quiere el disco piensa que lo tiene Midori, y están más que dispuestos a matarla con tal de conseguirlo. El que fuera a verla al Alfie mientras le seguían seguramente fue lo que la ha puesto en peligro. Así que más vale que nos dejemos de gilipolleces, ¿no le parece?
Se quitó las gafas y suspiró.
– Suponiendo que el disco existiese, no entiendo que el saber qué contiene ayudase a Midori.
– Usted es periodista. Supongo que le interesaría publicar el hipotético contenido del disco, ¿no?
– Podría suponerlo, sí.
– Y supongo que algunas personas querrían evitar que se publicase, ¿no?
– Ésa sería una suposición sensata.
– Vale, bien. La amenaza de esa publicación es la que ha puesto a Midori en el punto de mira de esas personas. Una vez publicado el contenido del disco, Midori ya no sería una amenaza, ¿no es cierto?
– Lo que dice tiene sentido.
– Entonces parece que queremos lo mismo. Los dos queremos que se publique el contenido del disco.
Cambió de postura.
– Entiendo. Pero prefiero no hablar de esto hasta que vea a Midori.
Cavilé al respecto durante unos instantes.
– ¿Lleva un móvil?
– Sí.
– Muéstremelo.
Introdujo la mano en el lateral izquierdo de la americana y extrajo una pequeña unidad desplegable.
– De acuerdo -dije-. Guárdeselo en el bolsillo. -Al tiempo que lo hacía, extraje un bolígrafo y un trocito de papel del bolsillo de mi chaqueta y comencé a anotar rápidamente varias instrucciones. El instinto me decía que el tipo no llevaba micrófonos ocultos, pero el instinto no siempre es infalible.
«Hasta que no indique lo contrario, no quiero que use el móvil bajo ningún concepto», explicaba la nota. «Saldremos juntos del restaurante. Una vez fuera, deténgase y le cachearé para comprobar si lleva armas. Después vaya donde le indique. En un momento dado le haré saber que quiero que camine recto y luego le diré adónde vamos. Si desea preguntar algo, escríbalo. Si no es así, devuélvame la nota. A partir de este momento, no diga palabra alguna a no ser que yo hable primero.»
Le entregué la nota. La tomó con una mano al tiempo que se ponía las gafas con la otra. Cuando hubo terminado de leerla, me la pasó por encima de la mesa y asintió.
Doblé la nota y la guardé en el bolsillo de la chaqueta junto con el bolígrafo. Luego dejé un billete de mil yenes en la mesa para pagar el café que había estado bebiendo y le hice señas para que se pusiera en marcha.
Nos incorporamos y salimos. Le cacheé y no me sorprendió que estuviera limpio. Mientras avanzábamos por la calle me aseguré de que fuera un poco adelantado, a un lado, como una especie de escudo humano. Conocía de sobra los mejores lugares de la zona para vigilar o tender una emboscada, por lo que miraba en todas direcciones en busca de alguien fuera de lugar, alguien que pudiera haber seguido a Bulfinch hasta el restaurante y que lo estuviera esperando en el exterior.
Mientras caminábamos le indicaba «izquierda» o «derecha» a su espalda, y de ese modo llegamos al edificio Spiral. Cruzamos las puertas de cristal y nos dirigimos a la sección de música, donde Midori esperaba.
– Kawamura-san -dijo inclinándose al verla-. Gracias por llamarme.
– Gracias por venir a verme -replicó Midori-. Me temo que no fui completamente franca cuando nos vimos para tomar un café. No desconozco tanto las relaciones de mi padre como le di a entender. Sin embargo, no sé nada del disco que mencionó. En todo caso, no más de lo que usted me contó.
– Entonces no estoy muy seguro de poder ayudarla -replicó.
– Díganos qué hay en el disco -insté.