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– Por ir al concierto de los Whitleaf en lugar de a la fiesta de lady Fleming.

– Usted puede hacer lo que quiera e ir adonde le plazca. Yo no me atrevería a poner en tela de juicio sus decisiones ni aunque tuviera el derecho a hacerlo.

– Eso es muy amable por su parte, pero le aseguro que nunca pediría una compañera tan sumisa. Dos personas, por muy unidas que estén, deberían poder expresarse francamente su disgusto cuando se las provoca.

– Le aseguro, milord, que jamás soñaría con expresar disgusto por algo que un caballero decida hacer, si ese caballero tiene derecho a esperar de mí lealtad y obediencia.

Claro que había más de una manera de expresar disgusto, pensó él. Estaba la palabra franca u otras algo más sutiles, como introducir el tema de las papalinas en la conversación cuando el único hombre presente era aquel a quien debía lealtad y obediencia. Y no es que la señorita Hunt le debiera nada todavía.

– El tiempo es casi perfecto para una fiesta de jardín -dijo ella-, aunque tal vez se inclina por el lado del calor.

– Pero el calor es preferible a la lluvia -dijo él, guiñando los ojos.

– Ah, por supuesto, pero creo que unas nubes y un poco de sol en igual medida hacen el día de verano perfecto.

Entonces entablaron una conversación cómoda en que no hubo ningún momento de silencio aunque no dijeron nada de importancia. Eso último no lo preocupaba particularmente. No era diferente de muchas de las conversaciones que sostenía con diversas personas cada día. Al fin y al cabo, no todas las personas podían ser la señorita Martin.

La señorita Hunt se veía más hermosa aún hay en el río, el blanco de su vestimenta y la delicadeza de su piel en marcado contraste con el intenso verde del agua. Se sorprendió pensando, como pensó respecto a la señorita Martin, si habría pasión bajo esa innata elegancia y refinamiento de sus modales.

Eso esperaba, muy ciertamente.

Claudia subió por el sendero de la pendiente bordeado por césped hasta que tuvo a la vista el jardín de flores y la terraza. Entonces cambió de dirección y se dirigió hacia la orquesta; necesitaba serenarse antes de reunirse con sus amigas. Tenía el cuerpo y la mente agitados por emociones desagradables a las que no estaba acostumbrada. Volvía a sentirse como una jovencita, totalmente descontrolada, fuera de su centro normalmente tranquilo.

No debería haber aceptado el paseo en barca por el río. En realidad disfrutaba conversando con el marqués de Attingsborough. Parecía ser un hombre inteligente, aun cuando llevaba una vida esencialmente ociosa. Pero también daba la casualidad de que era el hombre más atractivo que había conocido, por no decir el más guapo, y desde el principio había tenido conciencia del peligro de su experimentado encanto. Aunque durante el viaje había estado consciente de su atractivo y encanto por Edna y Flora, dando por sentado que ella era inmune.

Ah, pero sí que había disfrutado del paseo en barca, tanto la euforia de ir sobre el agua y deslizar los dedos por ella como del placer de ser llevada por un hombre bien parecido. Dicha fuera la verdad, incluso se había entregado a sueños románticos. Ahí estaba ella navegando por el Támesis con un caballero con el que había compartido risas esa noche y luego esa mañana. Sí, le caía bien, le gustaba, tenía conciencia de eso.

Hasta que él dijo esas palabras: «El romance no tiene por qué ser siempre sensato».

Sabía que él no quiso decir nada con esas palabras. Sabía que no había coqueteado con ella al decirlas. Pero de repente la fantasía había dejado de estar escondida en sus pensamientos y se había reflejado en su cara un instante, un instante lo bastante largo para que él lo notara.

¡Qué horrible y absolutamente humillante!

Miró alrededor buscando un asiento para relajarse mientras escuchaba la música, pero al no ver ninguno se quedó de pie sobre el césped cerca del cenador con rosales.

Y como si no hubiera bastado con esa horrorosa vergüenza, porque el silencio de él durante la vuelta a la orilla indicaba claramente que se había fijado, luego vino lo de la presentación a los condes de Sutton y a la señorita Hunt.

