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Se sentía cómodo con ella.

Esos sentimientos no equivalían a amor.

Pero estaba el beso de la noche anterior.

Si ella girara la cabeza tal vez volvería a besarla. Se alegraba de ver que no lo hacía… tal vez.

De pronto oyó a los músicos afinando sus instrumentos. Nuevamente pensó en la señorita Hunt, a quien el honor lo obligaba a proponerle matrimonio.

– Pronto se reanudará el baile -dijo.

– Sí -contestó ella, levantándose.

Él también se levantó. Volvió a ponerse la chaqueta. Probablemente su ayuda de cámara lloraría si viera la camisa toda arrugada debajo.

Le ofreció el brazo, ella se lo cogió y echaron a caminar hacia el salón de baile. Cuando terminaron de subir la escalera y ya estaban en la terraza, se detuvo.

– ¿Voy a buscarla mañana, entonces? ¿A la misma hora?

– Sí -dijo ella, mirándolo a los ojos.

A la luz que salía del salón de baile se los vio con claridad. Grandes e inteligentes, como siempre; vio en ellos algo más, algo que no supo definir. Se veían muy, muy profundos, como si él pudiera sumergirse en ellos si quisiera.

Le hizo un gesto con la cabeza y con una mano le indicó que ella debía entrar primero en el salón. Una vez que ella entró, se quedó un momento fuera. Esperaba que nadie se hubiera fijado en el largo rato que habían estado juntos.

No deseaba de ninguna manera ensuciarle la reputación.

Ni humillar a la señorita Hunt.

En la mesa elegida para cenar, Lily Wyatt, condesa de Kilbourne, estaba sentada al lado de Lauren Butler, vizcondesa Ravensberg, y las dos conversaban en voz muy baja, en secreto, mientras los demás del grupo hablaban entre ellos en voz más alta. Lily estaba diciendo:

– Neville me ha dicho que has invitado a la señorita Hunt a Alvesley para las fiestas de celebración del aniversario.

Lauren hizo un mal gesto.

– Wilma la llevó a visitarme, y dejó caer indirectas tan directas que cualquier persona sin cerebro las habría entendido. Así que la invité. Pero no tiene importancia, ¿verdad? Supongo que para esa fecha ella y Joseph ya estarán comprometidos. No es ningún secreto, ¿no? Para qué lo llamó a Bath el tío Webster.

– ¿A ti tampoco te cae bien? -preguntó Lily.

– Ah, no -reconoció Lauren-. Aunque no sabría explicar por qué. Es demasiado…

– ¿Perfecta? -Sugirió Lily, comprendiendo que Lauren no había oído a la señorita Hunt cuando puso en duda su buen gusto por haber invitado a una vulgar maestra de escuela a compartir su mesa en Vauxhall, con sus «superiores»-. Wilma ha regañado a Joseph porque anoche permitió que caminara con el duque de McLeith mientras él hacía de galán con la señorita Martin. Teme que se gusten.

– ¿La señorita Hunt y el duque? -preguntó Lauren con los ojos agrandados por la incredulidad-. Seguro que no. Él parece un hombre afable.

– Comentario que lo dice todo -dijo Lily-. Pero no puedo evitar compartir tus sentimientos, Lauren. La señorita Hunt me recuerda a Wilma, pero peor. Por lo menos Wilma adora a sus hijos. No logro imaginarme a la señorita Hunt adorando a nadie, ¿y tú? Pensé que tal vez entre las dos podríamos…

Pero Lauren ya tenía un destello en los ojos y la interrumpió:

– Lily, no estarás tramando hacer de casamentera y de rompe-compromisos, ¿eh? ¿Puedo participar yo también?

– Podrías invitar al duque a Alvesley también.

Lauren arqueó las cejas.

– ¿A una celebración «familiar»? ¿No parecería raro?

– Usa tu inventiva.

– Ay, Dios, ¿tengo algo? -Rió Lauren; pero enseguida se le alegró la cara-. Hoy Christine me ha dicho que la señorita Martin va a ir a Lindsey Hall a pasar una parte del verano. La hermana de Christine va a llevar a algunas niñas de la escuela a pasar unas vacaciones ahí. El duque de McLeith y la señorita Martin se criaron en la misma casa como hermanos y acaban de reencontrarse después de años y años de separación. Él en particular está encantado con eso, y yo creo que ella también. Tal vez podría sugerir que a él podría gustarle estar cerca de ella unas semanas antes que él vuelva a Escocia y ella a Bath.

