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El cuerpo aún le hormigueaba en aquellos sitios que Logan había tocado. Tembló al recordarlo, luego decidió que no se hallaba lo bastante cansada si aún era capaz de pensar, y reaccionar, al pensamiento de hacer el amor con él.

Convencida de olvidar, sacó la harina del armario y luego la leche y los huevos del frigorífico. A continuación el azúcar y el agua. Después de la pesadilla de aquella mañana con la prensa, se encontraba tan tensa que probablemente terminaría con suficiente comida para alimentar a todo el edificio. Se conformaría con Nick y su novia, que vivían del otro lado del pasillo.

Comenzó a batir los ingredientes con más fuerza de la necesaria. No importaba que las tortitas de Nick fueran muy superiores a las suyas, en entusiasmo y energía no la superaba.

El sonido del teléfono no la sobresaltó. Hasta el momento Logan había llamado cinco veces, según el contestador. Sólo una vez escuchó su mensaje. Después había quitado el sonido. No quería hablar con él y no estaba lista para oír su voz.

No hasta que no se desvaneciera la preocupación. No hasta poder comprender cómo una familia podía tenderse trampas y despreocuparse del resultado. Logan y ella en ningún momento habían hablado en serio sobre el futuro, pero aunque lo hubieran hecho, Catherine desconocía si era capaz de vivir en una pecera, sin saber jamás cuándo iba a surgir el siguiente incidente que la humillaría. Lo único positivo de aquel día era su enfrentamiento con el juez Montgomery.

Siguió mezclando la masa y despacio añadió más leche. Ya tenía lista la salsa de arándanos en un cuenco en el mostrador. Se limpió la nariz con el dorso de la mano y se preguntó qué diría su madre si supiera que se había alejado por propia voluntad del hombre al que amaba. «Serías una tonta en perder a ese hombre, Catherine».

El sonido del timbre surgió como un alivio para sus pensamientos. Abrió la puerta.

– Estás muerto de hambre, Nick. Dije que llamaría cuando las tortitas… -calló al ver a su visitante-. Logan.

– Es evidente que esperabas a otra persona. Lamento decepcionarte.

Jamás podría decepcionarla. Incluso con barba de dos días y los ojos cansados como nunca antes le había visto, todavía era la respuesta a todos sus sueños. Era una pena que la realidad hubiera chocado con ella, de lo contrario sería más receptiva a la fantasía.

– ¿Qué puedo hacer por ti? -preguntó.

– Para empezar, invítame a pasar -apoyó el codo en el marco. Ella respiró hondo, sin saber si lo deseaba en su casa-. Tienes mi coche, por lo que me vi obligado a venir en taxi. No echarías a un pobre trabajador, ¿verdad? -exhibió una sonrisa encantadora pero cauta.

Nick se lo iba a llevar al día siguiente, pero dudó que en ese momento Logan quisiera oír el nombre de su amigo. También que aceptara las llaves y se marchara. Lo mejor que podía hacer era mantener la serenidad y la distancia. Que entrara y saliera, tanto de su apartamento como de su vida, sin importar lo mucho que eso doliera.

– Pasa.

Él se dirigió al pequeño salón y observó los muebles. Vestido con un polo negro y vaqueros, parecía como en casa en su acogedor apartamento. Y eso era lo último que pretendía Catherine.

Logan se concentró en la alfombra, una de las piezas preferidas de ella. Enarcó una ceja ante el dibujo de leopardo. Era imposible que comprendiera cuánto le gustaban los accesorios con motivos animales.

– Iría bien en la cabaña.

El corazón de Cat estuvo a punto de pararse.

– ¿Qué quieres de mí? ¿No crees que el día de hoy demostró lo imposible que es? -señaló a ambos, manteniendo la distancia física.

Él la redujo y la envolvió con su presencia. Alargó la mano y le tocó la nariz.

– ¿Harina? -quiso saber.

Ella asintió, sin desear revelarle lo mucho que la afectaba ese gesto sencillo. Con timidez, se frotó la nariz con el dorso de la mano.

– Estoy preparando tortitas.

