Cuando terminó, él sacó la mano de sus braguitas, soltó sus senos y le dio la vuelta para besarla. La rodeó con sus fuertes y brazos y la apretó. Sintió la dureza de su erección y se restregó contra él, arrancándole un gemido.
– ¿Dónde diablos está la cremallera de este vestido -exigió él, con voz ronca. Hannah abrió los ojos y lo miró. Al ver su rostro empezó a reír.
– ¿No lo sabes?
– No tengo ni idea -la frustración y el deseo oscurecían sus ojos-. Llevo intentando encontrarla desde que empezamos en la cocina. Me siento como un adolescente en su primera cita sexual.
– Nada de eso. Si fuéramos adolescentes no te habría dejado llegar tan lejos -le acarició los labios.
– Te gustó que llegara tan lejos -sonrió él.
– ¡Oh, sí!
– Me alegro -la besó-. A mí también. Pero ahora mismo te quiero desnuda. Agradecería una pista. -Ella giró, le mostró el costado izquierdo y alzó el brazo-. ¡Diablos! Menudo escondite -llevó la mano a la cremallera mientras la empujaba hacia la cama. El vestido cayó al suelo cuando ya estaba junto al colchón.
Cualquier vergüenza que pudiera haber sentido respecto a su embarazo desapareció al ver la mirada apreciativa de Eric sobre su cuerpo. Se quitó las braguitas y se tumbó en la cama, mientras él se desnudaba. Poco después, estuvo desnudo junto a ella, besándola.
Mientras la besaba tocó todo su cuerpo. Sus manos, fuertes y seguras, acariciaron sus senos, estómago y piernas. Ella abrió los muslos, volvía a sentir deseo. Esa vez él frotó con el pulgar e introdujo dos dedos en su interior. Cuando estuvo tensa y jadeante, se situó entre sus piernas y la penetró lentamente.
Sintió el grosor y tamaño que la obligaban a ensancharse para él. Apoyado en los brazos para soportar su cuerpo, la miró y la penetró una y otra vez, haciendo que el placer se disparara con cada embestida.
El alzó el cuerpo, sin salir de su interior e introdujo una mano entre ellos, para acariciar su punto más sensible. Eso hizo que ella se disparase; las contracciones la atenazaron y no pudo detenerse.
Mientras se debatía en su éxtasis fue consciente de que Eric recuperaba la posición anterior y se movía cada vez más rápido, hasta que gritó su nombre y se detuvo. Después, se dejó caer de costado, girándola hacia sí.
Cuando volvió a la realidad, Hannah comprendió que incluso en el momento de mayor pasión, él se había preocupado tanto por no poner demasiado peso sobre ella como por darle placer. Eric era un hombre fantástico y era muy afortunada al tenerlo a su lado.
Eric se despertó poco después de las cinco de la mañana. No había pensado pasar la noche allí, pero después de hacer el amor dos veces más, quedarse en la cama le había parecido una gran idea.
Sus ojos se abrieron de repente y sintió terror por lo que había hecho. Miró a Hannah y supo que si les había hecho daño a ella o al bebé, nunca se lo perdonaría. Según los libros, hacer el amor no era peligroso para la madre ni para el niño. Pero sabía que esos autores hablaban de encuentros íntimos suaves y poco frecuentes. No se referían a experiencias erótica, intensas y apasionadas que provocaban orgasmos múltiples a la madre.
Sintió pánico. Había actuado sin pensarlo y todos tendrían que pagar el precio. Sin saber qué hacer, salió de la cama y se vistió.
Sólo conocía a una persona que podía darle todas las respuestas. Incluso si saber la verdad sobre él hacía que le odiara el resto de su vida.
Capítulo 11
LA mañana seguía siendo fría y oscura cuando Eric aparcó ante la casa de CeeCee. Se quedó en el coche unos minutos, planteándose la posibilidad de esperar hasta las seis, pero la idea le resultó insoportable. Finalmente, sacó el teléfono móvil y marcó su número.
– ¿Hola? -respondió una voz adormilada.
– Hola, siento despertarte. Soy yo.
