– Por supuesto que no te puedes casar con él ahora. -Georgeanne se agarró a la mesa para ponerse de pie-. La semana pasada ni siquiera te caía bien. ¿Cómo espera que tomes una decisión tan importante en tan poco tiempo? Seis días no son suficientes para saber si quieres pasar el resto de tu vida con él.
– Lo supe después del tercer día.
Georgeanne buscó otra vez la silla. Se sentía mareada y tuvo que volver a sentarse.
– ¿Estás jugando conmigo? ¿Quieres casarte con él o no?
– Oh, sí.
– Pero, ¿le has dicho que no?
– ¡Le dije que sí! Intenté decirle que no, pero no me dejó -dijo, y estalló de nuevo en sollozos-. Debe sonar estúpido e impulsivo, mi única disculpa es que lo amo de verdad y no quiero perder la oportunidad de ser feliz.
– No pareces feliz.
– ¡Lo soy! Nunca me he sentido así. Hugh hace que me sienta bien incluso cuando pensaba que era imposible que me sintiera mejor. Me hace reír y piensa que soy divertida. Me hace feliz, pero… -Se interrumpió para secarse de nuevo los ojos-. Quiero que tú también seas feliz.
– ¿Yo?
– Los últimos meses has sido muy desgraciada, en especial desde lo que pasó en Oregón. Me siento fatal porque tú lo estás pasando tan mal y yo nunca he sido más feliz.
– Soy feliz -le aseguró a Mae, y se preguntó si sería verdad. Nunca se había parado a pensar cómo se sentía ante las cosas que le pasaban. Si lo pensaba fríamente, en esos momentos la única palabra que acudía a su mente era conmoción. Pero ése no era el momento de examinar sus sentimientos y analizarlos-. Oye -le dijo esbozando una sonrisa, alargando los brazos hacia Mae y dando una palmadita en la mesa-. Por ahora nos vamos en concentrar en tu felicidad. Al parecer tenemos que organizar una boda.
Mae colocó las manos sobre las de Georgeanne.
– Sé que todo esto parece demasiado impulsivo, pero amo a Hugh de verdad -dijo, su cara se iluminaba cuando pronunciaba el nombre de él.
Georgeanne observó los ojos de su amiga y dejó que el amor y la excitación que vio en ellos despejaran todas sus dudas por el momento.
– ¿Ya habéis elegido un día?
– El diez de octubre.
– ¡Pero si sólo faltan tres semanas!
– Lo sé, pero la temporada de hockey comienza el día cinco en Detroit, y Hugh no puede perderse el primer partido de la temporada. Después le toca ir a Nueva York y a San Luis antes de regresar aquí para jugar el día nueve contra Colorado, ya que jamás se pierde un partido contra Patrick Roy. Hemos estado mirando todas las fechas y al parecer las tres semanas siguientes serán bastante tranquilas. Así que Hugh y yo nos casaremos el diez, nos iremos una semana a Maui de luna de miel, yo regresaré a tiempo para el catering de la fiesta de los Bennet, y Hugh se irá a Toronto para jugar contra los Maple Leafs.
– Tres semanas -protestó Georgeanne-. ¿Cómo voy a poder organizar una buena boda en tan sólo tres semanas?
– No vas a hacerlo. Quiero que estés en la boda, no en la cocina. He decidido contratar a Anne Maclear para que se encargue de todo. Fue la que organizó el catering del banquete del Redmond y estará encantada de aceptar el trabajo en cuanto se entere. Sólo quiero dos cosas de ti. Que me ayudes a escoger un vestido de novia, sabes que soy un desastre con ese tipo de cosas. Es probable que elija algo horroroso y ni siquiera me entere.
Georgeanne sonrió.
– Me encantará ayudarte.
– Tengo que pedirte otra cosa más. -Georgeanne le apretó las manos con más fuerza-. Quiero que seas mi dama de honor. Pero Hugh le va a pedir a John que sea su padrino por lo que tendrás que estar con él.
Las lágrimas le pusieron a Georgeanne un nudo en la garganta.
– No te preocupes por nosotros. Me encantará ser tu dama de honor.
– Hay un problema más y es el peor de todos.
– ¿Qué puede haber peor que planear una boda en tres semanas y tener que estar con John?
