Ella había llevado la rabia dentro durante tantos años que a veces creía que había desaparecido, que estaba olvidada. Pero algunos sentimientos del pasado son tan profundos que se convierten en parte de la persona.
– No éramos como hermanos, Charlie -dijo enérgicamente-, y no nos consideramos hermanos los dos últimos años anteriores a que te marcharas. Estábamos enamorados.
No dejó de mirarlo mientras el perro se echaba a sus pies suspirando de satisfacción.
– Éramos muy jóvenes -dijo él, desvanecida su sonrisa.
– Entre los no tan jóvenes existe la idea de que los jóvenes son incapaces de amar, de que sus sentimientos no tienen ninguna importancia.
– A los jóvenes les falta la sabiduría que da la edad -dijo él-. Era inevitable que nacieran sentimientos románticos entre nosotros, Claudia. Con el tiempo nos habrían quedado pequeños. Yo casi lo había olvidado.
Ella sintió una rabia intensa, no por ella en esos momentos, sino por la niña que fue en ese tiempo. La jovencita que había sufrido inconsolable durante años.
– Ahora podemos reírnos de eso -dijo él, sonriendo.
Ella no sonrió.
– Yo no me voy a reír -dijo-. ¿Por qué lo olvidaste, Charlie? ¿Porque yo significaba muy poco para ti? ¿Porque recordarlo era demasiado desagradable o incómodo para ti? ¿Porque te sentías culpable de esa última carta que me escribiste? -«Ahora soy un duque, Claudia. Debes comprender que eso cambia mucho las cosas». «Soy un duque»-. ¿Y también has olvidado que en una ocasión fuimos amantes?
A él le subió un rubor por el cuello hasta las mejillas. Ella se ordenó no ruborizarse también. Pero no dejó de mirarlo a los ojos, ah, eso no.
– Fuimos unos imprudentes -dijo él, frotándose la nuca, como si de pronto le apretara mucho la corbata-. Tu padre fue imprudente al darnos tanta libertad. Tú fuiste imprudente cuando yo me iba a marchar y podría haber habido consecuencias. Y yo fui imprudente… -No terminó la frase.
– ¿Porque podría haber habido consecuencias que habrían causado complicaciones a tu nueva vida, como me dejaste muy claro en tu última carta?
«No debo permitir que me vean relacionado tan íntimamente con personas inferiores que no son dignas de mi atención. Ahora soy un duque.»
– No me había dado cuenta, Claudia -dijo él, suspirando-, de que estás amargada. Lo siento.
– Dejé atrás la amargura hace mucho tiempo -dijo ella, no muy segura de que eso fuera cierto-, pero no puedo permitir que continúes tratándome con tan efusivo placer como a una hermana tanto tiempo perdida, Charlie, sin obligarte a recordar lo que has olvidado tan convenientemente.
– No fue fácil -dijo él, echándose atrás en el sillón y bajando los ojos-. Pero sólo era un niño, y de repente me vi enfrentado a deberes y responsabilidades, a toda una vida y a todo un mundo con los que jamás había ni soñado.
Ella no dijo nada. Sabía que él decía la verdad, y sin embargo…
Sin embargo eso no disculpaba la crueldad de su rechazo final. ¿Y cómo podía decirse que había dejado atrás el sufrimiento y la amargura cuando desde entonces había odiado, odiado, odiado, a todos los hombres que llevaban el título de duque?
– A veces -continuó él-, he pensado si valieron la pena todos los sacrificios que me obligaron a hacer. Mi sueño de seguir la carrera de leyes. Tú.
Ella continuó en silencio.
– Me porté mal -reconoció él por fin. Levantándose bruscamente atravesó la sala y fue a asomarse a la ventana-. ¿Crees que no lo sabía? ¿Crees que no sufrí?
Lo comprendía. Siempre había comprendido el torbellino interior que él tuvo que haber vivido. Pero algunas cosas, si bien no son imperdonables, por lo menos no son justificables.
La última carta la había destruido hacía mucho tiempo, junto con las que la precedieron. Pero creía que «todavía» podía recitarla de memoria si quería.
– Si te sirve de consuelo, Claudia -dijo entonces él-, no tuve un matrimonio feliz. Mona era una arpía. Yo pasaba fuera de casa todo el tiempo que podía.
