– Creo que se ha hecho realidad una parte de su sueño, señora -dijo.
Ella lo miró un momento sin comprender y luego se rió.
– Ahora lo único que necesito es la casita rústica y la malva loca.
A él le encantaba su risa; lo hacía sentirse animado y esperanzado.
– Ese bruto no era un enclenque -dijo ella mientras él se sentaba a su lado y cogía las riendas-. Tal vez lleve el verdugón que me ha dejado con el palo en la palma unos buenos dos días. Habría gritado si hubiera estado dispuesta a darle esa satisfacción.
– ¡Diablos! -exclamó él-. ¿Le ha hecho mucho daño? Debería haberle puesto los dos ojos morados.
– Ah, no, no. La violencia no es respuesta a la violencia, nunca. Sólo engendra más.
Él giró la cabeza para sonreírle otra vez.
– Señorita Martin, es usted extraordinaria.
Y muy bien parecida, pensó, con las mejillas sonrosadas, la papalina ladeada y los ojos brillantes.
Ella se volvió a reír.
– Y a veces una tonta impulsiva. Aunque, menos mal, no he sido así desde hace años. Perrito, ¿cómo te llamas? Supongo que tendré que ponerte un nombre nuevo.
Joseph continuaba sonriendo de oreja a oreja a las cabezas de sus caballos.
La verdad, se sentía bastante hechizado por ella. Estaba claro que en ella había muchísimo más que sólo esa maestra de escuela gazmoña y severa.
CAPÍTULO 09
Desde el momento en que llegó de haber visitado a Lizzie hasta la tarde siguiente en que llegó la hora de ir a la merienda en el campo, Claudia no había tenido ni un solo ratito para reflexionar.
Estuvo ocupada unas dos horas bañando, secando, cepillando y dándole de comer al collie, que era poco más que un cachorro, tranquilizándolo cuando parecía asustado y sacándolo al jardín unas cuantas veces para que hiciera sus necesidades. Esa noche lo dejó con Edna y Flora para ir con Susanna y Peter a cenar y pasar la velada con Frances y Lucius en la casa Marshall. Después el perro durmió en su habitación, en realidad en su cama, la mayor parte del tiempo, y por la mañana la despertó temprano para volver a salir. Había descubierto, con gran alivio, que por lo menos el animal estaba entrenado para vivir en una casa. Susanna y Peter se habían mostrado extraordinariamente tolerantes ante la repentina invasión de su casa por un perro escuálido, pero podrían serlo menos si encontraban charquitos de orina en las alfombras.
Y esa era la mañana en que Edna y Flora se marchaban de la casa de Grosvenor Square para ir a sus respectivos empleos. Despedirse de ellas y luego agitar la mano mientras se alejaban en el coche de Peter, Edna llorosa y Flora insólitamente callada, fue una experiencia dolorosamente emotiva, como suelen serlo las despedidas. Esa era la parte de su trabajo que menos le gustaba.
Entonces, justo cuando ella y Susanna se estaban consolando con una taza de té, llegó Frances a hacer una inesperada visita, para decirles que Lucius y ella habían decidido marcharse a la mañana siguiente a Barclay Court, su casa en Somersetshire, para que ella pudiera tener el descanso que necesitaba y necesitaría durante el resto de su embarazo.
– Pero después tenéis que ir a visitarnos -dijo-. Las dos tenéis que venir para Pascua, y Peter también, por supuesto. Os atenderemos a los tres juntos.
– ¿Por qué sólo tres? -Preguntó Susanna, con los ojos bailando de travesura-. ¿Por qué no cuatro? Esta tarde Claudia va a dar un paseo en coche con Joseph, el marqués de Attingsborough, Frances, el segundo día seguido. Y esta noche estarán los dos en Vauxhall Gardens con el grupo de Lauren y Kit. ¿Y sabías que el motivo de que no la encontráramos en la fiesta de jardín anteayer fue que estaba navegando por el río con él?
– ¡Ah, fabuloso! -Exclamó Frances, dando una palmada-. Siempre he considerado al marqués un caballero apuesto y encantador. He de decir que encuentro difícil comprender su interés en la señorita Hunt, prejuicio personal, creo. Pero, Claudia, simplemente debes suplantarla en sus afectos.
– Pero no puede, Frances -dijo Susanna agrandando los ojos-. Eso está fuera de dudas. Algún día será duque, y sabes lo que siente Claudia por los duques.