– Virgil Duffy.
Georgeanne se quedó paralizada.
– Le dije a Hugh que no podíamos invitarlo, pero Hugh no sabe cómo evitarlo. Piensa que si invitamos a sus compañeros del equipo y a los entrenadores e instructores, no podremos ignorar al dueño del equipo. Le sugerí que invitáramos sólo a los amigos íntimos, pero sus compañeros de equipo son sus mejores amigos. Así que no sabemos cómo hacer para invitar a unos sí y a otros no. -Mae se cubrió la cara con las manos-. No sabemos qué hacer.
– Por supuesto que invitareis a Virgil. -Georgeanne tomó el control, mientras tenía la sensación de que su pasado regresaba para acosarla. Primero John y ahora Virgil.
Mae meneó la cabeza y dejó caer las manos.
– No puedo hacerte eso.
– Soy adulta. Y Virgil Duffy no me asusta -le dijo al tiempo que se preguntaba si realmente era cierto. Allí sentada en la cocina, no estaba asustada, pero no sabía cómo se sentiría cuando lo viera en la boda-. Invítale a él y a cualquier persona que desees. No te preocupes por mí.
– Le dije a Hugh que lo mejor sería irnos a Las Vegas y que nos casara uno de esos imitadores de Elvis. Eso solucionaría todos los problemas.
De ninguna manera, Georgeanne no podía permitir que su mejor amiga acabara casándose en Las Vegas por culpa de los errores de su pasado.
– Ni se te ocurra pensarlo -le advirtió, alzando la nariz-. Ya sabes lo que opino acerca de la gente de mal gusto y que te case Elvis es de lo más vulgar. Y yo tendría que regalarte algo igual de mediocre. Algo que comprara por televenta, como el cortador de cristal con el que puedes hacer tus propios jarrones con botellas de Pepsi. Y lo siento, pero creo que si hago eso, después no me mirarás igual.
Mae se rió.
– Vale, nada de Elvis.
– Bien. Será una boda preciosa -predijo, y se levantó para ir a buscar su agenda.
Juntas se pusieron manos a la obra. Llamaron a los proveedores que Mae quería contratar, luego subieron al coche de Georgeanne y condujeron hasta Redmond.
A la semana siguiente, llamaron a la floristería y buscaron el vestido de novia. Entre Heron's, el programa de televisión, Lexie y la rapidez con la que se aproximaba la boda, Georgeanne no tuvo tiempo para sí misma. El único momento del día en que podía sentarse y relajarse un poco eran las noches del lunes y del miércoles, cuando John se llevaba a Lexie y a Pongo a las clases de entrenamiento de mascotas. Pero, incluso entonces, no se podía relajar. No cuando John aparecía por su casa, alto, atractivo y oliendo como una tardía brisa de verano. Lo veía y ese estúpido corazón suyo comenzaba a palpitar y, cuando él se marchaba, le dolía el pecho. Se había vuelto a enamorar de él. Sólo que esta vez se sentía más infeliz que la anterior. Había estado firmemente convencida de que ya no se dedicaba a querer a los que no podían corresponder a su amor, pero al parecer no era así. Sin embargo, pese a que le había roto el corazón, lo más probable era que siempre amara a John, que se apropiaría de su amor y el de su hija y la dejaría sin nada. Mae se casaría y seguiría con su vida. Georgeanne sintió que la dejaban atrás. Su vida era plena, pero a pesar de eso, los que más amaba tomaban caminos que ella no podía seguir.
En unos días, Lexie pasaría su primer fin de semana con John y conocería a Ernie Maxwell y a la madre de John, Glenda. Su hija tendría la familia que Georgeanne no le podía ofrecer. Una familia de la que ella no formaba parte y a la que nunca pertenecería. John podía ofrecer a Lexie todo lo que deseara o necesitara y Georgeanne se sentía apartada y abandonada.
Diez días antes de la boda, Georgeanne estaba sola, sentada en el despacho de Heron's, pensando en Lexie y John y en Mae y sintiéndose sola. Cuando Charles llamó y le sugirió que comiera con él en McCormick and Schmick's se alegró de poder escapar por unas horas. Era viernes, tenía mucho trabajo esa noche y necesitaba una cara amiga y una conversación agradable.