Logan no se lo había mencionado, pero quizá se debiera a que lo habían educado como un caballero. Y mientras él no considerara necesario tocar el tema, ella no pensaba hablar de esa humillación familiar.
– No lo entiendo -manifestó en voz alta.
– ¿No entiendes por qué le gustas? Ni siquiera deseaba mantener esa conversación.
– Soy una persona agradable -afirmó con tono ligero-. No se me ocurre otra mujer más apropiada con la que pudiera unirte. De hecho, no podría mencionar a ninguna… ya que no me muevo en esos círculos. Pero no tiene sentido que realice tantos esfuerzos para emparejarnos.
– A mí me parece lógico. Para mí somos perfectos.
Logan apoyó la mejilla en la de Catherine. Un gesto sencillo, pero sentirlo tan cerca le provocó un escalofrío. Y el oírle hablar de ellos sin barreras, sin limitaciones… hizo que deseara tanto poder ceder a las palabras seductoras y a las promesas no pronunciadas.
– Es tu turno, Cat -ordenó con voz ronca. Ella lo sintió duro contra su cuerpo.
Ambos se deseaban. ¿Qué los frenaba?
– Es tu turno -repitió-. Dime qué te está molestando.
Catherine sonrió. Si la miraba con esa preocupación en los ojos, ¿cómo no iba a enamorarse de él?
– No me molesta nada salvo que me muero de hambre.
– No te creo -le susurró al oído-. Pero yo también tengo hambre.
– Estupendo. Entonces échate y relájate; deja que yo me ocupe de todo. Lo prometí, ¿recuerdas?
– Sólo si luego prometes dar un paseo conmigo. Quiero caminar por la playa contigo. Y quiero que me hables.
– Eres un negociador duro, señor Montgomery.
– Es parte de mi encanto -sonrió.
Era encantador, desde luego. Pero eso no significaba que tuviera que contarle qué anidaba en su corazón.
Capítulo 10
Logan la tomó de la mano y la condujo a la playa. La arena aún estaba húmeda y fría bajo los pies, a diferencia de su cuerpo, encendido. Catherine había satisfecho su apetito de comida, pero no el que sentía por ella.
– Háblame de tus planes para presentarte a alcalde -pidió ella.
– ¿Qué te hace pensar que lo haré?
– Te oí mencionar algo al respecto cuando tu padre se puso al teléfono la semana pasada, y lo leí en el periódico -reconoció.
Él se detuvo. Ella continuó hasta que Logan la detuvo. Se volvió para mirarlo.
– ¿Qué sientes al respecto? -no pretendía presionarla, pero necesitaba saber qué pensaba. Le costó leer su expresión neutral. Dejó que el silencio se prolongara.
El rugido de las olas rompía como telón de fondo. La ligera brisa revolvía el pelo de Catherine. Logan respiró hondo. En ese sitio había encontrado la sensación de paz que lo había eludido toda la vida, de modo que comprar la casa había sido lo más lógico.
Ella se encogió de hombros.
– Lo que hagas, te presentes o no a alcalde, no es asunto mío -sin embargo, la expresión intensa de sus ojos contradecía sus palabras.
– Aclaremos una cosa. A partir de este momento, si me involucra a mí, te involucra a ti. Eso es lo que significa «nosotros» -tiró de su mano y la pegó a él.
Al sentir la plenitud de sus pechos contra su torso soltó un gemido. Gracias a la amplia intimidad que proporcionaba la casa de la playa, ninguno de los dos estaba totalmente vestido. Logan llevaba unos vaqueros cortos como única concesión a la ropa, mientras ella lucía una de sus camisas y la ropa interior de la noche anterior. Se aprovechó de ello e introdujo la mano debajo de la camisa para apoyar la palma sobre la suave piel de su espalda.
– Nosotros -murmuró Cat-. Me gusta como suena. Haces que la vida parezca tan sencilla…
– Se debe a que lo es. Pero, para que lo sepas, no pienso presentar mi candidatura. No es para mí.
