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Se preguntó si se estaba enamorando de Eric de verdad. Pensó en su relación con Matt. Se había sentido atraída por él, pero mientras estuvieron juntos Matt fue el seductor, tanto emocional como físicamente. Todo fue tan rápido que no tuvo la oportunidad de detenerse a pensar sobre lo que estaba ocurriendo. No quería cometer el mismo error con Eric.

Pero sin duda, eran dos hombres muy distintos. Entendía lo que era importante para Eric, que valoraba la verdad y el honor. Sonrió. Era un hombre bueno. Un hombre que se preocupaba por su bebé, a pesar de no ser el padre.

Se tumbó boca arriba y miró al cielo. Al principio la había preocupado que regresar a casa fuera una huida, pero por fin comprendía que en vez de escapar del pasado había avanzado hacia el futuro. Una buena decisión.

A las seis, Hannah dio los últimos toques a la cena romántica que había preparado. Puso un mantel rosa, un jarrón de flores frescas y su mejor vajilla en la mesa de la cocina.

Cenarían ensalada y estofado de buey. El espeso y fragante guiso burbujeaba lentamente en el fuego; lo serviría en cuanto llegase Eric.

– Es una provocación -murmuró, mirándose al espejo. Se había puesto un vestido sin mangas que se abotonaba por delante-. ¿La aceptará? -la imagen de Eric desabrochándole el vestido le provocó un escalofrío. Oyó un coche y se le aceleró el corazón. Corrió hacia la puerta y abrió justo cuando Eric subía los peldaños.

Estaba muy guapo con traje. Sus ojos oscuros destellaron una bienvenida y su sonrisa casi hizo que flotara en el aire de alegría. Parecía tan feliz como se sentía ella. Deseaba hacerle muchas preguntas: si el día se le había hecho eterno, si había contado los minutos, si quería quedarse a dormir con ella y si no le parecía que aún faltaba mucho para el fin de semana…

– Hola -lo saludó cuando entró en casa.

– Hola a ti también -él se quitó la chaqueta y la dejó en un banco que había junto a la entrada-. ¿Adivinas lo que ha ocurrido hoy?

«Te has dado cuenta de que estás enamorado de mí», pensó ella. La idea la asombró y dio gracias al cielo por no haberlo dicho en voz alta. Pero quería su amor.

– Te han subido el sueldo -dijo, porque era más seguro y no sabía cómo habría reaccionado él a su idea.

– Mejor aún -replicó él. Cerró la puerta y la llevó de la mano al salón-. Una empresa de Dallas me llamó para un puesto de vicepresidente. ¿No es fantástico? -se sentó a su lado en el sofá, sin percatarse de que ella se había dejado caer, en vez de sentarse con delicadeza.

– No entiendo -murmuró ella con sorpresa-. Pensé que te gustaba tu trabajo.

– Me gusta. Estoy aprendiendo mucho y contribuyendo con la organización. Pero el camino más rápido para ascender es una empresa de cazatalentos. Lisa, la encargada de la selección, dijo que le habían hablado de mí un par de personas -hizo una pausa y arrugó la frente-. El director de finanzas se marchó el año pasado. Trabajé bastante con él; quizá le diera mi nombre -hizo un gesto de indiferencia-. Da igual dónde lo consiguió, está impresionada y quiere que nos reunamos. Tengo que mandarle un curriculum. Tendré que actualizar el que tengo en el ordenador.

– ¿Vas a reunirte con ella? -preguntó Hannah, sintiendo que el mundo se hundía bajo sus pies.

– Claro. Es el primer paso. Después, si ella y el departamento de Recursos Humanos me aceptan, me reuniré con los directivos de la empresa -miró a la distancia-. Siempre pensé que tendría que irme para conseguir un puesto de vicepresidente, pero el puesto lo ofrece Empresas Bingham. No tendría que trasladarme.

– Eso es maravilloso -dijo ella con voz débil. No podía estar ocurriéndole eso después de la noche que habían pasado juntos. Ahora que se había dado cuenta de que estaba enamorada de él.

Él siguió explicando lo que Lisa le había comunicado sobre el proceso y sobre lo que se esperaba de él.

