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Más o menos una hora después, cuando llegó a Alvesley con el grupo de Lindsey Hall, al instante quedó sumergida en el bullicioso alboroto de los saludos. Sólo pasado un momento se encontró atrapada en los brazos de una risueña Anne. Y de pronto se sintió muy contenta de haber venido.

– ¡Claudia! -exclamó esta-. Oh, qué maravilloso verte. Estás muy bien, y has tomado Londres por asalto, si he de creer a Susanna.

– Una buena exageración -contestó Claudia riendo-. Anne, estás maravillosa, pareces a reventar de buena salud. Pero tu cara no está bronceada por el sol, ¿verdad?

– Es el aire de mar. Sydnam lo atribuye también al aire «gales».

Él estaba al lado de Anne, así que Claudia le tendió la mano, recordando que tenía que ser la izquierda, pues él no tenía el brazo derecho. Él se la estrechó sonriendo, con su encantadora sonrisa sesgada, pues las quemaduras en el lado derecho de la cara le habían dañado los nervios de ese lado.

– Claudia, cuánto me alegra volver a verte -dijo.

Anne se cogió de su brazo y la miró con los ojos brillantes.

– Tenemos una noticia maravillosa -dijo-, y se la hemos contado a todos los que han querido escucharla. -Miró a su marido y se rió-. Es decir «yo» se la he contado a todo el mundo. Sydnam es muy modesto. En otoño va a tener tres de sus cuadros colgados en la Roy al Academy. ¿Has oído algo más fabuloso?

Sonó un gritito cerca, y la condesa de Rosthorn llegó corriendo hasta Sydnam y lo abrazó con fuerza.

– ¡Syd! -exclamó-. ¿Es cierto? Oh, qué feliz estoy, podría llorar. Y fíjate, estoy llorando. Tonta de mí. Sabía que lo conseguirías. Lo sabía. Gervase, ven aquí a oír esto, y tráeme un pañuelo, por favor.

El señor Butler había sido un pintor de talento antes de perder el brazo y el ojo derecho durante las guerras en la Península. Después se consagró a convertirse en administrador, pues consiguió persuadir al duque de Bewcastle de que le diera ese puesto en su propiedad de Gales. Pero poco después de su boda con Anne, hacía ya dos años, comenzó a pintar otra vez, alentado por ella, cogiendo el pincel con la mano izquierda y afirmándolo con la boca.

Claudia le cogió el brazo a Anne y se lo apretó.

– Qué feliz estoy por los dos, Anne. ¿Cómo está mi niño, David? ¿Y Megan?

David Jewell era hijo de Anne, nacido nueve años antes que ella conociera al señor Butler. Cuando Anne era profesora en la escuela, David vivía ahí también. Después que se marcharon, lo había echado casi tanto de menos como a Anne.

Pero apenas oyó su respuesta. Acababa de divisar al marqués de Attingsborough, que estaba conversando con la duquesa de Bewcastle y lady Hallmere. Todo él alto, imponente y apuesto. Estaba sonriendo y se veía muy feliz.

Parecía un desconocido, pensó. Aunque mientras estaba pensando eso los ojos de él captaron los suyos desde el otro lado del atiborrado vestíbulo, y volvió a ser el hombre que se le había hecho extrañamente querido durante el par de semanas de su estancia en Londres.

Venía abriéndose paso hacia ella, observó pasado un momento. Se alejó un poco de Anne para saludarlo.

– Señorita Martin -dijo él, tendiéndole la mano.

– Lord Attingsborough -dijo ella, poniendo la mano en la de él.

– ¿Cómo está Lizzie? -le preguntó, en voz baja.

Lo está pasando extraordinariamente bien. Ha hecho amigas y guirnaldas de margaritas. Y Horace ha demostrado que no tiene ni pizca de lealtad, pues me ha abandonado para convertirse en su sombra. El jefe de los mozos del duque le está haciendo un collar con una correa para que Lizzie se pueda coger de ella y el perro la guíe. Creo que el perro sabe que la niña necesita protección, y con un poco de entrenamiento aprenderá a ser valiosísimo para ella.

