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Ella no creyó que estuviera siendo gracioso.

– ¿Quieres saber de verdad por qué estoy aquí?

– Por eso pregunté.

Podía mentir o inventarse algo. Pero al final decidió impresionarlo con la verdad. Se remangó los puños de la chaqueta y se apoyó en la mesa.

– Espero a mi amante casado, vamos a tener sexo duro toda la noche en el Marriott.

– ¡Joder!

Lo había dejado anonadado, bien. Ahora sería de esperar que le largara un rollo sobre la integridad, un hombre que sospechaba que llevaría a la quiebra al Departamento de Moralidad.

– ¿Toda la noche?

Decepcionada por esa reacción, ella se reclinó.

– Bueno, íbamos a tener sexo duro, pero no ha aparecido. Supongo que no pudo escaparse.

La camarera se acercó para dejar las bebidas en la mesa. Cuando colocó la cerveza de Hugh delante de él, le susurró algo al oído. Él negó con la cabeza y buscó la cartera en el bolsillo trasero de los pantalones, luego le dio dos billetes de cinco.

La camarera apenas se había alejado cuando Mae preguntó:

– ¿Qué quería esta vez?

Hugh se llevó la cerveza a los labios y tomó un largo trago antes de posarla con suavidad sobre la mesa.

– Saber si John iba a aparecer esta noche.

– ¿Y vendrá?

– No, pero aunque estuviera aquí, ella no es su tipo.

Mae tomó un sorbo de su bebida.

– ¿Y cuál es su tipo?

Hugh sonrió.

– Tu amiga.

Cuando él sonreía y se le iluminaban los ojos de esa manera, Mae podía entender por qué algunas mujeres lo encontraban tan atractivo.

– ¿Georgeanne?

– Sí. -Rodeó el cuello de la botella con los dedos-. A él le gustan las mujeres como ella. Siempre ha sido así. Si no fuera así, no lo estaría pasando tan mal. Lo ha dejado destrozado.

Mae casi se atragantó con la bebida. Se lamió el licor de café del labio y murmuró:

– ¿Que lo ha dejado destrozado? Georgeanne es una persona estupenda y él ha convertido su vida en un infierno.

– Yo de eso no sé nada. Sólo conozco la versión de John, bueno, la verdad es que él no habla de su vida con nadie, pero sé que cuando se enteró de la existencia de Lexie se quedó helado. Estuvo unos días tenso y con los nervios de punta. Sólo hablaba de ella. Canceló un viaje a Cancún que llevaba meses preparando y pasó también de la Copa Mundial. En vez de eso invitó a Lexie y a Georgeanne a su casa de Oregón.

– Sólo porque quería conseguir con mentiras que Georgeanne confiara en él para joderla bien jodida, en los dos sentidos.

Él se encogió de hombros.

– No sé lo que sucedió en Oregón, pero tiene sentido lo que tú estás insinuando.

– Y sobre eso de que él está herid…

– ¿Mae? -Les interrumpió una voz masculina. Ella se giró a la izquierda y alzó la mirada para encontrarse a Ted que estaba de pie al lado de la mesa-. Siento el retraso, pero he tenido problemas para llegar a tiempo.

Ted era bajo y delgado y Mae se fijó por primera vez que llevaba los pantalones muy subidos. Parecía muy enclenque al lado del pedazo de hombre sentado al otro lado de la mesa.

– Hola, Ted -lo saludó Mae y luego le presentó a Hugh-. Éste es Hugh Miner.

Ted sonrió y le tendió la mano al conocido portero.

Hugh ni sonrió ni le dio la mano a Ted. Se levantó y miró fijamente al hombre de menor tamaño.

– Sólo voy a decírtelo una vez -dijo con voz calmada-. Vete al infierno o te daré una paliza.

La sonrisa de Ted y su mano cayeron al mismo tiempo.

– ¿Qué?

– Si te acercas a Mae otra vez, te golpearé hasta que no seas más que un muñón ensangrentado.

– ¡Hugh! -jadeó Mae.

– Luego cuando tu esposa vaya al hospital para identificar tu cuerpo -continuó-, le contaré por qué tuve que patearte el culo.

– ¡Ted! -Mae se puso de pie colocándose entre los dos hombres-. Está mintiendo. No te va a hacer daño.