El recuerdo la erizó. Se habían comportado exactamente como ella esperaba que se comportaran los aristócratas. ¡Antipáticos, con ese aire de superioridad! Sin embargo, lo más probable era que los tres sólo tuvieran algodón entre las orejas. Y dinero para derrochar. Se despreció más de lo que los despreciaba a ellos por haberse permitido sentirse ofendida por su actitud.

Aplaudió amablemente con otros pocos invitados cuando la orquesta terminó una pieza y los músicos comenzaron a ordenar las partituras para la siguiente.

Y entonces sonrió, a su pesar. La ferocidad de su indignación la divertía. Esos tres le habían dado la impresión de estar oliscando el aire como si sintieran un mal olor; pero en realidad no le habían hecho ningún daño. En todo caso, le habían hecho un favor; le dieron el pretexto para alejarse del marqués de Attingsborough; y necesitaba alejarse, sin duda. En realidad, de todos modos la haría feliz cavar un hoyo en el césped para esconder la cabeza si alguien le ofreciera una pala.

Echó a caminar hacia el cenador rodeado de rosales.

Deseaba ardientemente no volver a ver nunca más al marqués de Attingsborough.

¡Menudas vacaciones!

CAPÍTULO 07

– ¡Claudia!

Aún no había llegado al cenador cuando oyó su nombre; al girar la cabeza vio a Susanna caminando a toda prisa hacia ella desde la terraza. Peter venía a cierta distancia más atrás con los vizcondes Ravensberg y Charlie.

– ¿Dónde estabas? -Le preguntó Susanna cuando ya estaba cerca-. Te andábamos buscando. Frances se sentía cansada y Lucius la ha llevado a casa.

Ah, siento mucho no haberme despedido de ellos. Estuve abajo, en el río.

– ¿Lo has pasado bien?

– Aquello es maravilloso -contestó Claudia. Titubeó un momento-. En realidad estuve navegando por el río. El marqués de Attingsborough tuvo la amabilidad de darme un paseo en uno de los botes.

– Qué simpático. Es un caballero amable y encantador, ¿verdad? Se merece lo mejor en la vida. No sé si lo obtendrá con la señorita Hunt.

– ¿La señorita Hunt? -preguntó Claudia, recordando a la altiva y bella dama vestida toda de blanco que la trató con esa glacial educación sólo hacía un rato.

Susanna arrugó la nariz.

– Es «la» señorita Hunt -dijo, y al ver en su cara que no entendía, explicó-: La señorita «Portia» Hunt. Aquella con la que Lucius estuvo casi a punto de casarse en lugar de Frances. Y ahora Lauren dice que Joseph se va a casar con ella. Claro que hacen una hermosa pareja.

Sí que formaban una bella pareja, concedió Claudia. Vamos, caramba, pues sí. Se sintió tonta, como si todas las personas que estaban a la vista conocieran los absurdos sueños a los que se había entregado cuando estaban en el río. Normalmente la señorita Claudia Martin no era dada a soñar despierta, y mucho menos a tener sueños absurdos, y menos aún «románticos».

– Pero, Claudia -continuó Susanna, sonriendo cálidamente cuando el resto de su grupo llegó hasta ellas-, hemos tenido una larga conversación con el duque de McLeith, y nos ha contado que os criasteis juntos casi como hermanos.

Todos estaban sonriendo, felices por ella, obviamente.

Charlie sonreía de oreja a oreja.

– Claudia -dijo él-, hemos vuelto a encontrarnos.

– Buenas tardes, Charlie -dijo ella. ¡Como hermanos, desde luego!

– Qué maravilloso que se hayan vuelto a encontrar ahora -dijo lady Ravensberg-, cuando hace años que no ha estado en Inglaterra, excelencia, y la señorita Martin ha venido a la ciudad para estar sólo una o dos semanas.

– No puedo creer en mi buena suerte -dijo Charlie.

– Con Kit estamos organizando un grupo para ir a Vauxhall Gardens pasado mañana por la noche -continuó la vizcondesa-. Nos encantaría que los dos pudieran venir con nosotros. Susanna y Peter ya han dicho que sí. ¿Vendrá usted también, señorita Martin?