Las dos se rieron alegremente mientras Claudia arqueaba las cejas y le acariciaba el lomo al perro, que estaba echado a su lado con la cabeza en su falda.
– Veo que os divertís muchísimo a mi costa -dijo, con la esperanza de lograr impedir que le subiera el rubor a las mejillas-. Detesto poner fin a vuestro placer, pero no hay ningún motivo romántico en que lord Attingsborough me lleve a pasear en su coche o a navegar por el río. Sencillamente está interesado en la escuela y en la educación… de niñas.
Esa explicación era ridículamente mala, pero ¿cómo podría decirles la verdad, aunque fueran sus mejores amigas? Si lo hacía revelaría un secreto que no le correspondía a ella revelar.
Las dos la miraron con idénticas expresiones serias y luego se miraron entre ellas.
– En la escuela, Susanna -dijo Frances.
– En la educación, Frances. -De niñas.
– Ah, pues tiene toda la lógica del mundo. ¿Por qué no se nos ocurrió a nosotras solas?
Y soltaron unas buenas carcajadas.
– Pero no olvidemos al duque de McLeith -dijo Susanna-. «Otro» duque. Insiste en que él y Claudia se criaron como hermanos, pero ahora son adultos. Es muy bien parecido, ¿no te parece, Frances?
– Y es viudo -añadió Frances-. Y estaba muy deseoso de volver a ver a Claudia cuando nosotros aún nos encontrábamos en la fiesta en el jardín.
– Yo en vuestro lugar -dijo Claudia-, no me compraría un vestido nuevo para mi boda todavía.
– Tienes las mejillas ruborizadas -dijo Frances, levantándose-. Te hemos azorado, Claudia. Pero de verdad deseo… Ah, bueno, no, nada. Me parece que por el momento sólo tienes amor para este perrito. -Se inclinó a hacerle cosquillas bajo la barbilla-. Está horrorosamente flaco, ¿verdad?
– Deberías haberlo visto ayer -dijo Susanna-. Estaba muy a mal traer y sucio; parecía más una rata de alcantarilla que un perro. Al menos eso fue lo que dijo Peter. Pero todos nos hemos encariñado con él.
El perro miró a Claudia sin levantar la cabeza y exhaló un largo suspiro.
– Ese es el problema -dijo Claudia-. El amor no siempre es algo cómodo ni conveniente. ¿Qué voy a hacer con él? ¿Llevármelo a la escuela? Las niñas armarían un motín.
– Al parecer Edna y Flora casi se pelearon anoche cuando estábamos fuera -dijo Susanna-. Las dos deseaban tenerlo en brazos al mismo tiempo, para acariciarlo y jugar con él.
Frances se rió.
– Ahora debo irme. Le prometí a Lucius que estaría en casa para el almuerzo.
Entonces Claudia tuvo que pasar por los abrazos y despedidas otra vez, tan dolorosos como los anteriores. Podría transcurrir mucho tiempo hasta que volviera a ver a Susanna y a Frances, y antes esta tendría que pasar por todos los peligros del embarazo y el parto.
Cuando llegó a su fin la mañana, se sentía muy necesitada de descanso, pero tuvo que sacar a pasear al perro para poder dejarlo a cargo del personal de la cocina, tarea que aceptaron alegremente. En realidad, el pequeño collie corría el peligro de engordar demasiado si lo dejaba mucho tiempo a los tiernos cuidados de la cocinera de Susanna.
Pero a pesar de ese cansancio, que era en su mayor parte emocional, esperaba con ilusión la merienda en Richmond Park o Kew Gardens con el marqués de Attingsborough y su hija. Estaba muy consciente de que debía repetirse una y otra vez que en cierto sentido eso sólo era trabajo: observar a una posible alumna. Y no era fácil la tarea en que la habían puesto. Le gustaba Lizzie Pickford; también sentía una terrible pena por ella. Pero esa era una emoción que debía sofocar. No se gana nada sólo con la lástima. La verdadera pregunta era: ¿podría ella hacer algo por la niña? ¿Podría su escuela ofrecerle algo de valor a una niña ciega?
De todos modos, esperaba con ilusión esa tarde y no totalmente debido a Lizzie. A pesar de todas las distracciones de la noche pasada y de esa mañana, no había podido desviar del todo la mente de esa conversación que tuvo con el marqués en Hyde Park. Él le había hecho sorprendentes revelaciones.