– La duquesa de McLeith no está aquí para defenderse -dijo ella.
Él se giró a mirarla.
– Ah, veo que estás resuelta a pelear conmigo, Claudia.
No a pelear, Charlie, simplemente quiero que haya algo de verdad en lo que nos decimos. ¿Cómo podríamos continuar si permitimos que sigan deformados nuestros recuerdos del pasado?
¿Podemos continuar, entonces? ¿Me perdonarás el pasado, Claudia? ¿Lo atribuirás a la juventud y la tontería, a las presiones de una vida para la que yo no tenía ninguna preparación?
Eso no tenía mucho de disculpa, ya que al formularla se disculpaba a sí mismo. ¿Serían los jóvenes menos responsables que los mayores? Pero había habido muchos años de amistad íntima, unos pocos de amor y una tarde de intensa pasión. Y un año de vehementes cartas de amor, antes que la última le destrozara el corazón, le destrozara su mundo y su ser. Tal vez era una tontería basar toda su opinión sobre él en esa sola carta. Tal vez ya era hora de perdonar.
– Muy bien -dijo, pasado un momento.
Al instante él fue hasta ella, le cogió una mano y se la apretó.
– Cometí el peor error de mi vida cuando… Pero no tiene importancia. ¿Qué hago con la invitación?
– ¿Qué deseas hacer?
– Aceptar. Me caen bien los Ravensberg, y sus familiares y amigos. Y deseo pasar más tiempo contigo. Permíteme que vaya, Claudia. Permíteme que sea tu hermano otra vez. No, no tu hermano. Permíteme que sea tu amigo otra vez. Siempre fuimos buenos amigos, ¿verdad? ¿Incluso al final?
¿A qué final se referiría?
– Estuve despierto gran parte de la noche -continuó él-, pensando qué debía hacer y comprendiendo cómo se empobreció mi vida el día que dejé la casa de tu padre y a ti. Y entonces comprendí que no podía aceptar la invitación a menos que tú dijeras que lo hiciera.
Ella también había estado despierta gran parte de la noche, pero estaba segura de que no había pensado ni una sola vez en Charlie.
Había pensado en las dos personas sentadas bajo un sauce junto a un estanque de nenúfares por la noche, la chaqueta de él, calentada por su cuerpo, sobre los hombros de ella, el brazo de él sujetándosela y la mano de ella en la de él, sin hablar ni una sola palabra durante casi media hora. Ese era un recuerdo tan intenso como el de cuando se besaron en Vauxhall Gardens. Tal vez más aún. El beso había sido de puro deseo, lujuria; lo de esa noche en el jardín, no. No quería pensar qué fue.
– Ve a Alvesley entonces -dijo, retirando la mano de la de él-. Tal vez mientras estemos ahí podamos crearnos nuevos recuerdos para el futuro, recuerdos más agradables.
Él le sonrió y a ella se le formó un bulto en la garganta; era una sonrisa ilusionada que le recordó al niño que fue. Nunca se había imaginado ni en sueños que ese niño pudiera ser cruel. Pero ¿era correcto lo que iba a hacer? ¿Era prudente volver a confiar en él? Pero él sólo le pedía amistad. Y podría convenirle ser su amiga otra vez, dejar atrás el pasado por fin.
– Gracias -le dijo-. No te ocuparé más tiempo, Claudia. Volveré a mis habitaciones y enviaré una nota de aceptación a lady Ravensberg.
Después que él se marchó Claudia volvió a mirar el libro que había sacado de la biblioteca. Pero no lo abrió. Simplemente pasó la mano por su cubierta de piel, hasta que el perro subió de un salto al sofá y apoyó la cabeza en su falda.
– Bueno, Horace -dijo en voz alta, acariciándole la cabeza-, me siento como si fuera montada en un gigantesco y brioso caballo de emociones. La sensación no es nada agradable para una persona de mi edad. En realidad, si Lizzie Pickford no quiere ir a Lindsey Hall conmigo, creo que bien podría irme directamente a Bath, y, si me perdonas el lenguaje grosero, al diablo con Charlie «y» con el marqués de Attingsborough. Pero ¿qué diablos voy a hacer contigo?