– ¿Guirnaldas de margaritas? -preguntó él, con las cejas arqueadas.

– Están bien dentro de sus capacidades. Sabe encontrar e identificar las margaritas por entre la hierba, y hacer guirnaldas con ellas es muy fácil. Va por ahí engalanada con guirnaldas y coronas.

Él sonrió.

– ¿Y amigas?

– Agnes Ryde, la más temible de mis alumnas, se ha asignado el papel de protectora, y Molly Wiggins y Doris Chalmers rivalizan por el puesto de su mejor amiga. Aunque creo que la competición ya está ganada por Molly, pues a ella se le ocurrió primero la idea y comparte una habitación con Lizzie. Se han hecho prácticamente inseparables.

Él le sonrió de oreja a oreja, pero antes que pudieran decir algo más apareció al lado de él la señorita Hunt, muy hermosa con su vestido rosa, y le cogió el brazo. Le sonrió, después de obsequiarla a ella con una seca y fría inclinación de la cabeza.

– Debes venir a hablar con el duque y la duquesa de Bewcastle -le dijo-. Están ahí, conversando con mis padres.

Él se inclinó ante Claudia y se alejó con su prometida.

Claudia se dio una buena sacudida para quitarse la depresión que se había cernido sobre ella todo el día. Era francamente degradante, por no decir estúpido, desear al hombre de otra. Entonces vio que Susanna, sonriéndole radiante, venía hacia ella por un lado mientras por el otro se acercaba Charlie, también con una acogedora sonrisa. Tenía todos los motivos del mundo para sentirse alegre.

Y lo estaba, de verdad.

Joseph se sentía bastante feliz en realidad. Lógicamente, su proposición de matrimonio había sido bien recibida por Balderston y por Portia. Lady Balderston se había mostrado extasiada.

La boda se iba a celebrar en otoño en Londres. Eso lo habían decidido entre lady Balderston y Portia. Era una lástima, según dijeron las dos, que no pudiera celebrarse en una época del año más apropiada, cuando estuviera toda la alta sociedad en la ciudad, pero sería demasiado esperar hasta la próxima primavera, sobre todo dada la salud no muy buena del duque de Anburey.

Desde ese momento, siempre que había estado a una distancia suficiente para escuchar algo, toda la conversación había versado sobre la lista de invitados, ropas para la novia y el viaje de novios.

Eso le renovaba la esperanza de que su matrimonio llegaría a ser bueno después de todo. Claro que con todo el ajetreo de los planes para la boda y después el traslado a Alvesley, le había sido imposible pasar un sólo momento a solas con su prometida, pero seguro que esa situación se corregiría una vez que acabara la celebración de esa noche. Y no podía negar que encontraba muy agradable ver a casi todos sus familiares reunidos ahí para la ocasión, entre ellos sus padres, que habían venido de Bath. Lord y lady Balderston también habían venido, aunque se marcharían al día siguiente, antes de que comenzaran en serio las fiestas de celebración del aniversario de bodas de los anfitriones.

Como dictaminaban los buenos modales, Portia no continuó a su lado después de la cena. Estaba bebiendo su té en compañía de Neville, Lily y McLeith. Nev le había hecho una seña invitándola, lo que lo sorprendió bastante. Sabía que ni a él ni a Lily les caía bien todavía. Tal vez eso fuera un esfuerzo por parte de ellos para conocerla mejor.

Sólo una cosa se cernía sobre su ánimo, deprimiéndolo; bueno, dos, si tomaba en cuenta la presencia de la señorita Martin, a la que le había cobrado demasiado afecto cuando estaban los dos en Londres. Echaba terriblemente de menos a Lizzie. La niña se encontraba tentadoramente cerca en Lindsey Hall, haciendo amigas y guirnaldas de margaritas y seguida por el border collie como una sombra. Deseaba estar con ella, acostarla, leerle un cuento. Pero la sociedad decretaba que los hijos ilegítimos de un hombre no sólo deben mantenerse lejos de la familia, sino también en secreto.

– Estás con la cabeza en otra parte, Joseph -le dijo Gwen, la lady Muir viuda, sentándose a su lado.