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CAPÍTULO 11

A la mañana siguiente Claudia estaba sentada ante el escritorio del salón de mañana contestando una carta de Eleanor Thompson, cuando entró el mayordomo a anunciarle la llegada de unas visitas. El collie, que había estado echado junto a su silla durmiendo, se levantó.

– Su excelencia la duquesa de Bewcastle, la marquesa de Hallmere y lady Aidan Bedwyn esperan abajo, señora -dijo-. ¿Las hago subir?

¡Santo cielo!, pensó. Arqueó las cejas.

– Lord y lady Whitleaf están arriba en la sala cuna. ¿No debería llevarles a ellos el mensaje?

– Su excelencia dijo que ha venido a verla a usted en particular, señora -contestó el mayordomo.

– Entonces hágalas subir.

A toda prisa limpió la pluma y ordenó los papeles. Al menos podría decirle a la duquesa que su hermana estaba bien. Pero ¿por qué venían a visitarla a «ella»?

Esa noche nuevamente no había dormido bien. Pero esta vez fue solamente por su culpa. No deseaba dormir. Deseaba revivir la noche en Vauxhall.

Seguía sin lamentarlo.

El perro recibió a la duquesa de Bewcastle y a sus cuñadas con feroces ladridos y una carrera como si fuera a atacar.

– Ay, Dios -dijo Claudia.

– ¿Me va a arrancar la pierna? -preguntó la duquesa riendo y agachándose a acariciarle la cabeza.

– Es un border collie -dijo lady Aidan, agachándose a hacer lo mismo-. Sólo nos está saludando, Christine. Mira cómo mueve la cola. Y buenos días tengas tú también, dulce perrito.

– Era un perro maltratado al que me vi obligada a adoptar hace un par de días -explicó Claudia-. Creo que lo único que necesita es cariño y mucha comida.

– ¿Y le da las dos cosas, señorita Martin? -Preguntó lady Hallmere, al parecer algo sorprendida-. ¿También recoge perros desamparados como Eve? Pero sí recoge alumnas desamparadas, ¿verdad? -Levantó una mano al ver que Claudia estaba a punto de hacer un mordaz comentario-. Tengo a una de ellas como institutriz de mis hijos. Parece que la señorita Wood ha captado su atención. Está por ver si eso continuará.

Con un gesto Claudia las invitó a tomar asiento y ellas se sentaron.

– Le agradezco que haya traído personalmente a la ciudad a la señorita Bains -dijo lady Aidan-. Es una damita muy simpática y animosa. Hannah, mi hija pequeña, ya está muy encariñada con ella, después de sólo un día. Becky está más cautelosa. Ya ha perdido a dos institutrices, pues se casaron, y las adoraba a las dos. Se inclina a sentirse resentida con la nueva. Pero la señorita Bains les contó a las niñas su primer día en su escuela de Bath, cuando odiaba todo y a todo el mundo y estaba muy resuelta a no adaptarse nunca, aun cuando había aceptado ir, y muy pronto las tuvo riendo y suplicándole que les contara más historias de la escuela.

– Sí -dijo Claudia-, esa es Flora. Le encanta hablar. -Le dio una palmadita al perro, que había vuelto a sentarse junto a su silla-. Pero estudió muy concienzudamente y creo que será una buena profesora.

– De eso no me cabe duda -dijo lady Aidan-. Con mi marido hemos hablado de enviar a Becky a la escuela este año, pero la verdad es que no soporto ni la idea de separarme de ella. Ya es bastante malo que Davy haya tenido que ir al colegio. Malo para mí, quiero decir. Él lo pasa en grande ahí, tal como dijo Aidan que ocurriría.

Claudia, inclinada a tenerle aversión a la mujer simplemente por ser una Bedwyn por matrimonio, descubrió que ya no podía seguir haciéndolo. Incluso detectaba un leve dejo de acento gales en su voz.

– Y yo estoy feliz -dijo la duquesa de Bewcastle- de que James sea todavía demasiado pequeño para ir al colegio. Irá, por supuesto, cuando llegue el momento, aun cuando Wulfric no fue cuando era niño. Siempre ha lamentado haberse perdido esa experiencia, y está decidido a que ninguno de sus hijos se quede en casa. Sólo espero que mi próximo hijo sea una niña, aunque supongo que como buena y sumisa esposa debería esperar tener otro niño primero, el que sería el heredero de recambio o una de esas tonterías. El próximo o la próxima, por cierto, hará su aparición dentro de unos siete meses.