– Suena delicioso -le crujió el estómago y ella rió.

– Suena que tienes hambre.

– Entonces, dame de comer -sonrió.

– Espero que no tengas un apetito voraz porque hay poco -advirtió, dirigiéndose hacia la cocina.

– Lo que haya me bastará -se sentó en uno de los taburetes.

Catherine suspiró, abrió el armario, sacó una caja de galletas y se la tiró.

– Toma.

– Me encantan -se encogió de hombros-. ¿Quieres una?

– No, gracias.

– Entonces no permitas que te distraiga -señaló los ingredientes que había estado preparando-. Me encanta mirar -ella suspiró y contempló la masa, que aún había que batir un poco más-. No tendrías que haber pasado por lo que sucedió esta mañana -indicó él. El súbito cambio de tema la pilló desprevenida. Observó su expresión seria, sin saber qué responder-. No sé si la foto se publicará -añadió ante el silencio de Catherine.

– Lo que no se puede controlar, hay que soslayarlo. ¿Alguna posibilidad de que la pongan en alguna sección secundaria?

– Lo dudo Y me gustaría que jamás hubiera pasado.

– Es posible -lo miró-, pero, ¿te ayudó a conseguir tu objetivo?

– ¿Es que crees que tuve algo que ver con la conferencia de prensa? -enarcó una ceja.

– Claro que no -negó con la cabeza. Si de algo estaba segura en la vida, era de la integridad de Logan-. Pero no podrás negar que el que te descubrieran medio desnudo con la mujer del momento ayudará a frenar la campaña de tu padre -contuvo el aliento a la espera de su respuesta.

– Ojalá pudiera.

Y ella deseó que hubiera negado que era su mujer del momento, y se sintió desilusionada. Se había convertido en un manojo de contradicciones. Por un lado anhelaba apartarlo, y por el otro que regresara. Nunca en su vida había tenido unos sentimientos tan confusos.

«No, eso no es verdad», se corrigió. Estaba muy segura de sus sentimientos. Amaba a un hombre al que no podía tener.

– ¿Y cómo se tomó tu padre la noticia de que no habría ninguna candidatura para alcalde?

– No muy bien -repuso, sin ganas de repetir las palabras de su padre. Tomó otra galletita-. Como de costumbre, lo decepcioné -y como de costumbre, él se sintió decepcionado al no poder encontrar algo en común con el juez.

– Lo siento -apoyó las manos en el mostrador y lo estudió-. ¿Lo superará?

– No podría decírtelo -se encogió de hombros.

– Pero tú deseas que lo supere, ¿verdad? Te gustaría tener una especie de familia, ¿no?

– No si el juez va a comportarse como un pomposo y arrogante…

– Nada de palabras altisonantes en mi cocina -cortó antes de que pudiera continuar.

– Me conoces demasiado bien -rió-. Pero, sí, si hubiera algún modo de alcanzar un entendimiento sin tener que alterar mi vida, lo aceptaría.

– Entonces prueba con tu madre. Nunca se sabe.

Logan asintió despacio. Mientras Catherine se ocupaba con la masa y no le prestaba atención, hurgó en busca de otra galletita, pero lo que encontró fue el premio que venía en la caja, un anillo verde de plástico. Conociendo lo que podía simbolizar, se mostró sorprendido. A veces el destino les sonreía.

Hasta que le dijo a su padre que pensaba casarse con Catherine, no se había dado cuenta de que eso era exactamente lo que planeaba. En sus entrañas lo había sabido en todo momento. No era que ella pensara aceptar la idea. Todavía no. Necesitaba tiempo, lo cual era perfecto si eso le brindaba tiempo a él para llegar a conocerla mejor.

Sin advertencia previa, Catherine alargó la mano y le tocó el brazo. Su mirada suave se posó en él.

– La familia es la familia. ¿No crees que tu madre querrá ayudar a que tu padre y tú alcancéis un compromiso?

Después del modo en que la había tratado el juez, le sorprendía que aún rompiera una lanza a su favor. Con discreción se guardó el anillo en el bolsillo del pantalón.