– No entiendo -ella sintió un escalofrío, se liberó de sus brazos y se sentó en el sofá-. ¿Quieres marcharte?
– Hannah -él cambio de postura, inquieto-, no es que no quiera estar contigo. Pero tengo…
– Eso ya lo sé -interrumpió ella-. Responsabilidades. Tu trabajo actual. Tu posible trabajo como vicepresidente.
– ¿Por qué suenas enfadada? -preguntó él con el ceño fruncido.
– Quizá porque lo estoy. Por fin puedo moverme de la cama y pensé que te gustaría disfrutar de ello. Creí que desearías pasar tiempo conmigo -tragó aire, irritada-. Pensé que habías disfrutado a mi lado, pero quizá me equivoqué. Puede que sólo te sintieras obligado.
– No puedes creer eso -se agachó ante ella y tomó sus manos entre las suyas-. Sabes que me gusta estar contigo. Lo pasamos muy bien -acarició su mejilla-. Debes creerlo.
– ¿Por qué es tan importante el trabajo en Empresas Bingham? -preguntó ella, que ya no estaba segura de nada-. ¿No te basta con ser el director más joven del hospital? ¿Necesitas una promoción tan pronto?
– No lo entiendes -él se levantó y fue hacia la ventana-. Mi carrera es muy importante para mí.
– Sí lo entiendo. Sé que es importante y respeto tus objetivos. Lo que no entiendo es por qué no puedes mantener el equilibrio en tu vida. Sólo buscas el éxito profesional, ¿qué me dices del crecimiento personal, de amigos y amantes?
– Puede que mi ambición se deba a que no tengo otra opción -replicó él, mirándola-. No todos tenemos la suerte de disponer de un fondo de inversiones que nos mantenga mientras decidimos qué hacer con la vida. Quizá si no tuvieras el respaldo de la fortuna Bingham, no serías tan rápida al juzgarme.
– ¿Eso es lo que piensas de mí? -ella dio un respingo, como si la hubiera abofeteado-. ¿Me consideras una mujer rica y superficial, sin ningún objetivo?
– ¿No me estás llamando superficial tú a mí? ¿No dices que sólo me preocupa mi ambición?
– ¿Acaso te importa alguna otra cosa?
– Yo diría que mi presencia aquí durante la última semana debería ser respuesta suficiente -estrechó los ojos.
– Muy bien. Así que tú eres perfecto y eres el único con derecho a juzgar a la gente, ¿no? -aunque Eric tenía razón, Hannah se sentía dolida y airada-. ¿Te interesa mi fondo de inversión? Pues te diré la verdad. He pasado los últimos diez años de mi vida haciendo lo que todos esperaban de mí. Ahora por fin tengo la posibilidad de pensar en qué quiero de verdad. Y no pienso pedir disculpas por eso.
– Nadie espera que lo hagas -dijo él-. ¿Pero qué ocurrirá cuando nazca el bebé? ¿Qué vas a hacer con tu vida? Eres inteligente, Hannah. Tienes talento y puedes conseguir cosas en la vida. ¿Es verdad que tienes un plan o simplemente estás huyendo porque te resulta más fácil que enfrentarte a la verdad?
– ¡Ah, muy bien! Hablemos de lo que va mal conmigo e ignoremos los problemas de tu vida -se puso en pie-. Creí que eras distinto. Que podías preocuparte de alguien que no fueras tú mismo, pero me equivocaba.
– Siento decepcionarte -dijo él con expresión tensa-. Ésta es la persona que soy. Si no puedes aceptarlo…
Hannah apretó las manos. ¿Acaso había acabado todo? Una parte de ella deseaba gritarle que se fuera. Quería chillar y dar rienda suelta a su ira. Pero otra parte se preguntaba si era la actitud correcta. Si quería a Eric tenía que hacer concesiones. Abrió la boca para decirle que ambos debían calmarse, pero él fue hacia la puerta.
– Olvídalo -dijo Eric-. Esto fue mala idea desde el principio -señaló la maleta con la cabeza-. Vendré en un par de días a recoger mis cosas.
Salió por la puerta y se marchó.
