Mientras hablaba, él había sustituido los dedos por la boca y en ese momento lamía un pezón. Ella se quedó sin aliento. Eric aprovechó su distracción para destaparla hasta la cintura. Después sopló suavemente el pezón húmedo.
– Esto no es buena idea -musitó ella, abriendo las piernas.
– Es posible.
– Tienes que irte a trabajar.
– Es cierto. Me iré en un segundo.
– De acuerdo.
Deslizó la mano por su cadera, hacia el muslo y la introdujo entre sus piernas. Ya estaba húmeda cuando la acarició suavemente.
– ¿Cuántos segundos? -susurró Hannah.
– ¿Cuántos necesitas? -empezó a besarle el cuello.
– Unos doscientos.
– No me digas que vas a tardar tres minutos -protestó él mordisqueándole el lóbulo de la oreja. Cambió de postura para poder seguir tocándola e introducir un dedo en su interior al mismo tiempo.
– Puede que sean sólo un par. O treinta segundos…
Él retiró la mano y se situó entre sus piernas. Lenta y deliberadamente se introdujo en su interior. Estaba prieta y caliente, a pesar del número de veces que habían hecho el amor la noche antes; supo que no resistiría mucho tiempo. Tenía la impresión de que cuantas más veces la poseía, más deseaba hacerlo.
Tal vez fuera por su receptividad, por cómo arqueaba la cabeza y gemía cuando se acercaba al clímax. Tal vez fuera por las contracciones de su cuerpo y su forma de abrazarse a él, rogándole que no se detuviera. O tal vez porque la respuesta de ella lo llevaba al límite.
En ese momento, sintiendo cómo lo apretaba en su interior, no le importaba la razón. Cuando ella puso las manos en sus caderas para acercarlo, deseó explotar.
Ella abrió las piernas aún más, atrayéndolo. La primera contracción hizo que gritara. Cerró los ojos y entreabrió la boca; todo su cuerpo se estremeció mientras se perdía en el placer de lo que estaban haciendo.
Eric aguantó todo lo que pudo; pensó en béisbol y en reuniones de trabajo, pero finalmente se dejó llevar. Sintió la presión crecer y crecer hasta que tuvo que hundirse más profundamente en ella y perderse.
– Llegas tarde -anunció Jeanne alegremente cuando Eric entró en la oficina-. Bueno, técnicamente son antes de las ocho y tu primera reunión es a las nueve y media. Aun así, no es tu estilo llegar después del amanecer.
Eric sonrió a su asistente. Tras la noche y la mañana que había tenido, nada le estropearía su buen humor.
– Buenos días, Jeanne -dijo yendo hacia el despacho. Ella se puso en pie y lo siguió.
– ¿Eso es todo? -protestó -. ¿No vas a decir nada más? ¿No vas a darme una pista de por qué llegas a una hora normal? Problemas con el coche, una cita que duró hasta la madrugada… ¿Qué? Estoy esperando.
– Lo sé -dijo él sonriente, sirviéndose un café.
– Deja que adivine -suspiró-. No vas a decir nada.
– Un café muy bueno. Gracias por prepararlo.
– Te odio cuando adoptas esa actitud.
– Lo lamento.
– No lo lamentas en absoluto. Estás disfrutando. Es irritante -salió del despacho rezongando y volvió a su escritorio-. Al menos podías darme una pista -gritó.
Él no contestó. Por mucho que le gustara Jeanne, no iba a contarle nada. Sospechaba que ya tenía una idea bastante precisa. Estudió su horario del día y comprobó que esa mañana tenía una reunión con Mari, para hablar de su proyecto. Llamó a Jeanne.
– ¿Quieres confesarlo todo? -preguntó ella al entrar.
– No. Necesito toda la información que tengamos sobre el nuevo centro de investigación biomédica. Hubo un artículo en el periódico, ¿no?
– Eso creo. Revisaré los archivos y buscaré los artículos en internet.
– Gracias. Quiero estar bien preparado.
Mari Bingham llegó a las once en punto.
– Siéntate -sugirió Eric, indicando el sofá.