Le sonrió feliz, y Claudia no pudo evitar que le cayera bien también, además de compadecerla por estar casada con el duque. Aunque en realidad no parecía ser una mujer a la que le hubieran quebrantado el espíritu.

– Usted y Frances -dijo-, quiero decir la condesa de Edgecombe.

La duquesa sonrió afectuosa.

– ¿Sí? Qué fabuloso para ella y el conde. Supongo que dejará de viajar y cantar por un tiempo. El mundo estará de luto. Tiene una voz preciosa, preciosa.

En ese momento se abrió la puerta y entró Susanna. Las tres damas se levantaron a saludarla y el perro corrió a dar vueltas alrededor de sus tobillos.

– Espero no haberle interrumpido el momento de estar con su hijo -dijo la duquesa.

– No, no. Peter está con él, y los dos parecen la mar de contentos haciéndose mutua compañía, por lo que me pareció que mi presencia estaba de más. Vuelvan a sentarse por favor.

– Señorita Martin -dijo la duquesa tan pronto como volvió a sentarse-. Esta mañana tuve una idea luminosa. De vez en cuando las tengo, ¿sabe? No te rías, Eve. Eleanor me ha escrito para decirme que llevará a diez de las niñas de la escuela a pasar parte del verano a Lindsey Hall. Supongo que ya lo sabe, porque ella le escribió a usted antes que a mí, ¿verdad? Casi cambió de opinión cuando se enteró de que Wulfric y yo no estaremos ausentes todo el verano después de todo. Wulfric se vuelve un tirano cuando estoy embarazada, insiste en que viaje lo menos posible, y asegura que le ha perdido el gusto a viajar solo. Además, los condes de Redfield van a celebrar un aniversario de bodas este verano y nos han invitado al solemne baile en Alvesley Park, entre otras cosas. No seríamos buenos vecinos si nos ausentáramos de casa en esa importantísima ocasión. De todos modos, en Lindsey Hall hay habitaciones y espacio de sobra para alojar a diez escolares.

– ¿Y Wulfric está de acuerdo contigo, Christine? -preguntó lady Aidan riendo.

– Por supuesto. Wulfric siempre está de acuerdo conmigo, aun cuando a veces necesite un poco de persuasión primero. Le recordé que el verano pasado tuvimos a doce niñas alojadas con nosotros, para la boda de lord y lady Whitleaf, y él no experimentó ni la más mínima incomodidad o molestia.

– Y a mí me hizo muy feliz tenerlas en mi boda -dijo Susanna.

– Mi idea luminosa -dijo la duquesa, volviendo la atención a Claudia- fue que usted fuera también, señorita Martin. Creo que tiene la intención de volver pronto a Bath, y si la perspectiva de pasar el verano en una escuela sin niñas es su idea de bienaventuranza, como bien podría serlo, pues, sea. Pero me encantaría que fuera a Lindsey Hall con Eleanor y las niñas para gozar de los placeres del campo unas cuantas semanas. Y si hace falta más aliciente, le recordaré que tanto lady Whitleaf como la señora Butler estarán en Alvesley Park. Sé que las dos son unas amigas muy especiales suyas además de haber sido profesoras en su escuela.

La primera reacción de Claudia fue de pasmada incredulidad. ¿Una estancia en Lindsey Hall, el lugar de una de sus peores pesadillas despierta? ¿Estando ahí el duque de Bewcastle?

Vio que a Susanna le brillaban los ojos de risa. Era evidente que estaba pensando lo mismo.

– Nosotros iremos a Lindsey Hall a pasar un tiempo corto -dijo lady Aidan-, como también Freyja y Joshua. Así podrá ver cómo se están acomodando la señorita Bains y la señorita Wood en sus nuevos puestos. Aunque, lógicamente, no comenzarán a trabajar en serio hasta que hayamos vuelto a nuestras casas, nosotros a Oxfordshire y Freyja y Joshua a Cornualles.

Así que no serían solamente Lindsey Hall y el duque de Bewcastle, pensó Claudia; también estaría la ex lady Freyja Bedwyn. La idea de ir le resultaba tan espantosa que casi se echó a reír. Y seguro que no eran imaginaciones suyas que lady Hallmere la estaba mirando con un leve brillo burlón en los ojos.