– Brillante -dijo Lily-. Vamos, hazlo, Lauren, y entonces veremos qué podemos conseguir.

– Esto es diabólico -dijo Lauren-. ¿Y sabes qué dice Susanna? Cree que Joseph podría estar algo enamorado de la señorita Martin. La ha llevado a pasear en coche varias veces, y ha pasado tiempo con ella en varios eventos sociales, por ejemplo anoche en Vauxhall. Hace un rato bailaron un vals. ¿Y dónde está él ahora, lo sabes? ¿Y dónde está ella?

– Es el romance más insólito imaginable -dijo Lily, aunque le brillaban los ojos-. Pero, uy, caramba, Lauren, ella podría ser la mujer perfecta para él. Ninguna otra lo ha sido jamás. Decididamente la señorita Hunt no lo es.

– Wilma se pondría morada -añadió Lauren.

Se sonrieron y Neville, que estaba apenas lo suficientemente alejado para no oír, frunció los labios para evitar sonreír, y puso cara de inocente.

CAPÍTULO 13

A la mañana siguiente, Claudia y Susanna acababan de volver de la biblioteca Hookman's cuando el duque de McLeith llamó a la puerta. Lo hicieron pasar al salón de mañana, donde estaba Claudia sola, hojeando un libro que acababa de sacar prestado de la biblioteca. Susanna había subido a la sala cuna a ver a Harry.

Una vez que el mayordomo lo anunció y el perro corrió a ladrarle moviendo la cola, él entró, diciendo:

– Claudia, ¿tu perro?

– Creo que más bien soy yo la que le pertenece -dijo ella haciéndole cosquillas detrás de una oreja-. Mientras no le encuentre un buen hogar, soy de él.

– ¿Te acuerdas de Horace?

¿Horace? Era un spaniel al que ella adoraba de niña. La seguía a todas partes como una sombra, con grandes orejas caídas. Sonrió mientras los dos se sentaban.

– Los vizcondes Ravensberg hablaron conmigo anoche antes de marcharse del baile -dijo él-. Me invitaron a pasar unas semanas en Alvesley Park antes de regresar a Escocia. Al parecer va haber ahí una muy concurrida celebración del aniversario de bodas de los condes de Redfield. Debo confesar que me sorprendí. Me pareció que mi superficial relación con ellos no es suficiente para merecer esa distinción. Pero entonces la vizcondesa me explicó que tú vas a estar en Lindsey Hall, que está cerca, y que pensó que a mí me encantaría tener unas semanas para disfrutar de tu compañía después de una separación tan larga.

Guardó silencio y la miró interrogante.

Ella se cogió las manos en la falda y lo miró sin hacer ningún comentario. Susanna y todas sus amigas parecían encantadas por las historias que él les había contado, que eran totalmente ciertas, pero de ninguna manera eran toda la verdad. Hubo un tiempo en que ella lo amó con todo el ardor de su joven corazón. Pero si bien el tiempo de galanteo había sido inocente y decoroso, la despedida no fue ninguna de las dos cosas.

Había entregado su virginidad a Charlie en la cima desierta de una colina de detrás de la casa de su padre.

Entonces él le juró que volvería a buscarla en la primera oportunidad que tuviera, para hacerla su esposa. También le juró, abrazándola estrechamente mientras los dos lloraban, que la amaría eternamente, que ningún hombre había amado jamás como él la amaba a ella. Y ella, claro, le dijo más o menos lo mismo.

– ¿Qué te parece? -le preguntó él-. ¿Acepto? Hemos tenido muy pocas oportunidades para conversar y nos queda muchísimo por decir. Hay mucho por recordar todavía y mucho que contarnos para volver a conocernos. Creo que me gusta la nueva Claudia tanto como me gustaba la antigua. Pero lo pasábamos muy bien juntos, ¿verdad? Ningunos verdaderos hermanos podrían haber estado más contentos en la mutua compañía.