– ¿Eric? -él oyó movimiento, como si su hermana estuviera dándose la vuelta o sentándose en la cama-. ¿Eres tú? ¿Qué ocurre? Son… -gruñó suavemente- Dime que no son las cinco y cuarto de la mañana.
– Mi reloj marca las 5:16.
– Ah, eso lo cambia todo. ¿Por qué me llamas? -su tono molesto cambió a uno de preocupación-. ¿Pasa algo malo? ¿Has tenido un accidente?
– No. No exactamente. Necesito hablar contigo. ¿Puedes dejarme entrar?
– ¿Dejarte entrar? -hizo una pausa-. ¿Estás aquí?
– En el coche, delante de la puerta.
– Dame un par de minutos -CeeCee colgó.
Él vio las luces encenderse, la oyó descorrer el cerrojo y fue hacia la puerta delantera. Cuando entró, CeeCee ya iba hacia la cocina.
– Estoy intentando reducir el consumo de cafeína -farfulló ella, llenando la cafetera-. Recibir llamadas al amanecer no favorece mi objetivo.
Él se apoyó en la puerta con las manos en los bolsillos de los pantalones, sin saber qué decir. En el momento de pánico inicial, su hermana le había parecido la única persona a la que podía consultar; pero no sabía cómo empezar ni qué explicar.
CeeCee acabó con la cafetera y pulsó el botón. Se dejó caer en una silla y se pasó la mano por el pelo.
– Habla -exigió-. Y más vale que sea algo bueno.
Eric dio un paso hacia la mesa y tomó aire. Quería saber si podía hacer daño a Hannah o al bebé. El bebé. Cerró los ojos, intentando no ver la diminuta vida que había observado en la ecografía. Era perfecta, inocente…
– ¡Eric! -exclamó su hermana. Él abrió los ojos-. ¿Qué? Dime qué ocurre -frunció los ojos-. Tienes aspecto de no haber dormido. ¿Has estado trabajando toda la noche? ¿Hay alguna crisis en el hospital? Porque algo así podría haber esperado hasta mañana.
Él se frotó la barbilla. No se había duchado ni afeitado. Lo había vencido su ataque de pánico.
– No es de trabajo -dijo, sentándose frente a ella-. Es… personal -deseó que el café se hiciera más rápido, el aroma llenaba la cocina, pero aún no había suficiente para una taza-. No sabía con quién hablar.
– Bueno -escrutó su rostro-. Estoy despierta y dispuesta a escucharte. ¿Qué ocurre?
Él se sintió mejor al percibir la preocupación de su voz. Siempre había sabido, que ocurriera lo que ocurriera, podía contar con su hermana. Sólo esperaba que no le diese la espalda al enterarse de que…
– ¡Deja de pensar y dilo! -gritó ella-. Suéltalo.
– Hannah está embarazada y pasé la noche con ella.
CeeCee lo miró fijamente unos segundos. Movió la cabeza de lado a lado, apoyó los codos en la mesa y dejó caer el rostro entre las manos.
– ¿Puedes repetirme eso?
– Te comenté que salía con Hannah Bingham.
– Sí. Y te advertí que te traería problemas. ¿Me escuchaste? No.
– ¿Quieres contar tú la historia, o lo hago yo?
– Adelante -lo miró por entre el flequillo y suspiró-. Me quedaré callada y escucharé.
– Empezamos a salir juntos -dijo Eric, tras explicar que Hannah había comprado una casa al hospital-. Todo iba bien hasta que me dijo que estaba embarazada.
– De otro hombre.
– Sí.
– Por fin -exclamó CeeCee, mirando la cafetera y poniéndose en pie-. Bueno, ¿y cuál es el problema? ¿Te preocupa la responsabilidad? Te advierto que asumir una familia ya iniciada podría ser todo un reto. Pero no necesariamente negativo para ti. Aunque creciste sin un padre, creo que lo harías bien. Pero con los objetivos profesionales que te has marcado, una familia…
– ¿CeeCee?
– ¿Qué?
– Cállate.
– De acuerdo -sirvió dos tazas de café-. Habla y escucharé.
– Gracias -aceptó el café-. Al principio, me impactó que estuviese embarazada. Además, no quería hacer nada que pusiera en peligro su salud, así que me reprimí.