Eric llegó a casa en veinte minutos; tenía toda la tarde para trabajar en su presentación. Pero en vez de sentarse ante el ordenador, se encontró paseando de arriba abajo por el salón.
Nada le parecía bien. Odiaba las paredes blancas y la alfombra clara de su piso. Se paró ante el ventanal para admirar la vista de la ciudad y se descubrió pensando en la casa de Hannah. Ella había añadido toques de color en todos sitios, mediante tejidos, texturas y cuadros.
– Idiota -masculló, consciente de que era más seguro pensar en la casa de Hannah que en su persona. Porque pensar en ella le dolía.
Fue hacia el bar y se sirvió una copa. Intentó recordar a qué se había debido la pelea. No estaba seguro. Había sido muy rápido…
Se habían dicho barbaridades. Él no había pretendido insinuar que era superficial, no lo pensaba en absoluto. Pero tenía tanto talento… debía hacer algo con su vida, no quedarse en casa con un bebé.
Recordó las palabras de ella, acusándolo de no preocuparse más que de su carrera. No era verdad, también le importaban otras cosas. Pero últimamente… Últimamente no había tenido razones para concentrarse en nada que no fuera su trabajo. Se preguntó si Hannah tenía razón, su hermana se quejaba de lo mismo.
Él no quería renunciar a sus objetivos, a sus sueños, pero tampoco quería perder a Hannah. La verdad lo golpeó como un mazazo.
Ésa era la razón por la que había seguido con ella, incluso después de darse cuenta de que no era una mujer que fuera a conformarse con una relación sin compromisos. Aún sabiendo que ella creía en los finales felices, había seguido involucrándose. ¿Por qué?
Porque había visto en ella algo que nunca había visto en nadie. Había percibido que era la única persona que podía convencerle de que el amor duraba y el matrimonio tenía sentido.
La quería.
Era un mal momento para darse cuenta. Justo después de gritarle y salir de su vida. No sabía qué iba a hacer para arreglarlo.
Capítulo 15
HANNAH pasó la noche desvelada. Intentó dormir por el bien del bebé pero se pasó la mayor parte del tiempo mirando al techo. Reconstruyó su conversación con Eric una y otra vez, preguntándose qué podrían haber hecho de otra manera. Intentó asignar culpas, pero se rindió al decidir que era un juego sin sentido.
Finalmente, a las seis se levantó y se duchó. Se sentó en la cocina a tomar una taza de infusión e intentó planificar su día, su semana e incluso su vida. Tenía la horrible sensación de que todo ello estaría dolorosamente libre de Eric. Que no era lo que deseaba.
Hannah se recostó en la silla y cerró los ojos. Cuando imaginó su futuro vio a un niño riendo y corriendo por la hierba; se vio embarazada de nuevo, pero esa vez de Eric. Se los imaginó juntos, sonrientes, felices y enamorados. Se preguntó si sus sueños eran posibles.
Eric tenía programado su propio futuro y dudaba que en él hubiera sitio para un niño y un segundo hijo. Quería ser vicepresidente de una empresa antes de los treinta y presidente poco después. Quería trabajar muchas horas. Frunció el ceño al comprender que no sabía qué deseaba él de una relación; posiblemente que no interfiriera con sus sueños profesionales.
Ella se había prometido que no se conformaría con menos que un hombre que la amara con todo su corazón y la convirtiera en lo primero de su vida. Igual que haría ella por él. No sabía si ese hombre podía ser Eric.
Si no podía serlo tenía problemas graves, porque se había enamorado de él. Iba a costarle tiempo superarlo. Siguió pensativa hasta las siete y media, cuando oyó el motor de un coche muy familiar.
– ¿Qué diablos? -murmuró Hannah yendo hacia la puerta delantera y abriéndola. Eric ya salía del coche, con una bolsa en cada mano.
– Bien -dijo al verla-. Estás levantada. No quería despertarte, pero no sabía cuánto tiempo aguantaría la leche fría.
Automáticamente, ella dio un paso atrás para dejarlo entrar. Sus emociones vapuleadas le dificultaban el pensamiento. Deseó tirarse sobre él, o gritarle. No entendía por qué estaba allí.