– Da la casualidad de que creo que harías un trabajo estupendo -sonrió y alzó la mano para apartarle el pelo de la frente. La sencillez del gesto hizo que fuera muy sensual. El cuerpo de Logan, receptivo ya, despertó a la vida-. Lo que no es para ti es la encorsetada imagen pública de un político.
– Me alegra que me conozcas tan bien. Si también me conociera mi padre, no mantendríamos ahora esta conversación -musitó. Pero el juez Montgomery jamás había conocido a su propio hijo, salvo para considerarlo una extensión de sí mismo. Ni siquiera se había molestado en intentarlo.
Eso dolía. La misma parte de Logan que se rebelaba contra los dictados de su familia añoraba una relación normal de padre e hijo. Una que jamás había tenido.
– ¿Se lo has dicho ya? -inquirió Catherine.
– Una y otra vez. No lo acepta, lo que significa que continúa con su propio calendario. Al menos hasta que encuentre un modo de detenerlo.
– Quieres que acepte algo más que la decisión de no presentarte a alcalde, ¿verdad?
– Sabes que sí. Supongo que es humano buscar la aprobación paterna.
– No es sólo eso. Has logrado tanto en tu vida que te has ganado esa aprobación. Por desgracia, él no te la da porque tus necesidades no coinciden con las suyas. En realidad, es triste.
– Eres perceptiva. ¿Te lo habían dicho alguna vez?
– No -se encogió de hombros-. Creo que se debe a que he llegado a conocerte muy bien, tanto como para leer tus sentimientos.
– De modo que he logrado mucho en poco tiempo -sonrió.
– Ya me extrañaba que no lo llevaras al terreno personal -puso los ojos en blanco-. ¿Y qué me dices de tu madre? ¿Se puede contar con ella para que intente unir la distancia que os separa? ¿Se lo has contado alguna vez?
Logan sacudió la cabeza, asombrado de que nunca se le hubiera ocurrido.
– Durante demasiado tiempo la he visto como una extensión del juez, aquélla que ejecuta sus deseos en público. Pero en realidad sé poco sobre ellos o su matrimonio en estos últimos años.
– Quizá ya es hora de que lo averigües.
– Eres una mujer sabia, Catherine Luck.
– Una mujer aún más sabia en una ocasión me dijo que las mujeres son más inteligentes que los hombres y que jamás debería olvidarlo. Quizá acabo de demostrar que tenía razón -sonrió.
– Si hablas de Emma, por favor, jamás le brindes la satisfacción de que sepa que tiene la razón en todo. Sería imposible de soportar.
– Ya lo es -rió-. Y quizá si consigues que las cosas se solucionen a través de tu madre, logres que Grace regrese a casa -le tocó la mejilla-. Porque sé que eso te gustaría, ¿no?
– Sí -le aferró la muñeca y contempló su rostro solemne-. Y me gustaría saber qué más pasa por esa cabeza tuya.
– Nada que valga la pena tratar, lo juro -le pasó la mano libre por la cintura.
– Confía en mí, cariño.
– Esto no tiene nada que ver con la confianza. Y para que lo sepas, no es que no confíe en ti.
– Lo sé. Lo que pasa es que no confías en que la vida te envíe algo bueno.
– Tú también empiezas a conocerme bien -sonrió.
– Me alegro -ya se habían alejado bastante. Desvió la vista al océano-. ¿Has visto alguna vez un sitio que ofreciera tanta paz? -preguntó con la esperanza de que viera ese refugio del mismo modo que él.
– Es hermoso esto -ladeó la cabeza para obtener una vista mejor-. No sólo el agua, sino la cabaña y el silencio. Es una bendición -susurró.
– Igual que tú -le acarició el cuello, deseando disfrutar de todo el tiempo que pudiera con ella antes de que su trabajo se interpusiera entre los dos. Miró el reloj-. Son casi las diez. Disponemos de una hora antes de que tenga que llevarte de vuelta.
Deslizó las manos por su espalda y coronó los pechos sueltos. Sintió su plenitud y peso contra las palmas. Catherine contuvo un gemido.