– Al menos no tendré que viajar para hacer las entrevistas -dijo-. Eso lo facilitará todo. Pero tengo mucho que hacer: investigar la empresa y el mercado, analizar la competencia y quizá preparar algunas ideas para incrementar la demanda.

Estaba allí, hablando, pero Hannah tuvo la sensación de que no estaba con ella. Se había retirado a su propio mundo. Un mundo del que ella no formaba parte. No sabía si sacudirlo para que recuperase el sentido o alzar las manos con gesto de derrota.

– Pareces muy emocionado -dijo, optando por un término medio.

– Es una oportunidad increíble.

– Claro que sí y tienes la inteligencia suficiente para aprovecharla. También la tienes para darte cuenta de que vas a cenar con una mujer guapa, que ha dedicado mucho tiempo a prepararse para estar contigo. Quizá quieras hacer algún comentario al respecto. ¡Ah! Y también mencionar que lo de anoche fue fantástico y no has podido dejar de pensar en ello, al menos hasta que llamó la seleccionadora.

– Perdona -Eric la miró unos segundos y sonrió avergonzado-. Creo que me he dejado llevar.

– Sólo un poco.

Se inclinó hacia ella y la atrajo. Ella se sintió mejor en cuanto la rodeó con sus brazos.

– ¿Mejor? -preguntó él.

– Va mejorando.

– Estás guapísima -rozó sus labios con la boca-. ¿De verdad te has esforzado mucho por mí?

– No lo dudes.

– Estoy deseando comprobarlo -tocó su mejilla-. Y tienes razón. No he podido dejar de pensar en ti y en lo de anoche, incluso después de la llamada de Lisa.

– Me alegro.

Eric se sentó en el sofá, e hizo que ella apoyara la cabeza en su hombro.

– Háblame de tu día -pidió Eric.

– Nada comparable a tu llamada telefónica -admitió Hannah, tras contarle lo que había hecho. Pensó en la oportunidad que suponía para él el nuevo trabajo-. El puesto te exigirá mucha más responsabilidad.

– Lo sé, pero me gusta el reto. No creí que pudiera llegar a vicepresidente antes de cumplir los treinta. Esto es todo un acelerón.

– ¿Te habrías ido a otra ciudad por un cargo así? -inquirió ella, agradeciendo que no fuese necesario.

– Un ejecutivo debe tener movilidad -le acarició el pelo-. Me gusta esto, pero aparte del hospital y Empresas Bingham, no hay oportunidades en la zona.

Eso quería decir que si la empresa hubiera estado en Texas o en California, se habría trasladado. Hannah se sintió perdida y confusa. Por un lado, sabía que su relación era demasiado nueva para esperar nada de Eric, pero por otro deseaba decir «¿Cómo podrías dejarme?» Porque la dejaría, eso había quedado muy claro.

– Supongo que cuando te dan un puesto como ése, esperan mucho a cambio -musitó.

– Claro. Y muchas horas. Para ser vicepresidente júnior… -levantó la mano y la dejó caer en el sofá- Tendré que demostrar mi valía -su voz sonó encantada ante la perspectiva.

– Ya trabajas de cincuenta a sesenta horas a la semana. ¿Tendrías que trabajar más aún?

– Probablemente -afirmó él tras reflexionar.

– No tendrías mucho tiempo para la vida social -dijo ella con el corazón en un puño.

– Hablas igual que mi hermana. La preocupa que trabaje demasiado.

– Con razón -se volvió hacia él y decidió aprovechar la mención de su hermana, para no comprometerse ella-. ¿Qué le dices cuando te regaña?

– Que necesita centrarse en su propia vida -se inclinó hacia delante y apoyó los antebrazos en los muslos-. Sé que tiene parte de razón. No puedo pasarme toda la vida trabajando. En algún momento tendré que pensar en una familia. Pero no sé, yo no soy así.

No la habría sorprendido más si la hubiese abofeteado. Si no pensaba en una familia, ¿qué hacía con ella? Era una mujer embarazada, iba a tener un hijo. Deseó saltar sobre él, protestar a gritos y decirle que había hecho mal dejándola creer que podían llegar a algo. Porque ella sí era mujer de familia. Quería amar a alguien que la amase a su vez; ser lo primero en la vida de otra persona.