– Gracias por recibirme.
– De nada. Si crees que puedo ayudar de alguna manera, quiero apoyar tu proyecto -se sentó en un extremo del sofá y señaló los papeles que había sobre la mesita de cristal-. He leído la información.
– Ya veo -Mari miró la copia de un artículo periodístico que se oponía al centro-. Dicen que no hay publicidad mala, pero en este caso no estoy de acuerdo.
– Su enfoque es más exaltado que objetivo.
– Es posible, ¿pero crees que al lector común le importa eso? -dejó el artículo-. Quiero poner en marcha ese centro de investigación. La ciencia médica está avanzando mucho en fertilidad y reproducción; algunas enfermedades se podrían curar, e incluso prevenir. Pero gran parte de ese prometedor trabajo se pasa por alto y carece de subvenciones. Creo que podemos cambiar eso.
– Reuniendo a científicos de vanguardia.
– Has leído mis informes -sonrió ella.
– Claro. Expones muy bien el caso -Eric se encogió de hombros-. Pero el tema está fuera de mi campo. No tengo nada que ver con las subvenciones.
– Pero los altos cargos te prestan atención -se deslizó hacia delante en el asiento y lo miró fijamente. Sus ojos color avellana eran intensos y su postura rígida.
Eric buscó similitudes entre Mari y Hannah, eran primas pero sólo se parecían en altura y constitución.
– Sé que estarás presente en varias de las reuniones sobre el tema. Me gustaría que hablases a favor del centro de investigación.
– Cuenta con ello. Como he dicho, me impresiona favorablemente lo que quieres hacer. Pero con tanta controversia, puede ser una dura batalla.
– Ya lo sé -Mari torció la boca-. Estoy pensando en traer un arma pesada. Una amiga mía de Nueva York, experta en relaciones públicas y captación de fondos.
– Te sugiero que le pidas que se una al proyecto. Alguien de fuera puede ofrecer una perspectiva refrescante. Además, tendrá otros contactos para las subvenciones; cuanto más dinero mejor, ¿no?
– Sí. Es buena idea -Mari sonrió y se relajó un poco-. Llamaré a Lilith esta tarde y le preguntaré si está disponible. Llevo años amenazándola con traerla aquí, por fin tengo una razón para hacerlo.
Comentaron las reuniones que iban a celebrarse y cómo podía colaborar Eric. Cuarenta y cinco minutos después, Mari se levantó para marcharse.
– Me siento mejor -dijo-. Gracias.
– Ha sido un placer.
– No tenías por qué hacerlo y aprecio tu apoyo. Si puedo devolverte el favor, házmelo saber.
– Lo haré -replicó él, acompañándola a la puerta.
Más tarde, Jeanne lo llamó por intercomunicador para decirle que una tal Lisa Paulson quería hablar con él.
– ¿Sí? -dijo Eric al auricular.
– Hola, Eric. Llamo de una empresa de reclutamiento de ejecutivos de Dallas. Empresas Bingham nos ha contratado para que busquemos alguien apropiado para un cargo de vicepresidente júnior. Tu nombre aparece en una lista de posibles candidatos. Me preguntaba si tendrías tiempo para hablar del tema conmigo.
Capítulo 12
A las dos de la tarde, después de un corte de pelo y una manicura, Hannah regresó a casa. Aún se sentía flotando en otro mundo, tras su noche con Eric. Si pudiera embotellar la sensación, podría usarla para curar el cuarenta por ciento de los males mundiales.
Habían pasado muchas cosas en poco tiempo: ver la ecografía del bebé, descubrir que Eric la deseaba pero temía hacerle el amor y pasar la noche en sus brazos.
La noche y la mañana habían sido increíbles. No sólo por el extraordinario placer físico, también por todo lo demás. Habían hablado de muchas cosas, se sentía segura a su lado y había escuchado su respiración mientras soñaba con pasar el resto de sus días con él.
Aparcó el coche y salió. Dio una vuelta alrededor de la casa se sentó al sol en la hierba del jardín trasero. A lo lejos, veía las colinas y la parte superior de los árboles que rodeaban el lago.