Ted pasó la mirada de Hugh a Mae, luego sin decir ni una palabra se giró sobre los talones y prácticamente corrió calle abajo. Mae soltó la chaqueta de Hugh en la mesa y se acercó a él. Cerrando el puño comenzó a darle puñetazos en el pecho.

– ¡Eres un matón! -Las personas que estaban sentadas cerca comenzaron a mirarla, pero no le importó.

– Ay. -Él levantó la mano y se frotó el pecho-. Para ser tan poca cosa, pegas bastante fuerte.

– ¿Qué te pasa? Era mi cita -se enfureció Mae.

– Sí, y deberías estarme agradecida. Qué gusano.

Ella sabía que Ted era un poco gusano, pero era un gusano atractivo. Además había tardado tres meses en encontrarlo y ni siquiera lo había catado. Cogió el bolso de la mesa y miró al final de la calle. Si se apuraba, aún podría alcanzarlo. Cuando se estaba marchando, sintió que unos dedos le apretaban el brazo con fuerza.

– Deja que se vaya.

– No. -Mae trató de liberar el brazo, pero no pudo-. Maldito seas -juró mientras veía desvanecerse la última posibilidad de alcanzar a Ted-. Seguro que ya no me llamará más.

– Seguro que no.

Ella frunció el ceño ante la cara de risa de Hugh.

– ¿Por qué lo has hecho?

Él se encogió de hombros.

– No me gustó.

– ¿Qué? -Mae se rió sin humor-. ¿Y a quién le importa si te gusta a ti o no? No necesito tu aprobación.

– No es el hombre que necesitas.

– ¿Cómo lo sabes?

Él le sonrió.

– Porque te aseguro que ese hombre soy yo.

Esta vez la risa de Mae sonó divertida.

– Debes de estar bromeando.

– Estoy hablando en serio.

No lo creyó.

– Eres exactamente el tipo de tío con el que no salgo nunca.

– ¿Qué tipo?

Ella se miró el brazo que él sujetaba con fuerza.

– El de los machotes musculosos y egocéntricos. Hombres que creen que pueden mangonear a los que son más pequeños y débiles que ellos.

Hugh le soltó el brazo y cogió la chaqueta de la mesa.

– No soy un egocéntrico y no trato mal a la gente.

– ¿En serio? ¿Y que es lo que acaba de pasar con Ted?

– Ted no cuenta -puso la chaqueta sobre los hombros de Mae otra vez-, pero seguro que él sí tiene el síndrome ese de los que mangonean a los débiles y pequeños. Seguro que golpea a su mujer.

Mae lo miró ceñudamente ante tan escandalosa suposición.

– ¿Y qué pasa conmigo?

– ¿Contigo?

– A mí me tratas mal.

– Cariño, tú sí que me tratas como si fueras un martillo de demolición.

Le subió el cuello de su cazadora hasta la barbilla y le puso las manos sobre los hombros.

– Y creo que te gusto más de lo que quieres admitir.

Mae le recorrió con la mirada y cerró los ojos. Esto no podía estar pasando.

– Ni siquiera me conoces.

– Sé que eres hermosa y que pienso todo el tiempo en ti. Me siento muy atraído por ti, Mae.

Sus ojos se abrieron de par en par.

– ¿Por mí? -Los hombres como Hugh no se sentían atraídos por mujeres como ella. Era un as del deporte. Y ella era una chica de pecho plano demasiado flaca que no había tenido ni una cita hasta después del bachillerato-. No tiene gracia.

– No creo que la tenga. Me gustaste desde la primera vez que te vi en el parque. ¿Por qué crees que te he estado llamando?

– Pensé que te iba eso de acosar a las mujeres.

Él se rió.

– No. Sólo a ti. Tú eres especial.

Por un momento Mae se permitió creerlo. Por un momento se sintió halagada por las atenciones de ese gran deportista, pero no tenía intención de salir con él. El momento duró hasta que recordó cómo se había metido con ella la primera vez que se habían visto.

– Eres realmente imbécil -dijo ella.

– Espero que me des la oportunidad de hacerte cambiar de idea.

Ella le agarró la muñeca.

– Te aseguro que no tiene gracia.